El mundo de 'Pierolapithecus'
El hallazgo de Pierolapithecus en sedimentos de Hostalets de Pierola datados en unos doce millones de a?os, aunque sorpresivo y fortuito (como este tipo de descubrimientos suelen ser), responde en el fondo a una l¨®gica profunda. A Pierolapithecus le correspondi¨® la suerte de vivir en una especie de oasis de estabilidad ecol¨®gica entre dos momentos de profunda crisis global.
En efecto, entre 16 y 14 millones de a?os, nuestro planeta vivi¨® una de las m¨¢s profundas crisis clim¨¢ticas y ambientales que se hayan registrado en ¨¦l en los ¨²ltimos 30 millones de a?os. Hace entre 16 y 14 millones de a?os, como consecuencia de grandes procesos orogen¨¦ticos -elevaci¨®n de esos macizos monta?osos que tantos Guinness r¨¦cords acumulan en nuestros d¨ªas-, grandes cantidades de carbonato c¨¢lcico fueron denudadas de cadenas como las Monta?as Rocosas o el propio Himalaya. En consecuencia, importantes cantidades de CO2 quedaron soterradas en los sedimentos oce¨¢nicos y se produjo un significativo descenso en los niveles de di¨®xido de carbono de la atm¨®sfera, las temperaturas descendieron s¨²bitamente y los hielos avanzaron por primera vez en la Ant¨¢rtida.
Las crisis, salvo las causadas por nuestra propia especie, sientan bien a los ecosistemas
Como consecuencia, los primeros biotopos parecidos a sabanas comenzaron a extenderse por ?frica oriental, y los primates que entonces habitaban ese continente tuvieron que adaptarse a una dieta basada m¨¢s en hojas cori¨¢ceas que en frutos. Sus muelas se dotaron de un esmalte dentario considerablemente grueso, adaptado al nuevo r¨¦gimen alimenticio. Adem¨¢s, en esta ¨¦poca se establecieron nuevos puentes continentales entre ?frica y Europa, por lo que estos primates especializados en un entorno m¨¢s bien seco se expandieron en parte de Europa oriental (restos conocidos con el nombre de Griphopithecus, datados en unos catorce millones de a?os atr¨¢s, m¨¢s o menos coet¨¢neos del llamado Kenyapithecus, probablemente el mismo g¨¦nero europeo, aunque con distinto nombre).
Pero he aqu¨ª que, un poco despu¨¦s de esta crisis, buena parte de Europa, a partir de hace unos catorce millones de a?os, recuper¨® la estabilidad clim¨¢tica y ecol¨®gica, y los bosques subtropicales -las laurisilvas de nuestras islas Canarias- recuperaron terreno. La diversidad de especies de mam¨ªferos aument¨® de nuevo y los h¨¢bitats boscosos se extendieron de nuevo por buena parte de Europa y Asia occidental. Y aqu¨ª es donde entra de nuevo en escena nuestro Pierolapithecus. Sabemos que tambi¨¦n por esta ¨¦poca, hace unos doce millones de a?os (el periodo de tiempo que t¨¦cnicamente se conoce como Serravalliense), nuevas conexiones terrestres se establecieron entre Europa occidental y ?frica a trav¨¦s de la zona del Pr¨®ximo Oriente. Es el momento en que, en tiempos de bonanza clim¨¢tica y ambiental, no se sabe c¨®mo, la selva subtropical gan¨® terreno en el norte de ?frica al sur de Europa. Las crisis -salvo las provocadas por nuestra propia especie- parece que sientan bien a los ecosistemas (tal vez porque aceleran los procesos evolutivos).
Sea como fuere, hace unos doce millones de a?os Europa y parte de Asia experimentaron una recuperaci¨®n de los h¨¢bitats que entre 16 y 14 millones de a?os hab¨ªan sido golpeados por sucesivas crisis clim¨¢ticas. Es en este contexto, en este oasis, que Pau, el Pierolapithecus de Hostalets de Pierola, irrumpe brevemente en escena. Lo hace acompa?ado de una fauna que indica un h¨¢bitat boscoso en el contexto de un clima: ciervos de agua, ardillas voladoras, numerosas especies de lirones arbor¨ªcolas...
Pero hoy sabemos que los Pierolapithecus europeos ten¨ªan los d¨ªas contados. Tras hacer frente a diversas crisis clim¨¢ticas, en las que una estacionalidad cada vez m¨¢s marcada iba extendi¨¦ndose -veranos cada vez m¨¢s secos, inviernos que comenzaban a ser algo m¨¢s fr¨ªos-, tal vez evolucionaran hacia formas plenamente arbor¨ªcolas, dotadas de una locomoci¨®n suspensora, como practican hoy en d¨ªa los gibones del Asia tropical o los orangutanes. Este tipo de adaptaciones arbor¨ªcolas las encontramos en los presumibles descendientes europeos de Pierolapithecus, los Dryopithecus -Jordi- de Can Llobateres, ya publicados hace casi una d¨¦cada. Pero fue una apuesta evolutiva equivocada. La din¨¢mica de crisis clim¨¢ticas progresivas provocada por la elevaci¨®n del Himalaya y de la meseta tibetana, el acentuamiento de un clima cada vez m¨¢s estacional, el inicio de una din¨¢mica monz¨®nica y, finalmente, el t¨ªmido avance de los hielos en el ?rtico, llev¨® finalmente a la s¨²bita extinci¨®n en Eurasia de todos lo experimentos que, como Pierolapithecus o Dryopithecus, hab¨ªan florecido en los hasta entonces felices bosques subtropicales de Eurasia.
Formas como Pierolapithecus o Dryopithecus, con sus dientes de esmalte delgado, adaptados a una dieta basada en frutos y vegetales blandos, no pudieron adaptarse a la nueva l¨®gica clim¨¢tica de los nuevos tiempos. Pero en ?frica la evoluci¨®n fue diferente. Los antepasados de Kenyapithecus que se quedaron en ?frica no gozaron de los parabienes del oasis del que disfrut¨® en Europa Pierolapithecus. En ?frica, crisis tras crisis, no hubo tregua en la adaptaci¨®n hacia condiciones cada vez m¨¢s ¨¢ridas y adversas. Su estirpe es hoy nuestra estirpe. Mientras tanto, el feliz experimento de Pierolapithecus y Dryopithecus en Europa lleg¨® finalmente a su fin, y sus ¨²ltimos descendientes tal vez se encuentren entre los orangutanes que hoy caminan, si no hacemos algo al respecto, irremisiblemente abocados a la misma extinci¨®n que ha convertido a Pierolapithecus y Dryopithecus en maravillosos ejemplos del registro f¨®sil.
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