Am¨¦rica, una Europa mejor
No hay ya verdadera emulaci¨®n entre las razas europeas, porque la forma econ¨®mica dentro de la cual viven, lo impide. El capitalismo se caracteriza por la uniformidad y monoton¨ªa de su r¨¦gimen. Es ¨¦l el imperio del dinero, el cual es aritm¨¦tica, hier¨¢tica aritm¨¦tica, id¨¦ntica en Sevilla y en Londres. La nivelaci¨®n cultural de Europa durar¨¢ lo que dure la forma capitalista de la econom¨ªa. Mientras tanto, las razas no podr¨¢n manifestar sus energ¨ªas individual¨ªsimas en la lucha y convivencia de unas con otras.
El equilibrio europeo obliga a pensar en que germanismo y mediterranismo, perdidas sus cualidades diferenciales, sus limitaciones, aspiran a fundirse en una unidad superior. Por lo pronto, es ¨¦sta imposible. Una nueva cultura m¨¢s amplia y m¨¢s en¨¦rgica que sea verdaderamente europea -algo que Nietzsche sospechaba cuando se refer¨ªa a los bons europ¨¦ens-, una cultura esencial, en que la peculiaridad de las razas y de los idiomas sirva de puro material, de abono y de fermento, s¨®lo puede originarse dentro de la atm¨®sfera de una nueva econom¨ªa. El socialismo internacional a pesar de ser en sus mayores porciones un movimiento materialista, empujado por una ideolog¨ªa estomacal, aspira a hacer posible un nuevo tipo humano, un hombre nuevo, y para ello prepara nuevas constituciones econ¨®micas. Pero su acci¨®n es muy lenta.
Los norteamericanos se han dejado arrebatar por su propia econom¨ªa, son esclavos de ella
Ni franc¨¦s, ni italiano, ni espa?ol, ni alem¨¢n, ser¨¢ este hombre nuevo, sino todos a la vez, lo europeo
Hay, en cambio, un lugar, nada menos que un continente, donde el problema del hombre futuro, de la nueva cultura, es perentorio, y de la regi¨®n sutil de la teor¨ªa desciende a cuesti¨®n pol¨ªtica, casi palpable. Me refiero a Am¨¦rica. Esa Europa mejor a la que aspiramos no puede ser, por lo pronto, sino en Am¨¦rica. La viceversa es tambi¨¦n verdad: Am¨¦rica no puede ser sino una Europa mejor.
Es curioso que la doctrina de Monroe, indiscutible como norma de las discusiones diplom¨¢ticas, no tiene sentido dentro de la historia universal, y es la contradicci¨®n patente de los destinos americanos. Yo he de hablar con lealtad siempre a mis lectores, y no creo que sea la misi¨®n del publicista ocultar su opini¨®n. Pues bien, francamente, si Am¨¦rica ha de ser para los americanos, no merec¨ªa que ese nuevo mundo se llamara nuevo mundo y ocupara tanto espacio en nuestros ensue?os de porvenir. Para esa afirmaci¨®n del nacionalismo ¨¦tnico bastaban ya los seniles pueblos del antiguo continente, China e Inglaterra, Francia y Alemania.
Mas Am¨¦rica, muy especialmente Centro y Sud-Am¨¦rica, es para nuestra vieja y melanc¨®lica sensibilidad metropolitana un en¨¦rgico canto de vida y esperanza, como canta Rub¨¦n Dar¨ªo, el indio divino. "T¨² eres mi mejor yo" -dice a su amada en un soneto el poeta Shelley: "T¨² eres mi mejor yo" piensa Europa de Am¨¦rica, cuando se reconcentra en s¨ª misma all¨¢ en las meditaciones de alguno de sus fil¨®sofos o historiadores.
?Argentina! ?De los Andes al Atl¨¢ntico, una inmensa matriz en que se concibe el hombre nuevo! Ni franc¨¦s, ni italiano, ni espa?ol, ni alem¨¢n, ser¨¢ este hombre nuevo, sino todos ellos a la vez, es decir, lo mejor de cada uno, lo esencial de las razas europeas, lo europeo. Lo europeo es un ideal, una esperanza y un proyecto que por vez primera se levant¨® en los corazones de unos hombres habitantes de las costas del Mar Egeo: los cl¨¢sicos, los griegos. Y este sue?o ha rodado durante veinticinco siglos entre los Urales y Finisterre, se ha perdido cien veces y se ha vuelto a encontrar, y cada vez que de nuevo aparec¨ªa sent¨ªan los hombres un renacimiento. No se olvide: siempre que la historia ha hecho soplar el viento de las costas del Mar Egeo, las razas de Occidente quedaban encintas como yeguas de la Camarga que fecunda el Mistral. El sue?o se ha ido completando, madureciendo, purificando; casi dir¨ªa que ya es perfecto. S¨®lo falta la posibilidad externa de que se realice.
