Nada es imposible, salvo la reforma
Nada es imposible en Rusia, salvo la reforma, escrib¨ªa un dramaturgo brit¨¢nico en 1880. Parece que la misma sentencia es aplicable al Congreso de los Diputados espa?ol, cuyo reglamento es m¨¢s dificil de reformar que la propia Constituci¨®n. Seg¨²n pasan los meses y se escucha a los pol¨ªticos va quedando claro que es mucho m¨¢s f¨¢cil cambiar el orden de sucesi¨®n en la Corona que modificar el orden de intervenci¨®n de los se?ores diputados en la tribuna parlamentaria. El presidente del Congreso, Manuel Mar¨ªn no ha conseguido ni tan siquiera que los dos grandes partidos, PSOE y PP, se pongan una fecha l¨ªmite (verano de 2005) para terminar los trabajos de la Comisi¨®n de Reglamento. El intento, quiz¨¢s con un punto de terquedad por parte de Mar¨ªn, ha terminado sin soluciones y con un enfrentamiento poco edificante entre el presidente del Congreso y el portavoz del grupo parlamentario socialista, Alfredo P¨¦rez Rubalcaba.
Casi todos los grupos est¨¢n de acuerdo en que hay que cambiar algunos tr¨¢mites del proceso parlamentario (para lograr, por ejemplo, que en los plenos no se discutan enmiendas parciales, sino grandes temas o enmiendas a la totalidad). Tambi¨¦n hay que facilitar la creaci¨®n de las comisiones de investigaci¨®n y modificar su funcionamiento. Habr¨ªa que poder interpelar al presidente del Gobierno, en lugar de formularle simplemente, y en escasos cinco minutos, preguntas ya anunciadas, como ocurre hoy d¨ªa. (En el r¨¦gimen parlamentario, interpelar significa iniciar o plantear al Gobierno una discusi¨®n amplia ajena a los proyectos de ley y a las proposiciones, aunque no siempre tienda a obtener explicaciones o descargos de los ministros). Ahora se discute tambi¨¦n el posible uso de las lenguas cooficiales y los consiguientes servicios de traducci¨®n simult¨¢nea (?incluir¨ªa la interpretaci¨®n, por ejemplo, de vasco a gallego o s¨®lo a espa?ol?).
Todo eso se sabe: el problema es que PSOE y PP no se ponen de acuerdo en important¨ªsimos detalles y que, m¨¢s o menos, desde hace quince a?os, est¨¦ quien est¨¦ en el Gobierno, cuando llega el momento de tomar decisiones, se opta por paralizar el procedimiento. El resultado es que el Parlamento, desde hace exactamente esos quince a?os, funciona en algunos aspectos de manera poco funcional o, incluso, insensata.
Claro que no todo se solucionar¨ªa con esa reforma. Por ejemplo, de poco valdr¨ªa crear la Oficina Presupuestaria para seguir el cumplimiento de los Presupuestos aprobados por el Congreso, si los se?ores diputados siguen demostrando, a?o y tras a?o, un inter¨¦s tan poco manifiesto por las cuentas del Estado.
Se supone que el debate de los Presupuestos es el momento estelar de cualquier r¨¦gimen parlamentario. Pero ahora esa tradici¨®n viene acompa?ada (quiz¨¢ en todo el mundo) por otra igualmente enraizada: los diputados no asisten al debate de las enmiendas sino que esperan en sus despachos, trabajando, sin duda, a que suenen, dos veces al d¨ªa, los timbres que anuncian la votaci¨®n conjunta de enmiendas. S¨®lo entonces se lanzan por las escaleras, camino de sus esca?os para apretar el bot¨®n en el sentido decidido por el portavoz de su grupo.
La tradici¨®n va extrem¨¢ndose porque ahora, por no ir, no van siquiera algunos ministros que, en teor¨ªa, deber¨ªan defender el gasto de su departamento. En el debate que finaliz¨® el mi¨¦rcoles, el titular de Asuntos Exteriores se justific¨® porque deb¨ªa acompa?ar a los Reyes a Argentina, pero el ministro de Defensa tampoco acudi¨® porque estaba en Rusia devolviendo una gran cruz al patriarca ortodoxo Alexis II.
No parece que Mar¨ªn quiera reformar el reglamento hasta el extremo de obligar a los diputados a estar m¨¢s horas en sus esca?os, ni, desde luego, a escuchar las sucesivas intervenciones de los oradores. De hecho, est¨¢ intentado lo contrario: facilitarles todav¨ªa m¨¢s las ausencias, de manera que tambi¨¦n se junten todas las votaciones en las sesiones de los martes, a una hora determinada (?quiz¨¢ no antes de las 20.00?). As¨ª los diputados no tendr¨¢n que trasladarse al Congreso con prisas ni perder el tiempo en algo tan poco tradicional como o¨ªr lo que tienen que decir sus colegas en la tribuna parlamentaria. solg@elpais.es
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