Los rumanos
En Bucarest he conocido a un grupo de intelectuales muy cultos y afables, fumadores minerales, pesimistas de abolengo y desconectados. Cada uno de ellos conoce bien dos o tres idiomas extranjeros, cuando no m¨¢s, pero los lectores del mundo, fuera de sus compatriotas y algunos estudiosos, no saben rumano ni planean aprenderlo en el porvenir. El reconocimiento, pues, de que su lengua es una desventaja lo viven con evidente pesar. Ellos pueden curiosear en las afueras, pero ?qui¨¦n puede entrar en ellos? Su lengua es un nido de identidad irrenunciable, pero es tambi¨¦n una pantalla que les ciega la identificaci¨®n externa. ?Ser s¨®lo escritor para unos pocos? ?Un simple escritor dom¨¦stico? ?Un novelista de proyecci¨®n casera sin importar la calidad o la atracci¨®n? M¨¢s o menos as¨ª es esta maladie derivada del rumano, el h¨²ngaro o el alban¨¦s. ?Desear¨ªa alguien contraerla tambi¨¦n? Pues s¨ª. ?sta es la enfermedad que han promovido con orgullo los nacionalistas, vascos, gallegos o catalanes. La consecuencia, al cabo, es que, como informaba La Vanguardia, tras a?os de este aprendizaje, los j¨®venes hablan cada vez menos entre ellos la lengua local. Para quienes sostuvieron que fue Franco quien la achic¨® debe ser una lecci¨®n este desapego de los chicos. Pero as¨ª son, de cualquier manera, las cosas: hay lenguas que prosperan y otras que decaen o desaparecen por su cuenta y su raz¨®n. Sacar de la agon¨ªa al euskera o de su regresi¨®n al catal¨¢n es un acto de amor: amor patri¨®tico, amor a la biodiversidad, pero ?amor a la enfermedad rumana? Todas las horas que se han escatimado al aprendizaje del castellano se han entregado her¨¢ldicamente a los idiomas de las autonom¨ªas "hist¨®ricas". El paso siguiente ser¨¢ la autodeterminaci¨®n y el siguiente la automoribundia. ?O es que todav¨ªa creen los jefes nacionalistas que el resto del mundo acabar¨¢ convertido a su causa y a su lengua que, a veces, ellos mismos tan s¨®lo usan ante el altavoz?
Sin levantar la voz, con su actitud natural, los amigos rumanos trasmit¨ªan no ya el doloroso placer de la diferencia, que tiene su morbo, sino el mal de la limitaci¨®n que, pensando en Espa?a, se ha inculculado a millones de ciudadanos y con los honores de una conquista ejemplar.
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