Perder al padre
Debi¨® ser inabordable. Recib¨ª la noticia a trav¨¦s de un radiotransmisor y no fui capaz de recibir nada: me hab¨ªa convertido s¨²bitamente en un ser impermeable a esta nueva y terrible circunstancia, supongo que mi instinto se negaba a aceptarla. Sin embargo, pronto mi raz¨®n empez¨® a luchar contra el instinto de autodefensa, que no quer¨ªa que me diese por enterado y que me empujaba a seguir discutiendo con el maestro de obras en un lugar perdido en el Beni.
A partir de entonces, empezaron dos largos viajes, el primero, desde el Nuevo al Viejo Mundo; el segundo, mucho m¨¢s largo, hacia la aceptaci¨®n de una nueva circunstancia vital. La p¨¦rdida de un padre es un largo viaje lleno de despedidas, y cuando uno ha tenido la inmensa fortuna de ser hijo de un padre excepcional que ha sido un ejemplo para mostrar el inter¨¦s por la vida en todas sus dimensiones, desde la creatividad a la amistad, con una enorme fe y determinaci¨®n en aquellas empresas en las que se embarc¨®, este viaje se hace largo.
En estos d¨ªas uno repasa, como si de una pel¨ªcula en c¨¢mara r¨¢pida se tratase, la circunstancia vital de la que uno, de forma parcial, pero no por ello menos intensa, ha participado con el padre; tambi¨¦n hace el inventario del caudal de vivencias que ha recibido y de las muchas que su capacidad no le ha permitido atesorar.
Se encuentra uno, de nuevo, con los antiguos amigos, que desgraciadamente son ya pocos, Jos¨¦ Bello estuvo a mi lado muy cari?oso, pero firme como una roca centenaria. A Paulino Garagorri lo fui a ver a su casa-biblioteca, estaba trabajando en ideas que mucho ten¨ªan que ver con mi nueva circunstancia; me consol¨® y promet¨ª volver a verlo pronto. Son dos de las personas que quedan, de los que yo recuerdo como "los amigos del Teide". Era un conjunto heterog¨¦neo donde se encontraba tan c¨®modo Domingo Ortega El Maestro como Juli¨¢n Mar¨ªas o el por entonces muy joven escritor Juan Benet; tuvieron todos ellos en com¨²n un enorme amor a la vida, a vivirla en su mayor plenitud. Eran los tiempos de la oposici¨®n al franquismo, con Dionisio Ridruejo al frente del grupo, con quienes comparti¨® su ideal por una Espa?a liberal y democr¨¢tica. Pero tambi¨¦n, y ¨¦ste es el milagro, realizaron entre ambos un precioso libro, de poemas de Dionisio y de dibujos de mi padre sobre Roma.
Su etapa al frente del Museo de Arte Contempor¨¢neo le permiti¨® integrarse, de esa forma tan natural como ¨¦l sab¨ªa, con los pintores del Grupo El Paso, que crearon el Museo de Cuenca; con las galer¨ªas de Juana Mord¨®, y despu¨¦s, Elvira Mi?oni, formando a su vez otro peque?o mundo que se entrelazaba. Organiz¨® la primera exposici¨®n que sobre Picasso se pudo realizar en Espa?a y recuerdo la mezcla de asombro y satisfacci¨®n que le produjeron las largas colas que se formaron alrededor de la Biblioteca Nacional, sin duda algo poco frecuente en aquellos a?os.
Detr¨¢s, como un invariante, se encontraba la docencia en la Escuela de Arquitectura de Madrid y claro, sus libros, en los que se acusaba la sencillez en la exposici¨®n, fruto del an¨¢lisis clarividente. Me dej¨® hace poco para que leyera un peque?o libro, creo se llamaba Entender el Museo del Prado; en ¨¦l, gracias a unos certeros dibujos, nos conduce, no s¨®lo a trav¨¦s del Prado construido, sino que tuvo la osad¨ªa de elucubrar sobre el proceso creativo de Villanueva y esto, verdaderamente, s¨ª que ayudaba a entender el edificio en profundidad.
El estudio de Salesas fue siempre, porque ¨¦l lo quiso as¨ª, peque?o, lo consideraba su "taller de arquitectura". Sin embargo, su capacidad y la de su delineante, ?scar, entendi¨¦ndose ambos como un solo hombre, sacaron adelante infinidad de proyectos. Muy queridas fueron las restauraciones de monumentos en la zona de Arag¨®n y las Vascongadas. Yo aprovech¨¦ para acompa?arle en las visitas de obra y aprend¨ª lo que es "ir de pueblos", es as¨ª como me transmiti¨® su amor por Espa?a. Tambi¨¦n en el estudio se hac¨ªan cosas m¨¢s pintorescas como El Pueblo Espa?ol de Palma de Mallorca, en ¨¦l trabaj¨® duro Rafael Manzano, al que llamaba su segundo hijo y al que yo quiero como a un hermano.
"La catedral de la Almudena" fue el amor de su vida, le dedic¨® su mayor cari?o y algo que no era frecuente en ¨¦l, la constancia. El encargo tuvo su origen en el concurso a trav¨¦s del cual se pretend¨ªa adecuar las trazas de la catedral neog¨®tica al entorno cl¨¢sico del Palacio Real. Este reto, con el que se pretend¨ªa respetar el entorno urbano y a su vez poder dejar su impronta personal en el perfil m¨¢s bello de la capital, son, a mi entender, las causas de esta pasi¨®n.
Primero la Academia de la Historia y poco despu¨¦s la de Bellas Artes le acogieron en su seno. Fue para ¨¦l, en primer lugar, una enorme satisfacci¨®n, busc¨® a trav¨¦s de ellas la forma de seguir defendiendo, a lo largo de sus ¨²ltimos a?os, el patrimonio cultural y tambi¨¦n, claro est¨¢, mantener viejos y nuevos amigos, como Pedro Navascu¨¦s y Gonzalo Anes, luchando juntos en la trinchera de sus afanes.
Y finalmente, vuelta a empezar, lo que fue su primer refugio, la escritura, se convirti¨® en el b¨¢lsamo de sus ¨²ltimos a?os, cuando sus facultades f¨ªsicas le abandonaban, siempre dec¨ªa podr¨ªa seguir escribiendo. Es verdaderamente una premonici¨®n este ¨²ltimo homenaje a los arquitectos represaliados origen de su actividad como historiador y escritor, que con sus ¨²ltimos libros, que llam¨® Cuadernos de verano, cierran su ¨²ltima etapa.
Siempre me quedar¨¢ su recuerdo y el ejemplo de su compromiso con la vida.
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