La soledad era esto
ME ESTOY HACIENDO tortillera. Es el problema que tiene la soledad del individuo en el mundo moderno, que te lleva hacia caminos inesperados. Y yo estoy muy sola. Sola y tortillera, qu¨¦ pena m¨¢s grande. Todos los d¨ªas leo los peri¨®dicos espa?oles por Internet, y siento que me estoy perdiendo, ay, uno de esos momentos de intenso debate intelectual: no sabemos si en un futuro las que se agachen a recoger las pelotas en los partidos de tenis ser¨¢n modelos que ense?ar¨¢n sus braguitas al agacharse o bien se optar¨¢ por monjas que har¨¢n volar los h¨¢bitos persiguiendo las pelotas de un lado a otro de la pista. Y yo, en Nueva York. A mediod¨ªa siento la llamada del tortillerismo y voy a la cafeter¨ªa de abajo. Meto a mi yorkie en una bolsa ad hoc. No soy la ¨²nica, la cafeter¨ªa est¨¢ llena de se?oras con sus perritos de bolsillo metidos en bolsas ad hoc. Pido todos los d¨ªas una tortilla. Cada d¨ªa me la rellenan de una cosa, seg¨²n me d¨¦. Me como todos los d¨ªas tres huevos. Mi madre dec¨ªa: de lo que se come, se cr¨ªa (ya veremos). Todas las se?oras comemos nuestras tortillas en silencio, y llevamos gafas de sol enormes, aunque llueva. Un d¨ªa me di cuenta de que todas las se?oras eran ancianas de la tercera edad. Otro d¨ªa supe que son de una residencia cercana. Hay quien podr¨ªa pensar que es un poco deprimente venirse a Nueva York, la ciudad que nunca duerme, para acabar, como quien dice, en una residencia. Y m¨¢s estando en la flor de la edad, como es mi caso. Pues s¨ª, es bastante deprimente. Una de las ancianas me dijo que las llevaban a la cafeter¨ªa para obligarlas a caminar. "Si yo fuera joven como t¨², cari?o, har¨ªa que me subieran la tortilla a casa, porque Nueva York es esa ciudad en la que puedes vivir sin poner los putos pies en la calle". La anciana termin¨® su nost¨¢lgico speech y eruct¨®, y las otras ancianas y yo dijimos a coro "bless", que es lo que decimos aqu¨ª cuando la gente estornuda o eructa. Es multiusos. En total que, animada por dicha anciana, ayer me qued¨¦ en casa. Me vest¨ª con un ch¨¢ndal de GAP que anunciaba Sarah Jessica Parker, que compr¨¦ en Internet. Podr¨ªamos decir que mi aspecto roza el pedorrismo. Un hispano me subi¨® mi tortilla, y as¨ª practiqu¨¦ mi espa?ol, que lo estoy olvidando. Me encanta decir que estoy olvidando mi espa?ol. Es algo que suelen decir algunos espa?oles que viven aqu¨ª. Suelen ser los que hablan peor el ingl¨¦s. Como yo. Me puse delante de la tele con mi tortilla. Sal¨ªan los Simpson en un anuncio para animar al voto: Homer, el padre, est¨¢ delante de la tele con una cerveza y le dice a su hija: "Tienes que ver el b¨¦isbol, todo buen americano debe ver la final de b¨¦isbol, eso es patriotismo", y la hija le responde: "Papi, ?es m¨¢s patri¨®tico ver el b¨¦isbol que votar en las elecciones?", y Homer le responde: "?Elecciones, qu¨¦ elecciones?". Acab¨¦ mi tortilla, ech¨¦ un provechito, me dije a m¨ª misma "bless" y me qued¨¦ cuajada. Me despert¨® un negro de dimensiones descomunales que tra¨ªa la compra del s¨²per. La tir¨® literalmente en mitad del sal¨®n. Dijo: "Que tenga un buen d¨ªa", y se me qued¨® mirando. Con los negros que vienen a traerte pedidos practicas poco el ingl¨¦s, la verdad, porque acumulan tal rencor social hacia el hombre blanco que podr¨ªamos decir que la verdadera traducci¨®n de la frase "que tenga un buen d¨ªa" vendr¨ªa a ser "v¨¢yase usted a tomar por culo". Entonces tienes que darle las gracias y una propina, porque si no se la das te montan el cl¨¢sico pifostio interracial. Cuando abres las cajas te das cuenta de que has hecho una compra absurda, porque en tus clases de ingl¨¦s nunca has practicado el vocabulario de la intendencia y resulta que has comprado cinco docenas de huevos, pero misteriosamente huevos que s¨®lo tienen clara, sin yema, que es lo ¨²ltimo en huevos. Lo cual me indigna un poco en mi calidad de tortillera tradicionalista. Para merendar, en vez del espa?olazo caf¨¦ con leche, llamo al chino de abajo y me pido un pollo al curry. Mi conocimiento del chino es escaso, as¨ª que apenas cruzamos dos palabras; pero nos hacemos incontables reverencias, y cuando el chino dice: "Lindo, Linda", nos meamos de la risa. El mexicano del quiosco me sube The New York Times, y leo que un asesor de Bush dice que cuanto m¨¢s se r¨ªan los dem¨®cratas arrogantes de la Costa Este y Oeste de las maneras de andar y de hablar del paleto Bush, m¨¢s votos conseguir¨¢ el presidente, porque Am¨¦rica, dice el asesor, es todo lo que hay en medio de esas dos costas. Para terminar viene mi profesor de ingl¨¦s, un estudiante modernillo de Columbia. Le digo que no voy a salir de casa durante un mes y que escribir¨¦ un best seller sobre ello. Le pregunto qu¨¦ pasar¨ªa si de pronto sintiera la necesidad imperiosa de fumarme un porro y no quisiera tirarme a las esquinas. Y para mi sorpresa, mi profesor resulta ser un experto. Me dice que hay repartidores que te traen lo que quieras, que suelen ser hispanos, superamables, que los conocen en todas las porter¨ªas y que puedes pedir cualquier tipo de droga. Se saca los tel¨¦fonos de la mochila. Me dice que si quiero que llame y as¨ª vemos si soy capaz de hacer un pedido. Se trata, dice, de integrar la realidad en nuestras conversaciones. Lo hago. A la media hora viene el hispano con una china (me refiero al chocolate). No s¨¦ c¨®mo, pero acabamos fum¨¢ndonos un porro. En Nueva York. Luego ventilo bien las ventanas para que mi santo no lo huela cuando vuelva. ?l siempre piensa que alg¨²n d¨ªa acabar¨¦ en la c¨¢rcel. Me mete unos miedos el t¨ªo.
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