Nunca m¨¢s
"Blas Infante no muri¨® solo" se ha dicho estos d¨ªas. En efecto, al menos otras cuatro personalidades fueron fusiladas con ¨¦ste; los diputados Jos¨¦ Gonz¨¢lez y Fern¨¢ndez de Labandera, ex alcalde republicano de Sevilla, y Manuel Barrios Jim¨¦nez, presidente provincial del PSOE.; el concejal de Izquierda Republicana Emilio Barbero N¨²?ez, y el secretario de la masoner¨ªa andaluza y miembro de Uni¨®n Republicana, Ferm¨ªn de Zayas Madera. Pero el asesinato de estos cinco hombres inocentes hay que enmarcarlo hist¨®ricamente en la hecatombe que fue la guerra civil en la retaguardia de los dos bandos contendientes.
Dos bandos de muy distintas caracter¨ªsticas, que no cabe simplificar para despachar salom¨®nicamente un tema tan delicado, diciendo que "los dos fueron iguales". Pero tampoco caben los juicios maniqueos, justificativos de los excesos de un bando y condenatorios del contrario. Que la represi¨®n en la retaguardia franquista hizo bastantes m¨¢s v¨ªctimas mortales que la del lado republicano es algo demostrado ya por los historiadores. Pero esto no consolaba al l¨²cido y apesadumbrado presidente de la Rep¨²blica Manuel Aza?a. Que, hondamente afectado por la carnicer¨ªa fratricida, trazar¨ªa el lejano horizonte de la reconciliaci¨®n con una pat¨¦tica invocaci¨®n de "paz, piedad, perd¨®n".
Afortunadamente esta divisa es hoy asumida por la inmensa mayor parte de los espa?oles. Pero esto no equivale a ignorancia y olvido, sino todo lo contrario. Durante mucho, demasiado tiempo, la ignorancia y el silencio han pesado sobre muchas de las v¨ªctimas de la represi¨®n de un bando, incluso sobre los compa?eros de sacrificio de Blas Infante. Hace ya alg¨²n tiempo, un joven familiar de uno de ¨¦stos me comentaba la aut¨¦ntica depresi¨®n que sufre toda la familia, cada a?o, al acercarse el aniversario del fusilamiento. En una ocasi¨®n, uno de sus mayores, herido por las celebraciones solemnes, centradas s¨®lo en una de las v¨ªctimas, exclam¨®: "?Nos han robado el 11 de agosto!".
A¨²n est¨¢ pendiente el duelo colectivo sobre muchas de las v¨ªctimas de un bando, tan silenciadas que sus defunciones ni siquiera han sido inscritas en el Registro Civil. Lo cual no quiere decir que las v¨ªctimas del bando vencedor, que en su momento fueron lloradas p¨²blicamente y a las que durante las largas d¨¦cadas del franquismo se les hizo un largo duelo como "ca¨ªdos por Dios y por Espa?a", deban ahora pasar a las tinieblas del olvido. Ser¨ªa una ofensa a su memoria y al dolor de sus familiares, tan humanos y leg¨ªtimos como los de los otros. No hay que olvidar al alcalde o al maestro republicanos, al dirigente o al militante anarco-sindicalista, comunista o socialista, fusilados por los sublevados; pero tampoco al cura, al seminarista, al dirigente o al militante falangista, tradicionalista o cat¨®lico conservador, fusilados por los izquierdistas.
Otra cosa no estar¨ªa justificada ni por las diferencias cuantitativas entre ambas represiones ni por las cualitativas. En verdad, las v¨ªctimas de la represi¨®n derechista en Andaluc¨ªa, todav¨ªa sin cuantificar por razones obvias, ya que la inmensa mayor¨ªa no est¨¢ inscrita en el Registro Civil, son much¨ªsimas m¨¢s que de la represi¨®n izquierdista, cuantificadas exhaustivamente al finalizar la guerra y exageradas. Es cierto que en el bando republicano fusilaron sobre todo grupos incontrolados, al margen y contra las autoridades y a¨²n contra los dirigentes de izquierdas; y en el sublevado las fuerzas del orden, reforzadas por civiles ultraderechistas, siguiendo ¨®rdenes estrictas de los mandos y autoridades insurgentes. Pero los horrores de un bando no justifican los del contrario.
No obstante, este manique¨ªsmo se ha practicado mucho, a veces sutil y casi insensiblemente. Incluso se ha pretendido justificar la sublevaci¨®n militar resaltando los errores de la Rep¨²blica y de las izquierdas en general. Pero tampoco esos errores justifican ciertos horrores. El militarismo africanista, que invade la Pen¨ªnsula al frente de un Ej¨¦rcito colonial, reforzado por centenares de miles de marroqu¨ªes a sueldo, para sojuzgar a las amplias capas populares que sostienen la Rep¨²blica, no puede justificarse por los errores pol¨ªticos de ¨¦sta o de algunos de sus dirigentes y partidarios.
El fascismo ultranacionalista, que entiende como id¨®nea en la lucha pol¨ªtica "la dial¨¦ctica de los pu?os y las pistolas", pregonada por su l¨ªder, Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, sacralizando la violencia, dio amargos frutos de fanatismo fratricida. Lo mismo que el integrismo cat¨®lico, carlista o cedista, y el conservadurismo social a ultranza. Pero del otro lado, aun en el seno de una Rep¨²blica liberal y democr¨¢tica, no todo era concordante con ¨¦sta.
El anticlericalismo rabioso y el odio de clases, propagado por el revolucionarismo ultraizquierdista, tambi¨¦n dio amargos frutos, similares a los del campo contrario. Tan inocente era el obrero o la obrera, fusilados por haber denunciado a un patr¨®n que no cumpl¨ªa las bases de trabajo; como el cura, la monja, el seminarista o el propietario, fusilados por ser tales.
A nuestro juicio, el sacrificio del andalucista Blas Infante, del alcalde Labandera, del diputado Manuel Barrios, del concejal Emilio Barbero y del mas¨®n Ferm¨ªn de Zayas, como los de tantos miles, deben ser estudiados y evocados en el contexto de aquella desgraciada y desatinada contienda civil. Sin otro apasionamiento que el de la verdad hist¨®rica. Sin otros objetivos que los de recuperar ¨¦sta, tan oculta durante tanto tiempo, y afianzar el sentimiento colectivo de que aquello no se repita nunca m¨¢s.
Juan Ortiz Villalba es Catedr¨¢tico de Instituto y autor, entre otras publicaciones, de Sevilla, 1936, del golpe militar a la guerra civil.
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