?ntimo infinito
Vuelta a Leopardi para leer la traducci¨®n catalana, espl¨¦ndida, de los Canti realizada por Narc¨ªs Comadira a lo largo de 18 a?os. Una versi¨®n que sintoniza sorprendentemente con el tono leopardino, un juego musical e idiom¨¢tico que llam¨® ya poderosamente la atenci¨®n a los contempor¨¢neos del poeta de Recanati. Comadira, jugando tambi¨¦n con la m¨²sica y el idioma, recrea en catal¨¢n los grandes despliegues de una lengua italiana tremendamente hermosa pero sometida a una tensi¨®n casi insoportable. El resultado es una escritura inquietante y vigorosa.
Como inquietante y vigoroso es el propio pensamiento de Leopardi, un escritor que obliga a lecturas sucesivas que a menudo chocan antes de complementarse. Hay un Leopardi, relativamente suave, que encaja a la perfecci¨®n con el alejado, durante d¨¦cadas, en los manuales escolares italianos: melanc¨®lico, eleg¨ªaco, fuerte en la desesperanza, nost¨¢lgico de mundos perdidos y extra?amente sabio en un amor que apenas intuy¨®. Hay, asimismo, sin salir de los Cantos, otro Leopardi duro y tr¨¢gico, un hombre lanzado a una lucha sin cuartel con la verdad y que est¨¢ dispuesto a dejar la piel en el campo de batalla. Concebidos desde esta perspectiva, sus poemas son maravillosos alegatos contra el miedo del hombre a traspasar la superficie y verse en las profundidades del estanque. Es esa visi¨®n en profundidad la que sostiene la desolada belleza a la que se aferra el Leopardi maduro, si as¨ª puede hablarse de alguien casi tan prematuro en sus prodigios como Mozart y que, como ¨¦ste, muri¨® muy joven, a los 39 a?os.
Leopardi, de escritura inquietante y vigorosa como su propio pensamiento, es un poeta que obliga a lecturas sucesivas que a menudo chocan antes de complementarse
Es probable, no obstante, que una lectura m¨¢s detenida de los poemas leopardinos ayude a comprender la unidad de fondo que ilumina su poes¨ªa. O quiz¨¢ sea ¨²til al lector que ya ha entrado en los Cantos -la imprescindible puerta de entrada a la obra de Leopardi- emprender un apasionante rodeo y dejar provisionalmente los poemas para adentrarse en otras dos obras del escritor, las Obritas morales y el Zibaldone, en las que se agita espiritualmente lo que en aqu¨¦llos, finalmente, es ya pura destilaci¨®n de la belleza.
El seguidor de las pistas de Leopardi hallar¨¢ en las Operette morali muchas de las claves de su pensamiento. Pero es en el Zibaldone, uno de los m¨¢s raros y excepcionales libros de la cultura moderna, irreductible por completo a los g¨¦neros, donde descubrir¨¢ c¨®mo se mueve, en su desnuda intimidad, este pensamiento. Ni dietario o autobiograf¨ªa, ni reflexi¨®n filos¨®fica o prosa po¨¦tica, ni apunte secreto o meditaci¨®n -aunque todo ello simult¨¢neamente-, el Zibaldone es un monumental ajuste de cuentas del escritor consigo mismo y, paralelamente, la radiograf¨ªa de una construcci¨®n intelectual presidida por un rigor implacable. El autodidacta Leopardi se sirve de este libro que le acompa?a durante la mitad de su vida como de una escala que deba conducirle, pelda?o tras pelda?o, hasta su destino. En ¨¦l se permite una debilidad inconfesable para alguien que trata de combatir la enfermedad y el infortunio exclusivamente con la fortaleza moral, sin recurrir jam¨¢s al reclamo de la compasi¨®n, y se permite asimismo una franqueza ins¨®lita, no pocas veces derivada hacia una iron¨ªa brillante y demoledora.
Es tentador dejarse perder en el denso laberinto del Zibaldone, un extrav¨ªo que posiblemente otorgar¨¢ al lector anticipaciones fulgurantes de lo que Leopardi dibujaba para el futuro y que en nuestra ¨¦poca est¨¢, m¨¢s para mal que para bien, suficientemente consolidado. El descubrimiento del Zibaldone y de su despiadada lucidez ha cristalizado una cierta tendencia de las ¨²ltimas d¨¦cadas a considerarlo el "aut¨¦ntico mundo" de Leopardi.
Es una opci¨®n. Prefiero, no obstante, tenerlo por el gran camino de rodeo por el que se retorna a los Cantos, el sendero que conduce a la salida de aquel enorme laberinto de emociones, dudas e ideas que es el Zibaldone. En los Cantos, Leopardi depura su mundo, despoj¨¢ndolo de lo superfluo, al tiempo que contrapone el poder de la poes¨ªa a la negrura de sus propios diagn¨®sticos. Esto le proporciona la tit¨¢nica serenidad de que hace gala en los ¨²ltimos poemas frente a la brutal desesperaci¨®n anterior. Una de las mejores muestras del dif¨ªcil pulso mantenido por Narc¨ªs Comadira es, precisamente, su versi¨®n de La retama o la flor del desierto, el largo poema de Leopardi que tiene, casi, el valor de un testamento.
Pero, trat¨¢ndose de Leopardi, ning¨²n poema como El infinito para calibrar el valor de una traducci¨®n. El sutil equilibrio puede romperse en cualquier momento en un texto en el que, milagro po¨¦tico, el infinito se hace familiar, ¨ªntimo. La palabra es tan importante como la m¨²sica, siendo, no obstante, el silencio -los silencios- lo que prevalece sobre tolo lo dem¨¢s. "Aix¨ª en aquesta immensitat se'm nega el pensament: i naufragar m'¨¦s dol? en aquest mar".
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