Comunidad euroatl¨¢ntica
La reciente victoria electoral del presidente Bush abre, o mejor dicho, debiera abrir, un nuevo cap¨ªtulo en la relaci¨®n entre la Uni¨®n Europea y los Estados Unidos, propiciando una discusi¨®n realista y constructiva sobre los fundamentos de la Pol¨ªtica Exterior y de Seguridad Com¨²n y la Defensa europea, ¨ªntimamente ligada, por cierto, al debate de la incipiente identidad europea que constituy¨® el trasfondo de la Convenci¨®n y la Conferencia Intergubernamental, avivado por la crisis de Irak. Y esta afirmaci¨®n cobra tanta m¨¢s actualidad cuanto distintas voces, que parecen no haber superado la resaca electoral del pasado d¨ªa 2, se solazan en el espejismo, reclamando sin ambages una Europa contrapeso o contrapoder frente a la hegemon¨ªa de los Estados Unidos.
Lo cierto es que la propia identidad se construye en gran medida por contraste con "el otro". Es ¨¦ste, as¨ª, un debate tan intraeuropeo cuanto trasatl¨¢ntico sobre nuestra vocaci¨®n en el mundo, que hoy no puede entenderse sin abordar la tendencia, presente en ambos lados del Atl¨¢ntico y suscrita con ah¨ªnco por algunos de los m¨¢s prestigiosos medios de comunicaci¨®n, a sugerir un distanciamiento creciente entre europeos y norteamericanos, y analizarlo con delectaci¨®n.
Sin embargo, los indicadores sociales nos describen una realidad distinta. Los flujos de capital, servicios, inversiones, personas o ideas subrayan que nuestras sociedades no s¨®lo no se alejan, sino que las relaciones son cada d¨ªa m¨¢s tupidas. Los ¨²ltimos a?os marcan uno de los periodos m¨¢s intensos de integraci¨®n de la comunidad euroatl¨¢ntica. La cooperaci¨®n en ¨¢mbitos como la inteligencia y la polic¨ªa no han dejado de progresar. No es exagerado afirmar que Estados Unidos y la Uni¨®n Europea constituyen, hoy, la m¨¢s potente asociaci¨®n comercial del mundo, cimentada en el intercambio de m¨¢s de dos billones de euros diarios en mercanc¨ªas y servicios. La Uni¨®n Europea compone con los Estados Unidos, de lejos, la m¨¢s importante red bilateral de inversiones cruzadas; esto es, las compa?¨ªas europeas y americanas invierten rec¨ªprocamente m¨¢s que en ninguna otra ¨¢rea del planeta. Resulta, as¨ª, sorprendente que estas cifras se pierdan en las controversias de los pl¨¢tanos o el acero, que, sumadas, representan menos del 1% de la actividad econ¨®mica transatl¨¢ntica.
Por otra parte, cierto es que mantenemos diferencias de calado que afectan a principios y valores, como la pena de muerte, el Protocolo de Kioto, el Tribunal Penal Internacional o la visi¨®n de los foros multilaterales. Pero estas diferencias no son nuevas y nunca, hasta hoy, se han esgrimido para argumentar la incompatibilidad de Europa y los Estados Unidos. La realidad es otra. La realidad es que la principal brecha transatl¨¢ntica se sit¨²a en el ¨¢mbito de la percepci¨®n de la seguridad.
En efecto, durante buena parte del siglo XX, la simbolizaci¨®n de la seguridad europea se ordenaba en torno a una l¨ªnea de puntos trazada de norte a sur sobre el mapa del Viejo Continente: a la derecha, los iconos representativos de las fuerzas del Pacto de Varsovia -aviones, carros de combate, fusiles, barcos y submarinos, rojos-; enfrente, en azul, los correspondientes a la OTAN percibidos en su conjunto -gracias esencialmente al compromiso de nuestro aliado norteamericano- como reflejo de nuestra superioridad. La seguridad -concepto indisolublemente unido al de defensa- se orientaba, as¨ª, desde una comunidad euroatl¨¢ntica indiscutida hacia un enemigo exterior perfectamente identificado, y se declinaba, en ¨²ltima instancia, sobre la amenaza de la destrucci¨®n mutua asegurada y el respeto, en ambos campos de la guerra fr¨ªa, de algunas reglas primordiales.
Hoy, superado el espejismo de "fin de la Historia" experimentado por tantos europeos tras la Revoluci¨®n de la Libertad que derrib¨® el muro de Berl¨ªn, la percepci¨®n de las nuevas amenazas y la forma de combatirlas enfrenta dos visiones distintas del proceso configurador del mundo que estamos alumbrando. Por una parte, la visi¨®n que prima el derribo del tel¨®n de acero; por otra, la que se construye frente al terrorismo como amenaza existencial global, caracterizada por su objetivo de destrucci¨®n total de las se?as de identidad de la sociedad abierta, de Occidente, y cuya ¨²nica regla es no respetar ninguna.
