Nacido en el 36
El verano del 36 fue especialmente caluroso. Soplaban vientos del Sur que trajeron nubes de tormenta. Nac¨ª el 13 de junio de 1936. Mi padre era capit¨¢n de Carabineros en La Coru?a y a pesar de la tradici¨®n republicana de este cuerpo, decidi¨® sumarse al grupo de militares que protagonizaron un golpe de Estado contra la Constituci¨®n de la Rep¨²blica. Guardo emocionados recuerdos de su ejemplar sentido ¨¦tico, su cari?o a todos los que le rodeaban y la dignidad y austeridad con la que supo vivir, junto con otros muchos militares que ve¨ªan indignados c¨®mo unos pocos se enriquec¨ªan pasando factura de su adhesi¨®n ideol¨®gica a los vencedores.
Como un ni?o de los vencedores, disfrut¨¦ de una vida agradable y sin complicaciones. Dif¨ªcilmente puede anidar en mis recuerdos el m¨¢s m¨ªnimo rencor o resentimiento. Fui conociendo la guerra a trav¨¦s de la versi¨®n monol¨ªtica y totalmente acr¨ªtica de los vencedores. Cuando ten¨ªa 14 a?os cay¨® en mis manos la colecci¨®n oficial de la Historia de la Cruzada, con magn¨ªficas y triunfalistas ilustraciones de S¨¢ez de Tejada. Recuerdo que para hilvanar la justificaci¨®n del golpe de Estado, las primeras p¨¢ginas se remontaban a la Semana Tr¨¢gica de Barcelona de 1909. Los sucesos de aquella ¨¦poca dieron mucho juego durante el largo periodo en que el r¨¦gimen totalitario se dirig¨ªa a sus s¨²bditos record¨¢ndoles "las salvajadas de la Rep¨²blica" para que no cayesen en el olvido, y para que nadie osase remover el pasado y rescatar las nefastas libertades que hab¨ªan arruinado el pensamiento y la grandeza del esp¨ªritu imperecedero de la raza.
Los vencedores adaptaron el escenario a sus prop¨®sitos de perpetuarse en el poder y no se cansaron de reiterar, en tono amenazante, que si alguien quer¨ªa desenterrar los llamados y queridos demonios familiares que tan a menudo invocaba el caudillo, la barbarie volver¨ªa a ensangrentar nuestra tierra.
El caudillismo no fue, como demostr¨® el paso del tiempo, una soluci¨®n transitoria para hacer frente, bajo un solo mando, a los avatares de la guerra. Dur¨® hasta el 20 de noviembre de 1975. Franco ostent¨® hasta su muerte la facultad de hacer leyes por su propio imperio y decisi¨®n, sin necesidad del refrendo de las Cortes franquistas. La Ley Org¨¢nica del Estado, que fue un intento de maquillar un r¨¦gimen personal con una envoltura "pseudo constitucional", no pudo soslayar la referencia a la unidad de poder y divisi¨®n de funciones. Sus redactores no dudaron en proclamar que Franco era "el representante supremo de la naci¨®n, personificaba la soberan¨ªa nacional y ejerc¨ªa el poder supremo, pol¨ªtico y administrativo". La disposici¨®n transitoria de forma cr¨ªptica para los profanos, viene a decir que hasta que Franco muera mantendr¨¢ las atribuciones que le hab¨ªan concedido las leyes de 30 de enero de 1938 y 8 de agosto de 1939, as¨ª como las prerrogativas que le otorgaba la Ley de Sucesi¨®n. En otras palabras, le correspondi¨® hasta su muerte "la suprema potestad de dictar normas jur¨ªdicas de car¨¢cter general" y de elegir como sucesor a quien su capricho le dictase. Cualquier pretensi¨®n jur¨ªdica de conjugar este engendro normativo con los principios del derecho y la justicia es tarea imposible o empe?o de embaucadores.
