?Por qu¨¦ gan¨® Bush y perdi¨® Aznar?
Las elecciones presidenciales en Espa?a y Estados Unidos, en marzo y hace dos semanas, respectivamente, presentaron retos similares a los titulares del cargo. En ambas elecciones, los votantes consideraban que su pa¨ªs iba por mal camino; muchos quer¨ªan un cambio. Aun as¨ª, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar fue incapaz de legar su cargo a su sucesor, Mariano Rajoy, y a su partido, mientras que George W. Bush se las apa?¨® para superar la insatisfacci¨®n por la d¨¦bil econom¨ªa y la situaci¨®n en Irak y consigui¨® la reelecci¨®n. ?C¨®mo triunf¨® Bush donde Aznar fracas¨®? La respuesta es sencilla: George Bush, a pesar de la parcialidad partidista que sus adversarios afirman que ha demostrado en su primera legislatura, envi¨® durante la campa?a un mensaje unificador a la opini¨®n p¨²blica estadounidense. El mensaje de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar tuvo un efecto divisor.
Ambos titulares eran "presidentes en tiempos de guerra". George Bush hab¨ªa convertido la guerra contra el terrorismo en el sello de su primer mandato. Las tragedias del 11 de septiembre de 2001 no ten¨ªan precedentes, especialmente para un pa¨ªs que nunca hab¨ªa tenido que enfrentarse a la amenaza del terrorismo en su territorio. Las comparaciones del 11-S con Pearl Harbour, que a muchos europeos pueden parecerles histri¨®nicas, no lo son tanto para muchos estadounidenses. Igualmente, Aznar hab¨ªa dado a Espa?a un rumbo como el aliado m¨¢s incondicional de Estados Unidos (con la excepci¨®n, quiz¨¢, de Gran Breta?a) y hab¨ªa puesto de relieve la lucha contra ETA como representaci¨®n de la pugna por la unidad nacional en la campa?a electoral. Naturalmente, Espa?a tambi¨¦n sufri¨® su atentado terrorista, justo tres d¨ªas antes de las elecciones del 14 de marzo, lo cual supuso un factor clave para lograr una participaci¨®n m¨¢s elevada.
Pero las similitudes terminan ah¨ª. Evidentemente, cuando los estadounidenses fueron a las urnas hab¨ªan pasado tres a?os desde los atentados terroristas en Estados Unidos, y no tres d¨ªas. Estados Unidos hab¨ªa derrocado a dos reg¨ªmenes en Afganist¨¢n e Irak. En resumen, el limitado tema del terrorismo hab¨ªa pasado a una esfera totalmente distinta cuando se celebraron las elecciones en Estados Unidos. En comparaci¨®n, las emociones todav¨ªa estaban a flor de piel cuando los espa?oles votaron en marzo. Sin embargo, tres d¨ªas antes de las elecciones estadounidenses sali¨® a la luz otra cinta de Osama Bin Laden, en la que hac¨ªa referencia a los sufragios en Estados Unidos y las opciones que ten¨ªan los estadounidenses. L¨®gicamente, una cinta de v¨ªdeo del terrorista m¨¢s famoso del mundo y un atentado de verdad son dos cosas muy distintas. Pero lo que distingue los dos hechos es el modo en que cada campa?a reaccion¨® ante ellos.