As¨ª, para muchos en esta ribera atl¨¢ntica, el acontecimiento esencial a la hora de definir la pol¨ªtica exterior y de seguridad sigue siendo el derribo del muro de Berl¨ªn, el 9 de noviembre de 1989, y el colapso subsiguiente de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el comunismo europeo. En los Estados Unidos, si bien el 9 de noviembre transform¨® la pol¨ªtica exterior de la d¨¦cada de los noventa, en la conciencia p¨²blica de all¨¢, los atentados terroristas del 11 de septiembre abrieron una etapa distinta. Hoy, Estados Unidos est¨¢ en guerra contra el terrorismo, mientras desde varias capitales europeas se predica la lucha contra el terrorismo con planteamientos equivalentes a la lucha contra el tr¨¢fico de drogas o la inmigraci¨®n ilegal; y la nueva Constituci¨®n consagra, en su art¨ªculo I.43, la cl¨¢usula de solidaridad en caso de atentado o amenaza terrorista en estricto pie de igualdad con la solidaridad en caso de cat¨¢strofes naturales o creadas por la mano del hombre -es decir, el 11 de septiembre con id¨¦ntico enfoque al ¨²ltimo hurac¨¢n que asol¨® Florida, algo incomprensible de aquel lado del Atl¨¢ntico-. Nuestros aliados perciben la amenaza existencial global del terrorismo; los europeos abordan mayoritariamente la cuesti¨®n del terrorismo desde la perspectiva de una lacra que hay que combatir. Ellos est¨¢n en guerra, nosotros luchamos. Son, pues, dos aproximaciones a las circunstancias que configuran nuestra realidad radicalmente distintas. Porque desde la perspectiva del 9 de noviembre, destacan las posibilidades a desarrollar a trav¨¦s de la cooperaci¨®n (no deja de ser reveladora la arquitectura del Documento de Estrategia de Seguridad Europea de diciembre pasado). Por el contrario, el mundo del 11 de septiembre es un mundo de peligros emergentes frente a los que, en determinadas circunstancias, la cooperaci¨®n se revela totalmente ineficaz y no es posible sustraerse al principio general de que todo orden legal reposa en ¨²ltima instancia en la amenaza cre¨ªble del uso de la fuerza. Y para ser cre¨ªble hay que estar dispuestos a utilizarla.En una imagen simplificadora, los europeos pretendemos luchar contra el terrorismo con el C¨®digo Penal en una mano y la Ley de Procedimiento en la otra. Mientras, nuestros aliados parecen inclinarse por una visi¨®n 'sin cuartel' de la guerra que han emprendido. Guant¨¢namo ejemplifica esta divergencia. Guant¨¢namo, grav¨ªsimo error de los Estados Unidos denunciado un¨¢nimemente por los europeos. Guant¨¢namo, cuyos tribunales de excepci¨®n han sido declarados ilegales, hace pocos d¨ªas, por el sistema judicial federal -Estados Unidos es un Estado de derecho en tantos aspectos mod¨¦lico-, es un s¨ªntoma de la necesidad de adaptaci¨®n del marco jur¨ªdico internacional, que no responde a la realidad del mundo bajo la amenaza terrorista. Pero necesidad de adaptaci¨®n no equivale a legitimidad para ignorarlo. En tanto no culminemos esta urgente reforma, la legalidad internacional nos vincula a todos. Vivimos, pues, en cierta medida en tiempos hist¨®ricos distintos. Y esta confrontaci¨®n se agrava con brotes antiamericanos, a menudo bajo el disfraz anti-Bush, de los que hemos tenido abrumadores ejemplos en la reciente noche electoral. Esto no puede ser. Y tanto en la agenda de la nueva Administraci¨®n Bush cuanto en la de la nueva Comisi¨®n, el Consejo Europeo y las distintas capitales, debe establecerse como prioridad el enderezar la situaci¨®n. Porque, sin dejar de reconocer estas diferencias, es mucho m¨¢s lo que nos une, la sustancia misma de nuestro proyecto social. Porque nuestra prosperidad y nuestra seguridad est¨¢n ¨ªntimamente ligadas a las de nuestros aliados, y una relaci¨®n transatl¨¢ntica debilitada nos har¨¢, sin duda, menos pr¨®speros, menos seguros y menos capaces de promover tanto nuestros intereses, que son mayoritariamente concurrentes, como los ideales de libertad y democracia que compartimos.
Ana Palacio es presidenta de la Comisi¨®n Mixta del Congreso y del Senado para la Uni¨®n Europea.
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