El periodismo en los tiempos del c¨®lera
EN LA VENECIA del XVII, los gondoleros vend¨ªan por la m¨¢s peque?a de las monedas de la rep¨²blica, una gazzetta, hojillas manuscritas en las que se comunicaban, con singular promiscuidad, hechos verdaderos y falsos, calumnias y denuncias, maledicencias o informes procedentes de los comerciantes llegados a la ciudad y que se transmit¨ªan de boca en boca entre navegantes y trabajadores de los muelles. Eran historias incre¨ªbles, pero la gente parec¨ªa dispuesta a admitirlas, y pagaba por ellas igual que lo hac¨ªa porque le leyeran las rayas de la mano. Enseguida, los gobiernos descubrieron la utilidad propagand¨ªstica de las gacetas, y reyes y validos se dedicaron a prestigiarlas, otorgando a determinados s¨²bditos el privilegio de su publicaci¨®n e institucionalizando sus funciones. La palabra gaceta se universaliz¨®, dej¨® de denominar una moneda dando nombre al peri¨®dico impreso, aunque el proceso no fue lo bastante intenso como para evitar que todav¨ªa llamemos gacetilleros a los periodistas irrelevantes, superficiales o que trabajan sin rigor.
Los esp¨ªas, los polic¨ªas y los novelistas suelen prestar m¨¢s atenci¨®n que nosotros a las an¨¦cdotas, con lo que mejora su productividad
La prensa descubri¨® que los medios, todos los medios, eran complementarios y no hab¨ªa lugar para el p¨¢nico
En la red, las noticias se mezclan con los rumores, los enga?os o las fantas¨ªas, y se venden por menos de una gaceta
Algunos se preocupan, con harta raz¨®n, por las tendencias autoritarias que se aprecian hoy en las democracias m¨¢s viejas del mundo
Todo esto demuestra que nuestra profesi¨®n tiene, a la vez, un origen canalla y un pedigr¨ª regio. Reporteros y columnistas no cesan de reclamar su pertenencia al pueblo llano, pero luchan denodadamente por participar de los placeres y dignidades de la corte. Por lo dem¨¢s, los bulos de los gondoleros interesaban tanto a los empresarios como a los amantes de la literatura, que ya hab¨ªan concedido a Herodoto el t¨ªtulo de historiador aunque se permitiera inventar la existencia de los hombres sin cabeza. El esp¨ªritu del periodismo pudo enlazar, as¨ª, con la mitolog¨ªa romana y enseguida hubo quien descubri¨® la conveniencia de llamar mercurios a los diarios. Mercurio era el dios del comercio y consiguiente patr¨®n de mercaderes y ladrones, pero tambi¨¦n, en su versi¨®n hel¨¦nica de Hermes, era mensajero de los otros dioses y protector de la elocuencia, lo que le convirti¨® en padrino de los mentirosos y c¨®mplice de los estafadores.
El periodismo moderno naci¨® ligado al dinero, bien o mal ganado, y al poder, mal o bien ejercido, pero tambi¨¦n, aunque es menos frecuente se?alarlo, al caf¨¦ y al tabaco, drogas canonizadas hasta hace poco por nuestra civilizaci¨®n. En la Italia del XIX un cigarro toscano costaba ocho c¨¦ntimos y el comprador sol¨ªa pagarlo con una moneda de 10, con lo que el estanquero le devolv¨ªa dos. Un editor de Florencia decidi¨® publicar un peri¨®dico bajo el t¨ªtulo Il Resto del Sigaro (literalmente, la vuelta de lo que se pagaba por un cigarro), estableciendo el precio del diario en esas monedas que sobraban. De este modo, por 10 c¨¦ntimos, uno pod¨ªa fumarse un toscano y leer un diario de ocho p¨¢ginas, c¨®modamente sentado en cualquiera de los cafetines de la ciudad, en los que se comentaban las noticias, se discut¨ªan las opiniones y se fraguaban las conspiraciones.
