De los valores del Aire
El n¨²mero cuatro aparece asociado largamente a la creaci¨®n musical, primero, y a la coreogr¨¢fica, despu¨¦s. Baste citar Las cuatro estaciones (sea Verdi, Vivaldi o Glazunov), Los cuatro temperamentos (Hindemith), Cuatro ¨²ltimas canciones (Strauss) o el Grand pas de quatre (Pugni), entre otras. El ballet inicial de The perfect fool (1923), compuesto por Gustav Holst, ten¨ªa cuatro variaciones: Tierra, Agua, Fuego y el Mago en sustituci¨®n del aire. Tambi¨¦n B¨¦jart ha usado esta simbolog¨ªa. En el ballet flamenco moderno, esta producci¨®n de estreno absoluto en el Alb¨¦niz opta por representar los cuatro elementos por cuatro bailarines, respaldados por una m¨²sica bastante plana, algo edulcorada y contaminada con los m¨¢s que discutibles hallazgos de la fusi¨®n. Tampoco ayudan al producto, que nace con vocaci¨®n festivalera (ser¨¢ llevado a Nueva York a un festival anual de flamenco), unas proyecciones mon¨®tonas que lejanamente se inspiran en los cuatros de Mark Rothko y un vestuario del modista Miguel Adrover que tuvo problemas t¨¦cnicos muy evidentes, aun conservando una zona de lograda inspiraci¨®n: la textura de la tierra, el fuego de flecos.
Los cuatro elementos
El Agua: Roc¨ªo Molina; El Aire: Carlos Rodr¨ªguez; La Tierra: Alejandro Granados; El Fuego: Carmen Cort¨¦s. M¨²sica: Gerardo N¨²?ez, Perico Sambeat, Paco Cruz y Rafael Jim¨¦nez. Vestuario: Miguel Adrover. Luces: Clifton Taylor. Direcci¨®n esc¨¦nica: Jacqulyn Buglisi. Teatro Alb¨¦niz. Madrid.
La direcci¨®n esc¨¦nica corri¨® a cargo de Jacqulyn Buglisi, que trabaj¨® en la compa?¨ªa de Martha Graham, pero tal regidur¨ªa no ha sido capaz de aportar coherencia y ritmo al espect¨¢culo, que tiene momentos hermosos en las individualidades de sus solistas, en sus fuertes improntas, pero que no logran espesar el caldo; cuatro formas de baile muy diferenciadas entre s¨ª tanto en proyecci¨®n como en estilo.
Roc¨ªo Molina (M¨¢laga, 1984) es la m¨¢s joven y la m¨¢s inexperta del cuarteto, abordando el Agua sobre una guajira cantada sensiblemente. Su baile es demasiado afectado, queriendo expresarse sobre m¨®dulos arcaizantes, poses y quiebros que, pudiendo recordar lo vern¨¢culo, se quedan en mera gestualidad, a veces extra?a al baile mismo, un exceso en el braceo que perjudica sus l¨ªneas. Luego aparece Carlos Rodr¨ªguez (Madrid, 1975), que es el mejor de la funci¨®n, el que arrastra al p¨²blico y el que se entrega a un intenso trabajo virtuoso de giros y zapateados para representar el Aire, dando una bocanada de frescura, un vendaval que le convierte en un Ariel mensajero.
Alejandro Granados recrea en la Tierra sus valores de tradici¨®n, una siguiriya cargada de expresi¨®n que da paso al Fuego: Carmen Cort¨¦s, una artista madura, concentrada y llena de fuerza que asume su papel a trav¨¦s de una sole¨¢ que domina y hace con acento circular conc¨¦ntrico, lo que presta hondura y seriedad.
Pero, ?qu¨¦ pasa para que esas cuatro llamadas se queden en orfandad? Que la presencia de un argumento tan comprometido exige algo m¨¢s que un recital de sucesivos donde no escasearon los errores, como la presencia de un inc¨®modo percusionista capaz de arruinar el efecto de los taconeos dando golpes a unas tinajas o imponi¨¦ndose con una perversa caja.
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