En memoria de Fernando Chueca Goitia
Cuando Fernando Chueca, hace ahora apenas un a?o, decidi¨® presentar, junto con Luis de Pablo y Rafael Canogar, mi candidatura a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, me abri¨®, de par en par, las puertas de su casa y me ofreci¨® lo m¨¢s precioso de aquel empe?o, la oportunidad de tratarle de cerca. Nos anudaba una vieja relaci¨®n familiar que se remontaba a aquel famoso crucero por el Mediterr¨¢neo en el que, en los a?os treinta del siglo pasado, ¨¦l y mi padre, con alguno m¨¢s de aquellos j¨®venes estudiantes, intentaron visitar a Trotsky en la isla donde se encontraba confinado, en una modesta barca que tuvo que regresar a mitad de traves¨ªa, vencida por un temporal. Luego vino su amistad con mi t¨ªa Carmen Mara?¨®n -que dej¨® la huella de la restauraci¨®n del palacio toledano de Galiana-, su relaci¨®n con mi abuelo, tan llena de afinidades y admiraciones mutuas, y finalmente, mi gran amistad con su hijo Fernando.
En estos momentos se agolpan, v¨ªvidos y cercanos, los recuerdos de los ¨²ltimos 12 meses. Me acogi¨® un anciano de 92 a?os, reci¨¦n operado de un c¨¢ncer, pero, si se quiere, joven, por su inteligente entusiasmo, por su ilimitada generosidad, por su lucidez intelectual, por su sentido del humor, por su vasto y actualizado conocimiento, por su vigor, por sobreponer sus proyectos a los maravillosos recuerdos de una existencia, en todos los ¨®rdenes, plena, por su asombrosa capacidad de hacer. Acababa de publicar uno de sus Cuadernos del est¨ªo -bell¨ªsimos ejercicios literarios de quien adem¨¢s de saber tanto escrib¨ªa excelentemente- y estaba entretenido en terminar una novela -Las memorias de don Juan-. Y ayer, cuando le vel¨¢bamos, Rafael Manzano nos le¨ªa, emocionado, p¨¢rrafos de una nueva obra, reci¨¦n terminada, sobre el islam y su arquitectura. Entre medias, violentando el orden natural de sus finales, hab¨ªa muerto Goya -su extraordinaria mujer- dejando en su vida cotidiana un vac¨ªo irreparable, que afortunadamente paliaron su hijo y Rosario, con esos nietos que colmaron sus ¨²ltimos a?os de sonrisas y esperanzas.
En mi caso decidi¨® enviar una carta a los acad¨¦micos que le eran m¨¢s pr¨®ximos, recomendando mi candidatura. Lo cierto es que escribi¨® a casi todos, y lo m¨¢s sobresaliente es que no hubo un texto igual a otro: cada carta evidenciaba los matices de una relaci¨®n personal distinta, y transmit¨ªa, caso a caso, el argumento que m¨¢s me favorec¨ªa. Con su alt¨ªsima autoridad apoy¨® tambi¨¦n personalmente mi candidatura, por tel¨¦fono, con encuentros personales, movilizando a otros para otros, lleno de energ¨ªa. Y cuando finalmente fui elegido, ?con qu¨¦ inolvidable contento lo celebr¨® con nosotros, y con cu¨¢nta delicadeza renunci¨® a cualquier m¨¦rito en ello, y con cu¨¢nta ilusi¨®n habl¨® conmigo, una y otra vez, de futuros compartidos -acad¨¦micos, toledanos y m¨¢s personales-! Recientemente, hace apenas dos semanas, fue a la Academia y reclam¨® hacer el discurso que respondiera, el pr¨®ximo 29 de noviembre, al m¨ªo de ingreso. Lo hizo con tanta vehemencia como ilusi¨®n por la tarea, aunque, obviamente, estando tan ajustado el tiempo, las dificultades de hacerlo eran muy grandes. Fui a verle para determinar lo que deb¨ªa hacerse, y sabiendo que Alfredo P¨¦rez de Armi?¨¢n, a quien tanto respetaba, hab¨ªa avanzado mucho en un posible discurso, me propuso "innovar", y que fueran dos las intervenciones. Era su genio, aunque luego, sabiendo cumplir con el necesario deber de adaptaci¨®n que tenemos todos entre lo que deseamos y podemos hacer, propuso la soluci¨®n que finalmente ha prosperado: ¨¦l escribir¨ªa unas p¨¢ginas y Alfredo las incluir¨ªa en su propio discurso como una cita singular. As¨ª, unas horas despu¨¦s, nos llegaba lo que quiz¨¢s haya sido su ¨²ltimo texto: un precioso testimonio m¨¢s de su generosidad, y de su amor por Toledo, esa ciudad que ha llegado tarde en su reconocimiento a una de las personas que m¨¢s la quisieron y que m¨¢s hicieron por ella.
Son otros los que deben escribir en esta hora triste con su autoridad sobre Fernando Chueca: sus disc¨ªpulos y sus compa?eros m¨¢s cercanos, como nuestros admirables Pedro Navascu¨¦s, Rafael Manzano y Gonzalo Anes, para situar su figura en la perspectiva que le corresponde. S¨¦ que lo har¨¢n. Mi testimonio es el ¨²ltimo.
Si podemos imaginarnos anticipadamente la desaparici¨®n de alguien, el desgarro de la separaci¨®n se dulcifica. Con Fernando Chueca este ejercicio ha sido imposible por muchas se?ales l¨®gicas que pudieran anunciar su posible muerte, la primera esa vida tan fecunda, tan cumplida dir¨ªamos. Y es que ni antes, ni hoy, pod¨ªamos concebir que se apagara la existencia de quien tan apasionadamente amaba la vida, de quien hasta el ¨²ltimo de sus instantes conserv¨® su extraordinaria personalidad, que no su cuerpo, inc¨®lume, ¨ªntegramente a salvo de las heridas del tiempo.
Gregorio Mara?¨®n y Bertr¨¢n de Lis es acad¨¦mico electo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.