Aquellos productos de la prehistoria del periodismo se esforzaban mucho m¨¢s en ser baratos que en ser cre¨ªbles y el respeto no les ven¨ªa tanto del hecho de que dijeran la verdad de las cosas como de su relaci¨®n con el poder. Ten¨ªan una gran vocaci¨®n de halagar y complacer a su p¨²blico con historias que les interesaran, truculentas o macabras unas, risue?as las menos, pero todas con hondo contenido humano o llenas de rabioso activismo pol¨ªtico. Y sab¨ªan mezclar, con singular maestr¨ªa, la defensa de valores sublimes, como la libertad o la rebeld¨ªa frente a los abusos del poder, con la de las cuentas de resultados de unos negocios verdaderamente op¨ªparos.
Un adagio ingl¨¦s asegura que periodista es todo aquel que va por la calle, se detiene, ve lo que sucede y se lo cuenta a los dem¨¢s, pero un refr¨¢n espa?ol a?ade que nada es verdad ni es mentira, todo es seg¨²n el color del cristal con que se mira. De las formas de contar, del ¨¦nfasis, los adjetivos, la transparencia y la ecuanimidad, depende en gran medida el aprecio que uno reciba por parte de los lectores. Las dotes de observaci¨®n son, por eso, fundamentales en el periodismo, pero tampoco constituyen algo espec¨ªfico de ¨¦l. Los esp¨ªas, los polic¨ªas y los novelistas suelen prestar m¨¢s atenci¨®n que nosotros a las an¨¦cdotas, con lo que mejora su productividad. Sea por esta incapacidad de los narradores, o por su malevolencia, el periodismo naci¨® ligado a la ficci¨®n, a las deformaciones m¨¢s o menos interesadas de la realidad y a la interpretaci¨®n de los hechos de acuerdo con poderes que le trascend¨ªan. Eso le predispon¨ªa, ya en su primera infancia, a convivir con la civilizaci¨®n del ocio y con el mundo del espect¨¢culo, tanto como con los elementos del romanticismo y el patriotismo que ayudaron, durante el siglo XIX, a la creaci¨®n de conciencias colectivas e identidades nacionales. La ¨²ltima guerra colonial de la Espa?a del XIX, que se sald¨® con la p¨¦rdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, fue un conflicto agitado por las columnas de los peri¨®dicos de Hearst. ?stos no dudaban en manipular y mentir cuanto fuera preciso para exaltar el ¨¢nimo patri¨®tico de los norteamericanos en su solidaridad con los rebeldes de la perla del Caribe. Los m¨¦todos del ciudadano Kane, en su temprano ensayo de capitalismo salvaje aplicado a la prensa, no se diferenciaban mucho de los que a?os antes hab¨ªa administrado Karl Marx como director de la Nueva Gaceta del Rin. Desde sus p¨¢ginas, Marx se dedic¨® a agitar las aguas de la revoluci¨®n alemana y a propiciar la guerra con Rusia. Como los de Hearst, sus periodistas eran tambi¨¦n combatientes. En la redacci¨®n del peri¨®dico hab¨ªa fusiles, bayonetas y cartuchos. La lecci¨®n fue bien aprendida por Lenin, quien comprendi¨® que un peri¨®dico era el mejor agitador colectivo imaginable. La historia de la prensa se encuentra ¨ªntimamente ligada a la de las guerras y las revoluciones. Los movimientos de masa eran lo suyo, pues era la masa a la que se dirig¨ªan los peri¨®dicos, y quienes los fabricaban comprendieron que el amor y la muerte, el sexo y la sangre, han sido siempre grandes verdades que han conmovido a la humanidad, independientemente de razas, religiones o clases sociales. Cuando Orson Welles emiti¨® su famoso programa de radio sobre el choque de los mundos, algunos de los que conectaron la radio despu¨¦s del inicio de la narraci¨®n pensaron que asist¨ªan a un reportaje sobre un hecho cierto, y no falt¨® quien se arrojara por la ventana, presa del terror. Se demostr¨®, as¨ª, lo f¨¢cil que era confundir realidad y ficci¨®n, verdad y mentira, en los llamados medios de comunicaci¨®n de masas y lo cerca que estaba ya la informaci¨®n del espect¨¢culo. La irrupci¨®n de la televisi¨®n vino marcada por los mismos signos que el periodismo primitivo: sus contradictorias relaciones con el poder pol¨ªtico y econ¨®mico, y su moderna tendencia a mezclarse con el culto al cuerpo en todas sus manifestaciones. La Feria Mundial de Nueva York de 1939 fue la ocasi¨®n elegida por la NBC para que el presidente Roosevelt saludara por vez primera desde la pantalla a los neoyorquinos que pudieran verle en alguno de los 150 receptores diseminados por la ciudad. En d¨ªas sucesivos, unos partidos de b¨¦isbol y un combate de boxeo fueron las retransmisiones estrella del nuevo invento.
