Chatarra letal en Afganist¨¢n
El batall¨®n paracaidista limpia de artefactos explosivos una aldea pr¨®xima a su campamento
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El Ej¨¦rcito espa?ol carece, en cumplimiento de un tratado internacional, de minas antipersonales. Pero los paracaidistas destinados en Mazar-i-Sharif han encontrado un suced¨¢neo: latas de pat¨¦ y de jud¨ªas con chorizo de las raciones de campa?a rodeadas de cinta de embalar, junto a un tap¨®n de pl¨¢stico. En caso de aprieto, siempre pueden arrojarlas en la huida y dejar que los perseguidores se entretengan en averiguar el contenido. Si adem¨¢s les gusta su contenido, mejor que mejor.
Es dudoso, sin embargo, que los afganos se confundan con tan artesanal estratagema. Afganist¨¢n es el segundo pa¨ªs m¨¢s minado del mundo, despu¨¦s de Camboya. Un cuarto de siglo de guerras contra los sovi¨¦ticos, los se?ores de la guerra vecinos y los talibanes ha sembrado 10 millones de artefactos en su geograf¨ªa. Aunque los combates acabaron en 2001, cada d¨ªa deja su parte de heridos y mutilados, especialmente, ni?os. Una de las principales misiones del batall¨®n espa?ol es limpiar los alrededores del campamento Ortiz de Z¨¢rate de los denominados UXOS (Unexploded Objects, objetos sin explotar), tan letales como indiscriminados.
Ayer 40 soldados, al mando del capit¨¢n Enrique Garc¨ªa del Castillo, se desplazaron a la aldea de Tower, a dos kil¨®metros de su base. Una patrulla que circulaba por la zona fue avisada el d¨ªa anterior por los vecinos de la existencia de proyectiles y bombas sin explotar. En un fort¨ªn con muros de adobe de tres siglos de antig¨¹edad, localizaron un proyectil de mortero de 81 mil¨ªmetros, la mitad de una submunici¨®n AO2.5R y nueve granadas, todo de fabricaci¨®n sovi¨¦tica.
Tras establecer un cord¨®n de seguridad, el sargento primero Francisco Alarc¨®n cubri¨® el proyectil con sacos terreros, le ados¨® una carga hueca y tendi¨® un cable el¨¦ctrico de 50 metros, activado desde el exterior de las murallas. El sargento trabaja solo en la delicada tarea de colocar y cebar el explosivo. "Nuestro lema es: 'un hombre, una mina".
Es decir, basta un hombre para acabar con una mina, pero una mina no debe acabar nunca con m¨¢s de un hombre. "No podemos permitir que caigan dos", subraya. Para no olvidarlo, lleva en la cartera una fotograf¨ªa de los siete militares alemanes y daneses que en julio de 2002, dejando de lado todas las precauciones, murieron en Kabul al desactivar una bomba de aviaci¨®n.
Se escucha un estampido seco y Alarc¨®n entra a comprobar el resultado. Los sacos terreros est¨¢n despanzurrados. El proyectil parece intacto pero se advierte que le falta la punta y tiene un min¨²sculo agujero por donde ha entrado la carga, que ha destruido la espoleta y el multiplicador. Aunque a¨²n conserva parte del TNT, se puede transportar sin riesgo.
Fernando Sastre, sargento primero de la Legi¨®n, se ocupa de la submunici¨®n. Lleva unos 200 gramos de explosivo frente a medio kilo de una granada, pero puede matar a una persona en un radio de 30 metros. Procede de lo que se denomina una "bomba de racimo", que se lanza desde un avi¨®n y esparce cientos de artefactos. En teor¨ªa, deber¨ªan estallar al chocar con el suelo, pero si el terreno es blando se hunden ya cargadas a la espera de que alguien las mueva.
"Para nosotros son las m¨¢s peligrosas", explica, "porque no parecen bombas, llevan peque?os paraca¨ªdas o cintas de colores para estabilizarlas durante la ca¨ªda, que despiertan la curiosidad de los ni?os".
La explosi¨®n controlada no destruye la carcasa y el sargento la muestra: es redonda, como una pelota, y el metal est¨¢ rallado en forma de diminutos cuadrados que provocan una lluvia de esquirlas cuando revienta.
Media docena de chavales de la aldea, que el d¨ªa anterior jugaban con las bombas en el patio de la fortaleza, acuden a contemplar el novedoso espect¨¢culo. Uno de ellos trae una granada. Piensa que los soldados estar¨¢n contentos con el regalo, ya que les interesan tanto estos objetos.
El capit¨¢n intenta mostrarse severo sin asustarles. Con ayuda del int¨¦rprete, les alecciona dici¨¦ndoles que jam¨¢s deben tocarlos, que muchos ni?os afganos han perdido una pierna o un brazo por hacerlo y que, si encuentran uno, deben avisar inmediatamente a los soldados. Al final, decide que lo mejor es acudir un d¨ªa a la escuela para darles una charla. "La gente est¨¢ acostumbrada a ver proyectiles cada d¨ªa, durante a?os, y llegan a creer que ya no representan un peligro. Est¨¢n viejos y rotos, nos dicen despreocupados". Una familia de Kabul utiliz¨® un misil a modo de viga para el techo de su casa.
La misi¨®n que estaba programada ya ha terminado, pero la granada ha quedado junto al muro de una casa. El sargento primero Rafael G¨¢lvez la recoge cuidadosamente con una manta de keblar, el material con que se fabrican los chalecos antibalas, y se aleja con ella hasta un descampado. Pasados unos minutos la deflagraci¨®n levanta una densa humareda.
El convoy inicia el regreso al campamento. El capit¨¢n no oculta su satisfacci¨®n. " A partir de hoy la gente de este pueblo puede vivir un poco m¨¢s segura".

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