La posibilidad de lo europeo es lo americano. ?Hasta qu¨¦ punto se halla vivaz en Am¨¦rica la conciencia de su suprema misi¨®n cultural? -nos preguntamos a menudo-. ?C¨®mo trata Am¨¦rica el problema de esos millones de emigrantes que acuden de los cuatro puntos cardinales, de todas las razas, de todas las regiones, a guisa de polen innumerable atra¨ªdo por el inmenso ¨²tero virgen? ?Se entregar¨¢ ella tambi¨¦n a los mitos vetustos, a las supersticiones del antiguo continente, aceptar¨¢ el fantasma de la Fatalidad, renunciar¨¢ a granizar las bases econ¨®micas de su vida de una manera libre, voluntaria, conforme a su misi¨®n hist¨®rica? Y, sobre todo: ?hace cuanto es dable hacer para que esa poblaci¨®n heterog¨¦nea se eleve a una unidad espiritual, dentro de la cual el nuevo choque de razas que en ella va a verificarse sea aprovechable para el progreso universal?
Recientemente he le¨ªdo un libro de Wells -El porvenir de Am¨¦rica- donde el autor declara que los Estados Unidos se han desviado gravemente de la l¨ªnea que les marcaba la continuidad de la cultura. Son sus palabras amargas y contundentes. Los norteamericanos se han dejado arrebatar por su propia econom¨ªa, son esclavos de ella como los pueblos de Europa. ?Cu¨¢n lejano parece el sue?o de Walt Whitman, el sue?o que so?¨® para Am¨¦rica!
Largo ser¨ªa entrar en la discusi¨®n de todos estos puntos. Mas yo me contentar¨ªa con que estos p¨¢rrafos hubieran aguzado la sensibilidad de algunos lectores para este problema magno: ?c¨®mo es posible reducir las razas heterog¨¦neas a un denominador com¨²n? ?C¨®mo es posible un esfuerzo homog¨¦neo, "profundamente homog¨¦neo", c¨®mo es posible la alta cultura en Am¨¦rica?
A los ojos salta la necesidad de superar las formas diferenciales que constituyen las culturas particulares, francesa, italiana, espa?ola, alemana, salvarse de esta confusi¨®n de pretensiones an¨¢logas y fijar con inequ¨ªvoca f¨®rmula la cultura esencial, la ¨²nica cultura verdadera.
Ahora bien, esa cultura esencial que atraviesa todas las variaciones hist¨®ricas y las trasciende inmortal, se mostr¨® una vez casi en su pureza, relativamente exenta de exterioridades ornamentales, de superfetaciones y desviaciones. Fue aquella hora en que naci¨®, fue en su momento original: Grecia.
S¨®lo ha habido en el mundo una cultura cl¨¢sica, por la sencilla raz¨®n de que hay s¨®lo una cultura verdadera -una sola aritm¨¦tica, una sola f¨ªsica, una sola l¨®gica, una sola ¨¦tica- y ¨¦sta, evidentemente, naci¨® s¨®lo una vez. S¨®lo Grecia no es un pasado: Dem¨®crito y Plat¨®n, Esquilo y Arist¨®fanes, Euclides y Arqu¨ªmedes, viven hoy, son tan actuales y presentes como en su edad.
Eternamente ser¨¢n esas figuras incomparables remedio a las naciones caducas, y en cuanto a las naciones nuevas que se disponen a continuar los afanes del progreso, que intentan prolongar y ampliar y mejorar la humanidad, s¨®lo ese sendero del helenismo las puede conducir a la historia universal, que es, ni m¨¢s ni menos, la historia de la cultura.
Cierto, para echar una cuenta no es menester saber griego. El negociante, el industrial, el banquero, pueden, sin duda, desentenderse del clasicismo y cubrir, no obstante, sus libros con n¨²meros y f¨®rmulas que inventaron los pitag¨®ricos. Mas a la par los obreros que incendian una f¨¢brica o arruinan una industria con la huelga y el sabotage tampoco saben que el instinto feroz que los impele -el socialismo- fue descubierto por hombres que aprendieron la idea de justicia en los libros de Plat¨®n.
Mientras en Francia corrigen sus cuartillas los periodistas, seg¨²n la pauta de Cicer¨®n, preparen los argentinos una minor¨ªa intelectual mediante las cl¨¢sicas sustancias hel¨¦nicas. Y entonces se ver¨¢ qui¨¦n vende m¨¢s libros y qui¨¦n se queja menos.
La Prensa, 19 de septiembre de 1911.
ELOGIO DEL FIL?SOFO AL CARICATURISTA
No creo que exista hoy en Espa?a caricatura con m¨¢s alta aspiraci¨®n est¨¦tica que la de Bagar¨ªa. Por esto mismo fueran menester muchas palabras para fijar su sentido. Como los ensue?os -que a veces son pesadillas- cada dibujo de Bagar¨ªa irradia alusiones hacia los cuatro puntos cardinales del esp¨ªritu. Tiene un Sur de impresionismo con que atenaza el gesto moment¨¢neo y fatal de la persona. Tiene un Norte por el cual es s¨ªmbolo, mejor aun, alegor¨ªa de conceptos insensibles. Tiene un Este de pura ornamentalidad como si fuese un tapiz persa o un vetusto dibujo geom¨¦trico seg¨²n la afici¨®n de los arios. Tiene, en fin, un Oeste, un Far-West de futurismo, de caprichosa voluntad o voluntad de capricho. Espa?a, 6 de abril de 1916
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