Desde sus inicios, el deporte se defini¨® como uno de los poderosos motores capaces de desarrollar el mundo de la comunicaci¨®n. En la actualidad, junto con la pornograf¨ªa, es el m¨¢s formidable impulsor de las tecnolog¨ªas avanzadas en televisi¨®n digital, sea por cable, sat¨¦lite o por Internet.
La aparici¨®n de los medios electr¨®nicos y audiovisuales caus¨® en su d¨ªa considerable alarma entre los diaristas y sus empresarios, ante la eventualidad de que el favor del p¨²blico les abandonara. Los peri¨®dicos se esforzaron en buscar un nuevo papel. Conservaron su rol emblem¨¢tico, convertidos en banderas de ideolog¨ªas, posiciones pol¨ªticas o reclamos populares, pero perfeccionaron sus sistemas de impresi¨®n y distribuci¨®n, incorporaron la fotograf¨ªa, primero, y el color, despu¨¦s, mantuvieron precios relativamente moderados y descubrieron su misi¨®n explicadora de las noticias y difusora de las opiniones. Adem¨¢s, se proclamaron campeones del pluralismo, ante la poca variedad de la oferta televisiva que, durante mucho tiempo, se ejerci¨® de forma monopol¨ªstica —p¨²blica o privada —, y se adentraron en las f¨®rmulas del nuevo periodismo, con escritores tan espectaculares como Capote o Garc¨ªa M¨¢rquez, o del llamado periodismo de investigaci¨®n, que provoc¨® la ira, el descr¨¦dito y la dimisi¨®n del presidente Nixon por el caso Watergate. No obstante, las tiradas y difusiones no crec¨ªan de acuerdo con el aumento de la poblaci¨®n, desapareci¨® la mayor¨ªa de los peri¨®dicos vespertinos y la publicidad encontr¨® nuevas y m¨¢s poderosas formas de expresi¨®n. A pesar de estas dificultades, la prensa descubri¨® que los medios, todos los medios, eran complementarios y no hab¨ªa lugar para el p¨¢nico.
A mediados de la d¨¦cada de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, los diarios reemplazaron paulatinamente las t¨¦cnicas del plomo e incorporaron la edici¨®n electr¨®nica. El desarrollo de los sat¨¦lites artificiales les permiti¨® ampliar su mercado. La prensa hab¨ªa sido fundamentalmente un fen¨®meno local o, todo lo m¨¢s, nacional en los estados peque?os o medios. Dada su importancia para la configuraci¨®n de la opini¨®n y la creaci¨®n de identidades colectivas, la distribuci¨®n de diarios recib¨ªa numerosos apoyos p¨²blicos en la mayor¨ªa de los pa¨ªses. Tarifas subvencionadas en correos y hasta trenes o aviones especiales ayudaban a difundir un producto considerado de primera necesidad por todas las democracias, pero tambi¨¦n por las dictaduras, habida cuenta de su afici¨®n a la propaganda. Los sat¨¦lites demostraron que pod¨ªan ser ¨²tiles no s¨®lo para la difusi¨®n de la televisi¨®n a las cabeceras de cable, o directamente a los hogares dotados de antenas parab¨®licas, sino tambi¨¦n para la dispersi¨®n de las facilidades de imprenta y la publicaci¨®n a distancia de los diarios. Eso ha permitido que un peri¨®dico antes minoritario como el Wall Street Journal se convirtiera en el de m¨¢s tirada de Estados Unidos, o que el International Herald Tribune sea verdaderamente un diario global, con ediciones en los cinco continentes. La televisi¨®n avanz¨® por iguales derroteros. Los Juegos Ol¨ªmpicos deMosc¨², en 1980, fueron la oportunidad de la CNN para convertirse en la primera cadena planetaria de noticias. M¨¢s tarde, con ocasi¨®n de la guerra del Golfo, se puso de manifiesto su primac¨ªa como fuente de informaci¨®n en las crisis mundiales.