En Estados Unidos, Bush respondi¨® a la cinta diciendo que los estadounidenses no se ver¨ªan influidos por Bin Laden en un sentido u otro. En los ¨²ltimos d¨ªas de campa?a, opt¨® por ir m¨¢s all¨¢ del mensaje partidista y hablar por todos los estadounidenses en respuesta a Bin Laden. El presidente Bush resurgi¨® en los sondeos de la noche del viernes, el d¨ªa en que se hizo p¨²blica la infame cinta. Por supuesto, eso jug¨® a favor de su ventaja natural como titular del cargo. Pero tambi¨¦n reforz¨® una caracter¨ªstica m¨¢s b¨¢sica de la campa?a de Bush, algo que a menudo no se entiende incluso dentro de Estados Unidos, y menos a¨²n fuera del pa¨ªs. Para muchos, incluso en Estados Unidos, el ¨¦nfasis de Bush en los "valores morales" -oraci¨®n en la escuela, pro-vida (antiaborto), hostilidad hacia el matrimonio homosexual- suena a atavismo, a hipocres¨ªa, o a ambas cosas. Tambi¨¦n se percibe como algo muy divisivo. En las grandes ciudades como Nueva York, Chicago y Los ?ngeles, los electores de los Estados del Sur y las Monta?as Rocosas que responden positivamente al mensaje de los valores morales son vistos, en el mejor de los casos, como paletos, y en el peor, como fan¨¢ticos religiosos.
Pero no todos los habitantes de los llamados "Estados rojos" son cristianos renacidos. De hecho, aunque una mayor¨ªa de estadounidenses es religiosa practicante, pocos son, en comparaci¨®n, protestantes fundamentalistas. De modo que, ?qui¨¦n m¨¢s est¨¢ apoyando el mensaje de los "valores morales"? Pues, en realidad, mucha gente. Muchas de esas personas se enfrentan a un desconcertante cambio social, no en Nueva York, sino en ciudades de segundo nivel, anteriormente tranquilas, que sufren los mismos problemas de las grandes urbes, si no m¨¢s: embotellamientos de tr¨¢fico, drogas, delitos, alta movilidad y constantes cambios sociales. Muchos de ellos han presenciado el fracaso de los intentos directos del Gobierno por solventar estos problemas. De modo que recurren a sus propias comunidades -incluidas las iglesias- para plantear soluciones al cambio, a menudo aterrador, que ven a su alrededor. Lo que muchos est¨¢n buscando es un Gobierno nacional que reafirme sus esfuerzos por preservar el "estilo de vida" y la cultura de sus comunidades. Fij¨¦monos, por ejemplo, en el consumo de drogas. Dada su omnipresencia en la sociedad estadounidense, nadie cree seriamente que ninguna comunidad sea inmune a las drogas, por peque?a o remota que sea. Nadie espera que la polic¨ªa acabe con el tr¨¢fico de drogas o encarcele a los traficantes. Por tanto, la primera l¨ªnea de defensa para muchos padres es ofrecer a sus hijos la fortaleza moral para resistir ante la influencia de sus compa?eros u otros incentivos. En otras palabras, buena parte de la tarea de mantener a los hijos alejados de la droga es persuasiva, no policial o legal. Y parte de esa persuasi¨®n se ejerce a trav¨¦s de las escuelas y la iglesia locales.
De pronto queda clara la fuerza del mensaje de los valores morales: es un mensaje que inviste poder. Desde luego, el que la oraci¨®n literalmente hace milagros no es un mensaje milenario (aunque algunos fundamentalistas dir¨ªan que s¨ª los hace). Pero un sector mucho m¨¢s amplio del electorado sencillamente quiere un presidente que est¨¦ de acuerdo con ellos, porque, seg¨²n esta forma de ver las amenazas a su comunidad local, ese acuerdo posee una fuerza real y un valor de consolidaci¨®n. Solamente quieren un l¨ªder que diga que sus grupos religiosos y sus reuniones comunitarias est¨¢n haciendo a sus localidades mejores y m¨¢s seguras. Es un mensaje unificador. Ampl¨ªa los asuntos de seguridad m¨¢s all¨¢ de las limitadas cuestiones t¨¦cnicas y los desconcertantes e impronunciables (para los estadounidenses) nombres extranjeros, y tambi¨¦n centra el tema de la seguridad en el nivel local, real. La campa?a de Kerry quiso ampliar la seguridad a aspectos econ¨®micos. La campa?a de Bush jug¨® con ellos fusionando valores morales y asuntos de seguridad en un ¨²nico mensaje convincente, que incorporaba todos los aspectos de la seguridad: nacional, social, econ¨®mica y cultural.
