Meditaci¨®n oteiciana
La antol¨®gica de Jorge Oteiza en el Guggenheim bilba¨ªno es fascinante. Los comisarios de la muestra, Margit Rowell y Txomin Badiola, han hecho un trabajo espl¨¦ndido, tanto por la acertada selecci¨®n de las obras como por la manera de distribuirlas en el espacio, que ocupa enteramente la tercera planta del museo.
Las 140 esculturas y 43 dibujos y collages de que consta la muestra se posan sobre plintos de varias alturas o van insertados en las paredes conformando un todo, en parte sinuoso y ondulante, a veces quebrado, otras veces rectil¨ªneo, pero en conjunto siempre arm¨®nico. Todo lo cual fabrica un clima intimista cercano a la meditaci¨®n. Pero una meditaci¨®n que proviene de aquella advertencia que el propio Oteiza defin¨ªa del siguiente modo: "El vac¨ªo no se ocupa, no se pinta, se piensa".
El poder escult¨®rico de Oteiza reside en las unidades Malevich, la desocupaci¨®n de la esfera, las maclas, el par m¨®vil, las complejas y sugerentes cajas metaf¨ªsicas, adem¨¢s de varios relieves, bronces, cer¨¢micas, porcelanas, refractarios, aluminios realizados en los primeros d¨ªas de escultor. Las obras datadas van entre 1928 y 1972. A falta de poder contar con las estanter¨ªas donde se guarda en Alzuza el rico legado del laboratorio de tizas, nos lo muestran a trav¨¦s de un gigantesco mural fotogr¨¢fico.
La misma fuerza
Sin embargo, no se puede eludir una realidad incontestable, cual es que el poder escult¨®rico, cantado ahora de nuevo, viene a ser semejante al que La Caixa se encarg¨® de mostrar, primero en Madrid y luego en Bilbao, 16 a?os atr¨¢s. Tambi¨¦n entonces cautiv¨® a quienes vieron esas exposiciones. ?Qu¨¦ aconteci¨® en la vida del escultor de Orio en ese intervalo de a?os? Sencillamente, nada. No movi¨® un dedo para decir "aqu¨ª estoy yo, h¨¢ganme caso".
Est¨¢ escrito que el poeta es un dios, como el joven poeta tambi¨¦n es un dios, en tanto el viejo poeta es un vagabundo. ?sa ha sido la actitud de cara al verdadero arte en comparaci¨®n con los movimientos comerciales y desaforadas autopromociones que cultivan no pocos de los artistas de nuestro entorno. Oteiza encaja en esa feliz imagen del envidiable y hermoso vagabundo irredento. Y si ahora lo vemos ya muerto como un diamante, es porque tuvo en vida los arrestos suficientes para ser ceniza.
Puestos a a?adir alguna imagen m¨¢s, a prop¨®sito de esta completa y rotunda exposici¨®n, cabe imaginar un c¨®nclave de escultores como Brancusi, Giacometti, Henry Moore, Pevsner y Gabo, entre otros, paseando por el ¨¢mbito de la muestra oteiciana, reconociendo a Jorge Oteiza como uno de los suyos.
Me atrevo a juzgar que fue, y es, uno de ellos, m¨¢xime conociendo una reflexi¨®n suya que me confi¨® en una ocasi¨®n: "No tengo ning¨²n af¨¢n de celebridad ni de ser importante. Tengo fe en que tal vez sea reconocido alguna vez. Aunque esto lo dejo como un pensamiento interior que se ir¨¢ cumpliendo o ir¨¢ incumpli¨¦ndose".
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