El busto es m¨ªo
LO BUENO DE VERDAD de las neoyorquinas son los pechos. Yo dir¨ªa las tetas, pero estoy en el pa¨ªs de la correcci¨®n pol¨ªtica, y aqu¨ª las mujeres no tienen tetas, tienen busto. Lo bueno de verdad de las neoyorquinas es el busto. Me lo confirma un amigo m¨ªo, completamente heterosexual el pobre, que est¨¢ haciendo una tesis. No es que est¨¦ haciendo una tesis sobre el busto de las neoyorquinas, no, mi amigo se vino aqu¨ª hace muchos a?os a hacer una tesis sobre la poes¨ªa del XIX, y aqu¨ª sigue, con una incipiente calvicie y dici¨¦ndoles a sus padres, ya ancianos los pobres, que la tesis va viento en popa. Los padres espa?oles se lo creen todo. Mi amigo estudia lo justo, trabaja lo justo, y se acuesta con todas las se?oritas que se le ponen a tiro (ah¨ª es donde se le va a mi amigo toda la energ¨ªa). Mi amigo, al poco de venir a Nueva York, se puso un mapamundi en su apartamentito de Chelsea y fue poniendo chinchetas en el pa¨ªs del cual proced¨ªa la chica con la que se estaba acostando. El mapamundi de mi amigo est¨¢, a d¨ªa de hoy, lleno de chinchetas. En Corea, sin ir m¨¢s lejos, mi amigo tiene cinco chinchetas, porque aqu¨ª en Nueva York, si eres heterosexual y no has tenido una aventura con una asi¨¢tica, desde aqu¨ª te lo digo, no eres nadie. Mi amigo dice que el multiculturalismo empieza por uno mismo. Aqu¨ª en Nueva York, las asi¨¢ticas se est¨¢n llevando much¨ªsimo y en los restaurantes de moda se ven muchas parejas interraciales. Hay veces que hasta a mi santo, que es un poco antiguo, le da verg¨¹enza ir conmigo por la calle porque soy blanca. Ir con chinas es la manera que tienen los americanos de demostrar que no son racistas. Pero a m¨ª no me enga?an. Porque la asignatura pendiente son las parejas entre negras y blancos, o al rev¨¦s. Mi amigo, que de esto sabe un huevo, dice que el racismo viene de las dos partes, que las negras desprecian a los blancos con el l¨¢tigo de su indiferencia. Y eso a mi amigo le pone muy triste. Porque mi amigo es en s¨ª mismo una ONG, ¨¦l s¨®lo quiere: dar, dar y dar. Dice que dentro de poco se le acabar¨¢ la beca y se ir¨¢ de Nueva York teniendo a¨²n chinchetas sin clavar, esas chinchetas que le hacen sangre en las manos. Las chinchetas de todas aquellas damas negras que le ignoraron. Yo, aunque soy blanca, intento consolarle. Le digo que un solo hombre no puede cambiar en tres a?os todos los h¨¢bitos raciales de siglos. Estamos en La C?te Basque, el viejo restaurante en el que Truman Capote situ¨® el cuento que le cost¨® el rechazo de toda esa alta sociedad neoyorquina que le hab¨ªa querido tanto. Yo le cuento a mi amigo el argumento porque viene al pelo: trata de un empresario jud¨ªo que aprovechando la ausencia de su mujer, liga con la mujer del alcalde, que es cat¨®lica perdida. El jud¨ªo se lleva a la cat¨®lica a su apartamento y echan un polvo penoso, con la mala suerte de que la cat¨®lica tiene la regla y le llena de sangre al empresario las s¨¢banas. Cuando la cat¨®lica se va, el empresario se pasa dos horas lavando las s¨¢banas en la ba?era, luego las mete al horno para que se sequen. Las s¨¢banas empiezan a oler a quemado, las saca del horno y las pone entre h¨²medas y chamuscadas en la cama. Extenuado, se acuesta y espera a que llegue su se?ora por la ma?ana. El cuento acaba con la llamada de tel¨¦fono de su esposa: "Cari?o, que no me puedo pasar por casa ahora, nos vemos a la hora de comer". Este cuento extraordinario en su d¨ªa fue un esc¨¢ndalo, primero, porque todo el mundo les puso nombre real a los personajes. No s¨¦ qu¨¦ pasar¨ªa si en Espa?a se publicara un cuento en el que un empresario conocido se acuesta con la mujer del alcalde de Madrid o Barcelona, y se tuviera la certeza de que lo que se cuenta pas¨® realmente. Pero adem¨¢s, el cuento ten¨ªa el morbo del polvo entre personas de dos religiones distintas. Hay un chiste jud¨ªo muy gr¨¢fico sobre este asunto: va un t¨ªo y le dice a su amigo: "?Sabes que les he presentado a mis padres a mi novia y les ha ca¨ªdo estupendamente?". Y el amigo se extra?a: "?Y c¨®mo lo has conseguido, siendo tu novia cat¨®lica y tus padres tan jud¨ªos?". Y el t¨ªo dice: "Porque antes les present¨¦ una negra". Yo le cuento chistes a mi amigo para distraerle, pero no hay tu t¨ªa. Las negras no le han querido por su blancura. As¨ª que el pobre se ha desquitado con las blancas. Y me dice que lo bueno de las neoyorquinas es el busto, que, aunque sean delgad¨ªsimas, lo tienen enorme. Debe ser porque comen mucho pollo, dice mi amigo. Al principio, cuenta mi amigo, le cost¨® un poco hacerse a semejantes bustos, porque los intelectuales europeos, dice, siempre nos hemos decantado por los pechos peque?os. Mi amigo es un soci¨®logo, un poeta, un heterosexual de los que ya no quedan. Dice que las neoyorquinas est¨¢n hist¨¦ricas, que, por un lado, te ense?an el busto; por otro, te miran con cara de perro si ven que se lo miras, y por otro, est¨¢n deseosas de tener intercambios sexuales. As¨ª que los hombres, no sabiendo a qu¨¦ carta quedarse, se han cobijado en el cuartel de invierno de la metrosexualidad. Eso dice mi amigo, que aprovechando la metrosexualidad del hombre blanco, se ha merendado a medio Nueva York. Las mujeres est¨¢n muy solas, me dice. Mi amigo es un consolador. "Qu¨¦ bueno eres", le digo. "Hago lo que puedo", me dice. Y se pone a ligar con la camarera delante de m¨ª, el asqueroso.
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