Cuando es pronunciado por un "pecador reformado" (como Bush admite ser), este mensaje de capacitaci¨®n se vuelve incluso m¨¢s convincente. Aqu¨ª tienen a un hombre cuya propia vida demuestra que el declive personal y la erosi¨®n moral no s¨®lo pueden atajarse, sino transformarse radicalmente. Seg¨²n sus seguidores, ¨¦l entiende el valor y el poder de esas fuerzas intangibles. ?El resultado? Bush acall¨® las dudas sobre la legitimidad de su victoria en 2000, aunque en realidad no gan¨® por tres millones de votos, sino por un margen de 130.000 en el Estado clave de Ohio (y un margen similar en Florida). Es justo, pero el n¨²mero de empleos que Ohio hab¨ªa perdido desde las elecciones de 2000 dobla al margen vencedor de Bush en 2004. Evitar que se le considerara responsable de la econom¨ªa (?recuerdan que Bush dijo una vez que crear¨ªa cuatro millones de puestos de trabajo?) fue una notable haza?a pol¨ªtica. Desestimarla como una concesi¨®n a fan¨¢ticos religiosos o chovinistas insulares es malinterpretar por qu¨¦ funcion¨® el mensaje de los valores morales.
Qu¨¦ distinto es de lo que ocurri¨® en Espa?a en marzo. Contrariamente a lo que afirman muchos expertos, los atentados en los trenes no decidieron la elecci¨®n de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, a pesar de la situaci¨®n relativamente negativa del PSOE en aquel momento. M¨¢s bien fue la mala gesti¨®n de la tragedia lo que cost¨® al PP las elecciones. La noche de los atentados, la multitud de Madrid suplicaba un mensaje unificador del presidente.
En su lugar, obtuvieron una acusaci¨®n tendenciosa de que los atentados fueron cometidos por ETA. Esto se interpret¨® como un crudo intento del Gobierno por justificar su pol¨¦mico estilo en pol¨ªtica exterior y nacional y sus elecciones pol¨ªticas. La noche del 11-M, Aznar podr¨ªa haber cimentado la victoria de su sucesor s¨®lo con hacer gala de un liderazgo para todos los espa?oles con un mensaje unificador. Sin embargo, opt¨® por un mensaje partidista (que tambi¨¦n result¨® estar basado en conclusiones falsas) y perdi¨®. John Kerry, presionado por su equipo legal para que cuestionara los resultados en Ohio, decidi¨® mirar al futuro y situar el inter¨¦s general de su partido por encima de sus ambiciones personales y acept¨® la victoria del presidente Bush con elegancia. Este tipo de mensaje desinteresado todav¨ªa no ha sido pronunciado por los perdedores de las elecciones de marzo. El PP y sus votantes se merecen algo mejor y deber¨ªan exigirlo lo m¨¢s pronto posible. Sea quien sea el primer l¨ªder del PP que acepte ese reto, se ganar¨¢ el elogio de la naci¨®n y se posicionar¨¢ como un formidable contendiente moral para Zapatero. Ir¨®nicamente, debido a otra falsa suposici¨®n (que los atentados en Atocha llevaron al electorado al bando de Zapatero), la percepci¨®n general (sobre todo en el extranjero) es que el nuevo Gobierno sufre un problema de legitimidad a pesar de su victoria. A lo mejor ellos tambi¨¦n necesitar¨¢n un mensaje convincente y unificador para acabar con las insistentes dudas sobre si realmente ganaron las elecciones de marzo. Si logran presentarse como esta clase de Gobierno unificador, nadie dudar¨¢ de la verdad: que en realidad Zapatero venci¨® a pesar de los atentados, y no gracias a ellos.
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