A partir de 1993, el Gobierno de Estados Unidos promovi¨® la liberalizaci¨®n de las telecomunicaciones, propiciando la extensi¨®n de Internet, a base de abrir a los ciudadanos las antiguas redes de inteligencia, defensa e investigaci¨®n de Estados Unidos. Cuando Bill Clinton asumi¨® la presidencia, apenas hab¨ªa unos cientos (quiz¨¢ menos) de p¨¢ginas web en la Red. Hoy se cuentan por miles de millones. Hasta 1989 no se cre¨® el lenguaje del hipertexto y los primeros navegadores llegaron al mercado a principios de los a?os noventa. En poco m¨¢s de una d¨¦cada, el crecimiento del uso de Internet ha sido explosivo. Sorprendidos por el pinchazo de la burbuja digital, algunos piensan que se exageraron las expectativas en torno al impacto que la red de redes iba a suponer en el comportamiento de la econom¨ªa, la informaci¨®n y las comunicaciones mundiales. Pero el aventurerismo financiero de unos cuantos no debe confundirnos a la hora de hacer predicciones. La sociedad digital, cuyo paradigma m¨¢s evidente es Internet, est¨¢ revolucionando nuestros comportamientos, tanto individuales como sociales, y significa el comienzo de una verdadera nueva civilizaci¨®n. No cabe duda, por eso, de que influir¨¢ poderosamente sobre el periodismo y sus diversas manifestaciones.
En menos de diez a?os, quiz¨¢s en menos de un lustro, toda la informaci¨®n disponible en el mundo estar¨¢ en la Red, al alcance, en principio, de todos, con tal, claro est¨¢, de que est¨¦n conectados al sistema y tengan las habilidades y capacidades necesarias. El viejo sue?o de la biblioteca universal est¨¢ a punto de cumplirse: todo el saber coleccionado, archivado, ordenado, a disposici¨®n de los usuarios. Pero, adem¨¢s, un saber din¨¢mico, interactivo, dial¨¦ctico, en continua expansi¨®n gracias a la intervenci¨®n de esos mismos usuarios. Un hecho as¨ª convierte en anticuado el adagio de que "quien tiene la informaci¨®n tiene el poder", porque la informaci¨®n se ha convertido casi en un bien mostrenco, al servicio y al alcance de la generalidad de los ciudadanos. Una mayor abundancia de informaci¨®n no significa, empero, una mejor informaci¨®n y quiz¨¢s por esa v¨ªa podamos descubrir algunas de las nuevas misiones mediadoras del periodismo entre la sociedad y los individuos: el an¨¢lisis, explicaci¨®n y selecci¨®n de los hechos; el descubrimiento de aquellos datos que existen y son p¨²blicos, pero nadie conoce, porque est¨¢n al alcance de todos, pero no saben c¨®mo llegar hasta ellos.
Las tecnolog¨ªas avanzadas, de alguna manera, nos devuelven a la prehistoria del periodismo. En la sociedad de la informaci¨®n los canard parisinos y los gazzetanti venecianos campan por sus respetos. En la Red, las noticias se mezclan con los rumores, los enga?os o las fantas¨ªas, y se venden por menos de una gaceta, porque se ofrecen de forma gratuita, buscando refugio econ¨®mico en las pr¨¢cticas de la antig¨¹edad cl¨¢sica: como Horacio, aspiran al mecenazgo de alg¨²n emperador, aunque tenga el aspecto de una botella de Coca-Cola. Descubrimos, tambi¨¦n, el retorno a los tiempos ¨¦picos del periodismo en los que un hombre solo, con una pluma y una resma de cuartillas, se dispon¨ªa a desafiar al mundo. As¨ª naci¨® el Herald de Nueva York. Su fundador, James Gordon Vennett, hac¨ªa las veces de reportero, director, cajista, impresor, distribuidor, agente de publicidad y experto en mercadotecnia. La Red permite tambi¨¦n el peri¨®dico hecho por un solo redactor, e incluso, dirigido espec¨ªficamente a un solo lector: propicia la personalizaci¨®n de la informaci¨®n, su especializaci¨®n al m¨¢ximo. Algunos se preguntan sobre el futuro del soporte papel para libros y diarios, al que Bill Gates ha vaticinado una supervivencia breve. Es todav¨ªa pronto para establecer previsiones de ese tipo, que tienen que ver no s¨®lo con los avances de la tecnolog¨ªa y las demandas de racionalidad econ¨®mica o ambiental sino, sobre todo, con los h¨¢bitos de los consumidores. Pero no debe haber sitio para el temor ni la desesperanza. Al cabo, ?no ser¨¢ mejor leer en una pantalla de cristal l¨ªquido, flexible, bien iluminada, con grandes letras, y capacidad de enlaces a otros temas a trav¨¦s del hipertexto, que hacerlo en un papel con cara de a?oso, mal impreso y lleno de imperfecciones? Lo que sucede es que un peri¨®dico en la Red no es un peri¨®dico: no sale peri¨®dicamente, sino que se renueva de continuo; disfruta de la convergencia entre textos, v¨ªdeo y audio; y puede dirigirse a un mercado planetario, sin fronteras geogr¨¢ficas ni temporales que lo impidan. En la sociedad de la informaci¨®n, la humanidad se adentra en un mundo desconocido y sorprendente para ella: es necesario comenzar a construir casi desde los cimientos.
