La batalla de la hegemon¨ªa ideol¨®gica
El secretario general de Comisiones Obreras,Joan Coscubiela, ha sido el primer l¨ªder social de la izquierda que ha expresado en p¨²blico lo que muchos susurran en conversaciones privadas: que el Gobierno tripartito es m¨¢s identitario que de izquierdas, que "m¨¢s que un cambio se ha producido una sustituci¨®n del liderazgo del nacionalismo pujolista: el gui¨®n es el mismo, s¨®lo cambian los actores".
?Es realmente el maragallismo la prolongaci¨®n del pujolismo con otros rostros? Desde que gobierna el tripartito, la gestalt nacionalista ha ganado extensi¨®n en el pa¨ªs, hasta el punto de que todo aquello que queda fuera de la correcci¨®n pol¨ªtica nacionalista cada vez tiene un espacio m¨¢s restringido y marginal en el debate p¨²blico. Naturalmente, algunos dir¨¢n que es una consecuencia de la normalizaci¨®n del pa¨ªs. Son los que piensan que un pa¨ªs normal es aquel en que todos son nacionalistas y el que no lo es (figura imprescindible como otro contra el que reforzar la identidad) debe sentirse en falta. Una idea de naci¨®n que en los demos complejos de las sociedades contempor¨¢neas es dif¨ªcil de hacer realidad sin poner en marcha la m¨¢quina de exclusiones. Yo dir¨ªa que un pa¨ªs normal es aquel en que la cuesti¨®n nacionalista no est¨¢ en la escena. Mientras lo est¨¦, ni Espa?a, ni Catalu?a ser¨¢n pa¨ªses normales.
Si se esperaba que Maragall modificara los equilibrios del espacio pol¨ªtico catal¨¢n, lo primero que ha hecho es incorporarse a lo que el Partit dels Socialistes (PSC) durante a?os hab¨ªa llamado despectivamente el partido-r¨¦gimen o el movimiento nacional. Aprovechando que la condici¨®n de presidente le da la primera baza en cada partida, Maragall ha ido saltando de s¨ªmbolo en s¨ªmbolo, como si en su inconsciente disputara una carrera secreta con su antecesor: "?Te cre¨ªas que representabas la esencia del nacionalismo? Yo m¨¢s".
Durante la campa?a electoral, Carod Rovira declin¨® de diversos modos el argumento de que ¨¦l era independentista y no nacionalista, porque en una Catalu?a independiente caben todos y, en cambio, el nacionalismo tiene exigencias que lo convierten en excluyente. Parec¨ªa interesante como discurso de ruptura de la cacofon¨ªa imperante durante 23 a?os. Pero lleg¨® Maragall y se puso a pujolear. Se le esperaba para dar un nuevo impulso a este pa¨ªs, reubic¨¢ndole en el mundo sobre la apuesta por la calidad, y nos lo encontramos navegando todo el tiempo por los mares identitarios, que siempre encuentran vientos provenientes de Madrid que soplan en la direcci¨®n adecuada para convertir a nuestros navegantes en h¨¦roes.
La presidencia de la Generalitat es una instituci¨®n que imprime car¨¢cter. Todo presidente incorpora valores a?adidos desde el momento en que es uncido. Las perspectivas cambian cuando se sube a la peana: la del protagonista, pero tambi¨¦n la de los ciudadanos, de los observadores, de los medios de comunicaci¨®n. Si, durante 23 a?os, Pujol ha monopolizado la instituci¨®n, no es de extra?ar que ¨¦sta tenga incorporados algunos de sus tics o, por lo menos, que la gente, por costumbre, los d¨¦ por supuestos.
Maragall necesita ser reelegido. Tiene que superar el complejo de haber sido presidente sin ganar las elecciones. Despu¨¦s de no haber conseguido, por dos veces, hacer el pleno del voto socialista, tiene ahora sus esperanzas puestas en el electorado de Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU). A ¨¦l va dirigida la gesticulaci¨®n: quiere que le vean tan nacionalista como a su antecesor y que se produzca un simple reemplazo en el imaginario. Y probablemente lo est¨¢ consiguiendo.
Naturalmente, el tercer factor es el equilibrio interno del tripartito. A veces da la sensaci¨®n de que estamos asistiendo a un partido de rugby en el que Esquerra Republicana marca el camino que seguir hacia la l¨ªnea de ensayo para que despu¨¦s Maragall lo transforme con el tiro entre los dos palos. Hasta tal punto est¨¢n convencidos en Esquerra que Maragall est¨¢ trabajando para ellos que, mientras Carod Rovira afirma, y es dif¨ªcil no darle la raz¨®n, que su partido est¨¢ ganando la batalla de la hegemon¨ªa ideol¨®gica, en la propia Esquerra se est¨¢n apuntando al discurso de la necesidad de un giro social del tripartito. Y Puigcerc¨®s aparece como el hombre que lleva la preocupaci¨®n social a los Presupuestos Generales del Estado. ?D¨®nde est¨¢ el PSC como partido de izquierdas?
Por supuesto, en el maragallismo se ve de otro modo: en la medida en que Maragall se asienta como presidente, con la aureola nacionalista que antes de llegar se le negaba, su base electoral crece y la de los nacionalistas de uno y otro bando se estrecha. Ahogar al adversario en su propio terreno es siempre una estrategia de alto riesgo, que a menudo tiene costos entre los tuyos.
En dos d¨ªas hemos asistido a la firma de la Constituci¨®n europea y a la primera conferencia de presidentes auton¨®micos. Dos instituciones definitorias de espacios de futuro que, en principio, cuentan con el apoyo de los socialistas catalanes. A pesar de que el PSC es el primer partido del tripartito, este Gobierno no puede tener posici¨®n com¨²n sobre estos dos asuntos. Esquerra est¨¢ contra la Constituci¨®n y recela del igualitarismo de la conferencia de presidentes. Sin embargo, Maragall corre a buscar una manera de dar satisfacci¨®n a sus socios sobre el principio de autodeterminaci¨®n. ?Qui¨¦n tiene la iniciativa? Si Maragall estuviera en una estrategia independentista, no habr¨ªa nada que objetar. Pero si no lo he entendido mal, Maragall quiere reactivar Catalu?a y ayudar a Rodr¨ªguez Zapatero a crear un nuevo modelo de Estado en Espa?a. No parece que sean objetivos de los que uno deba avergonzarse. ?Por qu¨¦, entonces, tanta contribuci¨®n al encantamiento identitario? ?Por qu¨¦ trabajar para la hegemon¨ªa ideol¨®gica de los dem¨¢s? No lo duden: a la larga, quien tiene la hegemon¨ªa ideol¨®gica gana.
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