Los vencidos fueron arrojados a las tinieblas interiores de su patria, a la que amaban con la misma o mayor intensidad que los vencedores. No les permitieron permanecer fieles a su pasado, si quer¨ªan vivir sin reacciones perjudiciales. Tuvieron que guardar en los rec¨®nditos pliegues del alma sus convicciones y sus sentimientos m¨¢s nobles. Cualquier veleidad con las fragancias de la democracia que d¨¦bilmente nos soplaban desde una Europa que nos hab¨ªa olvidado era implacablemente perseguida. Los que lo intentaron, desde las filas de los mon¨¢rquicos, liberales o democristianos, fueron objeto de una feroz descalificaci¨®n por los cronistas del r¨¦gimen con los ep¨ªtetos m¨¢s insultantes. Algunos de estos escribas siguen hoy en ese oficio.
Los muertos y asesinados eran sombras que viv¨ªan en sus conciencias y que no pod¨ªan recordar ni en sus conversaciones familiares. Sus profesiones se vieron frustradas y no se les dejaba espacio para integrarse en el esfuerzo de todos los espa?oles que generacionalmente se iban distanciando cada vez m¨¢s los protagonistas directos de la guerra.
La derecha tradicional de este pa¨ªs, segura de que en tiempos dif¨ªciles siempre habr¨ªa un grupo de militares dispuestos a sacarles de su inoperancia y su reaccionarismo, no ha comprendido el alcance de los sentimientos de los que se han movilizado para poner en marcha la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica. Los hijos de los vencidos, sobresaltados todav¨ªa por las angustias y persecuciones de toda una vida, no quieren remover las tierras que cubren a sus padres. Han sido los nietos, los que han nacido y se han criado con la libertad intelectual que nace de la democracia, los que no quieren que se perpet¨²e una historia, en la que sus abuelos figuran como protagonistas de una org¨ªa sangrienta en la que enloquecidos por la furia antirreligiosa se dedicaron a asesinar sin m¨¢s motivo que el deseo de satisfacer sus instintos. Creo que la derecha m¨¢s razonable de este pa¨ªs tiene una deuda con los que compartieron y comparten el amor por las libertades. Tenemos ejemplos en nuestro entorno europeo para que las p¨¢ginas de la memoria, del honor y del sacrificio de los que murieron por defender la Rep¨²blica se llenen con sus nombres, libres de cualquier m¨¢cula de un pasado que tuvieron que soportar en silencio. Nadie quiere volver la vista atr¨¢s, ninguno act¨²a movido por el odio, s¨®lo quieren un simple reconocimiento de la lealtad y valores que atesoraron sus antepasados.
La nulidad de todas las sentencias dictadas por tribunales militares es la ¨²nica salida coherente.
No se puede enlazar el golpismo con la legitimidad democr¨¢tica. La lectura de Curzio Malaparte (T¨¦cnica del golpe de Estado, 1932) les puede orientar sobre "las apariencias de legalidad" que in¨²tilmente pretende construir en todos los pa¨ªses, el bando de los golpistas.
No se trata de analizar, una por una, las conductas que fueron sancionadas con la ejecuci¨®n fulminante, simplemente declarar que el sistema seguido para imponer las condenas repugna y es incompatible con la cultura democr¨¢tica y los valores de la civilizaci¨®n. Lo ha dicho reciente y reiteradamente el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo en relaci¨®n con el sistema judicial de Turqu¨ªa. Las decisiones no pueden ser m¨¢s tajantes al afirmar que el Tribunal de Seguridad del Estado, uno de cuyos miembros pertenece a la Magistratura Militar, no puede, bajo ning¨²n supuesto, garantizar un proceso justo a las personas sometidas a su jurisdicci¨®n.
No creo que ampararse en un superficial formalismo jur¨ªdico, inaceptable en un sistema democr¨¢tico, sea la ¨²nica soluci¨®n. Los familiares no quieren reproducir el pasado, s¨®lo desean que les dejen remover el peso de la tierra y el olvido, para encontrar sus ra¨ªces.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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