?sta es la sensaci¨®n que nos produjo el ataque terrorista contra las Torres Gemelas. Cientos de millones de personas de todo el mundo contemplaron en directo, a trav¨¦s de las pantallas de sus televisores, aquel drama inigualable que adquir¨ªa, por momentos, tonos y representaciones del mejor y m¨¢s incre¨ªble de los guiones de Hollywood. ?Cabe mayor met¨¢fora de la globalizaci¨®n de la informaci¨®n, de la globalizaci¨®n de la econom¨ªa, de la globalizaci¨®n del poder, de la guerra y la paz, del terrorismo y el miedo, que los sucesos del 11-S?
Algunos se preocupan, con harta raz¨®n, por las tendencias autoritarias que, como consecuencia de eso, se aprecian hoy en las democracias m¨¢s viejas del mundo, atemorizados sus ciudadanos por la l¨¢bil e insidiosa amenaza del terrorismo. Aumenta la autocensura en los medios de comunicaci¨®n, cuando no la censura a secas, administrada por los gobiernos. Nos hallamos ante una opci¨®n dif¨ªcil entre los elementos de seguridad y libertad que las poblaciones demandan, un equilibrio siempre inestable en cualquier democracia, que ahora inclina su balanza a favor de la seguridad, porque las gentes han sufrido y sufren un ataque indiscriminado y letal. ?D¨®nde est¨¢, sin embargo, la l¨ªnea sutil que separa la propaganda del deber de informar, la sumisi¨®n al poder leg¨ªtimo en tiempos de crisis, del derecho a la libre expresi¨®n? ?sta es la hora de la reflexi¨®n y la autocr¨ªtica, m¨¢s que la de las acusaciones, y me gustar¨ªa que la efem¨¦rides que hoy conmemoramos sirva a este prop¨®sito.
A la hora de escribir para este suplemento, pude haber sucumbido a la tentaci¨®n de contar mi particular batallita sobre la historia de un diario del que nos sentimos, creo que leg¨ªtimamente, muy orgullosos. He preferido, no obstante, bucear un poco en el devenir general de la prensa, convencido de que en los or¨ªgenes de nuestra profesi¨®n est¨¢ tambi¨¦n inscrito su destino. Coincide esta conmemoraci¨®n del n¨²mero 10.000 de EL PA?S con un interesante momento de cambio en la sociedad. A mi modo de ver, no s¨®lo se trata de la alternancia pol¨ªtica, sino de un relevo generacional que nos trae culturas, valores y comportamientos nuevos, confrontados a diario con las formas de hacer y gobernar del antiguo r¨¦gimen. Espero y deseo que nuestro peri¨®dico permanezca atento a estas mutaciones y que sus redactores se esfuercen en comprenderlas y asumirlas de la forma dial¨¦ctica y cr¨ªtica que siempre les ha caracterizado. Por lo dem¨¢s, si me he entretenido en estos apuntes es porque una mirada al pasado de nuestra profesi¨®n puede ayudar sobremanera a describir su futuro. Descubriremos, as¨ª, c¨®mo ser¨¢ el periodismo en los tiempos del c¨®lera.
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