Carta abierta al Rey
Ruego disculpe su majestad mi atrevimiento al dirigirle esta carta p¨²blica. He reflexionado sobre la conveniencia de introducirla en un sobre y hac¨¦rsela llegar discretamente, e incluso he llegado a considerar que de haberlo hecho as¨ª la receptividad de su majestad ante mis palabras hubiera sido mayor. Pero, a pesar del riesgo que corro utilizando este m¨¦todo p¨²blico, he tomado esta opci¨®n.
Ver¨¢, se?or, quisiera explicarle bien el porqu¨¦ de mi reacci¨®n y el porqu¨¦ de estas l¨ªneas. Para nosotros, la figura del Rey, en su calidad de jefe del Estado espa?ol, representa aquello por lo que venimos luchando en el Pa¨ªs Vasco. Su majestad es, en ¨²ltima instancia, quien nos asegura que el Estado proteger¨¢ nuestros derechos como ciudadanos vascos y espa?oles. Por eso mismo esa imagen de su majestad con el se?or Ibarretxe nos produce tan alto desasosiego.
Sabemos que el lehendakari es, por el hecho de presidir el Gobierno auton¨®mico, el representante ordinario del Estado en el Pa¨ªs Vasco. Entendemos que su majestad est¨¢ "obligado" a compartir mesa presidencial y a intercambiar con ¨¦l saludo cort¨¦s. Es el abrazo caluroso y la risa complaciente de su majestad lo que nos desconcierta. Porque, ver¨¢, majestad, el se?or Ibarretxe, para nosotros, para nuestra retina y para nuestra memoria -y yo cre¨ªa que tambi¨¦n para la suya-, es algo m¨¢s que el representante institucional del Estado espa?ol en nuestra comunidad aut¨®noma. Es ese hombre que, una vez m¨¢s y ¨¦sta ante usted, olvida mencionar a tantos amigos y compa?eros que han sido asesinados por defender la libertad y el Estado de derecho, pero lamenta ostentosamente la ausencia en los ayuntamientos de quienes han sido c¨®mplices de los cr¨ªmenes. Ese hombre a quien su majestad se abraza es tambi¨¦n el que abandon¨® por la puerta de atr¨¢s la iglesia en la que se celebraba el funeral de Fernando Buesa. Ese hombre es el que "se organiz¨®" una manifestaci¨®n para que sus fieles le jalearan, en vez de acompa?ar a la viuda e hijos del portavoz y diputado socialista asesinado. Ese hombre es el que sali¨® elegido lehendakari en el 1998 con los votos de Josu Ternera y los suyos, firm¨® con los c¨®mplices de ETA una mayor¨ªa en el Parlamento Vasco en cumplimiento del Pacto de Lizarra. Un pacto, le recuerdo, majestad, que fue suscrito para excluir a quienes no somos nacionalistas. Ese hombre no rompi¨® ese pacto cuando asesinaron en enero del 2000 al teniente coronel Blanco. Ni el mismo d¨ªa de febrero en que asesinaron a Fernando Buesa y a su escolta Jorge D¨ªez. Ese hombre apoy¨® a Josu Ternera como miembro de la Comisi¨®n de Derechos Humanos del Parlamento Vasco. Ese hombre ha despreciado reiteradamente la memoria de las v¨ªctimas, las ha querido acallar, se ha resistido a recibirlas, a reconocerles un espacio p¨²blico. Paralelamente, subvenciona a los presos terroristas y a sus familias. Ese hombre impulsa un plan -lo hizo tambi¨¦n ante su majestad-, que es inconstitucional y antidemocr¨¢tico, que tiene como objetivo institucionalizar la diferencia de derechos entre ciudadanos vascos. Ese hombre, majestad, utiliza la instituci¨®n que preside para combatir y debilitar la democracia.
Majestad, todo eso y mucho m¨¢s forma parte de nuestra memoria colectiva. La de miles de vascos que llevamos muchos a?os -m¨¢s de 25- resistiendo, defendiendo la Constituci¨®n que garantiza nuestras libertades frente a quienes nos amenazan de muerte y tambi¨¦n frente a quienes desde las instituciones democr¨¢ticas vascas nos amenazan con la exclusi¨®n.
Majestad, sabemos que esta batalla la vamos a ganar. Sabemos que con nosotros est¨¢n todos los dem¨®cratas espa?oles. Pero enti¨¦ndanos: somos humanos, flaqueamos, y a veces hay im¨¢genes que nos desalientan, que nos hacen dudar. ?Ser¨¢ posible que ese hombre al que os abraz¨¢is haya conseguido que se imponga la idea de que "en Euskadi se vive muy bien", tal y como se atrevi¨® a decir a un hijo de Jos¨¦ Ram¨®n Recalde mientras ¨¦ste yac¨ªa entubado tras sobrevivir a un atentado? ?Ser¨¢ posible que s¨®lo nosotros, quienes lo sufrimos, sigamos pensando que en esta situaci¨®n de falta de libertad que padecemos hay culpables -los que pegan tiros, ponen bombas y extorsionan-, pero tambi¨¦n hay responsables pol¨ªticos dispuestos -como el hombre
a quien su majestad se abraza- a institucionalizar esta situaci¨®n y seguir sacando ventaja pol¨ªtica?
Yo, se?or, ni por asomo creer¨ªa que su majestad se encuentra entre aquellos en que ese espejismo ha podido prender. A m¨ª, se?or, nunca se me ocurrir¨ªa creer que su majestad piensa que es la hora de rendirse. Aunque bien es cierto que si se pensara as¨ª, deber¨ªamos ser los primeros en enterarnos. M¨¢s que nada para saber por qu¨¦ nos jugamos la vida. Su majestad sabe que no nos rendir¨ªamos aunque no tuvi¨¦ramos a nadie que nos cubriera las espaldas. Pero s¨¦ que no es el caso. No tengo dudas respecto a la firmeza de sus convicciones. No obstante, se?or, quiero que sepa que esa imagen de afectividad con el hombre que a?ora la presencia de los verdugos mientras olvida a las v¨ªctimas, ese abrazo, le fortalece a ¨¦l y a su causa. Y nos debilita a nosotros. Y eso, majestad, eso s¨ª que no podemos permit¨ªrnoslo. Disculpe mi atrevimiento, pero ten¨ªa que dec¨ªrselo.
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