'Balia agertu zan'
La conversaci¨®n resultaba c¨¢lida. Viejas historias locales mezcladas con recuerdos personales. El lugar en el que bull¨ªa esa acogedora memoria era Orio, pueblo de callejas y poderosa tradici¨®n marinera. Preguntaba Xabier Arzalluz y respond¨ªa Benito Lertxundi. Yo les escuchaba en la radio. Historias de corsarios, galeones ingleses abordados y filibusteros oriotarras ahorcados por la armada inglesa. Recuerdos infantiles de gitanos acampados y osos bailando al son del viol¨ªn. Fiestas locales en las que los marineros, en tierra por unos d¨ªas, cantaban aquellas viejas coplas de "Mila bederatzieun da/ lenengo urtian,/ maiatzaren hamalau/ garren egunian/ Orioko herriko/ barraren aurrian,/ balia agertu zan/ beatzik aldian.// Haundia ba zan ere..." (A?o 1901, 14 de mayo, frente al banco de arena de Orio apareci¨® una ballena a las 9 horas de la ma?ana. Aunque grande...). Recuerdos entra?ables de infancia, largas mesas en las que la gente se reun¨ªa a comer y cantar; hondos recuerdos que aglutinan y fijan una comunidad. Y el ni?o de entonces, Lertxundi, que ahora los reviv¨ªa; y que canta aquellas coplas con su excelente voz llena de sentimiento.
En ese momento, se invirtieron los papeles. El poeta preguntaba al pol¨ªtico. La pregunta, aun rompiendo un tanto aquel tono rememorativo, resultaba igualmente c¨¢lida y c¨®mplice. A m¨ª me sorprendi¨®, francamente. Era de una candidez casi pueril. Arzalluz, en cualquier caso, cogi¨® la pregunta por los cuernos, y respondi¨® dando sentido a su desorientado cofrade. Lertxundi, en nombre de "buena parte de los vascos que se preguntaban lo mismo", consultaba al pol¨ªtico del PNV si hab¨ªan pensado qu¨¦ hacer en el caso de que, tras aprobar el proyecto de Ibarretxe en Euskal Herria, Madrid lo rechazara. Yo no tengo ninguna duda, dijo Arzalluz con su estilo tajante, "en Madrid lo van a tirar a la papelera". Ah¨ª qued¨® todo. Me temo que Benito Lertxundi iba un poquito m¨¢s all¨¢; ?habr¨¢ desobediencia civil?; ?se proclamar¨¢n las nuevas instituciones?, etc¨¦tera.
Resulta inmenso el poder de los relatos trenzados entre s¨ª hasta producir fuertes sentimientos solidarios y de comunidad. Viejas historias de lo cotidiano se anudan con leyendas de origen ancestral m¨¢s o menos significativas que hablan de la bravura, la independencia o el esfuerzo de una colectividad (nunca se habla de personas si no son arquetipos o personajes pintorescos: ocurrentes, decididos, p¨ªcaros, audaces). Un tejido de narraciones que terminan por producir nuevas leyendas con sentido pol¨ªtico que destruyen todo sentido de realidad, que generan una imagen de una sociedad virtual nada acorde con lo verdaderamente existente. Un clima que conduce a pensar peligrosamente en clave m¨ªtica. Lertxundi daba casi por hecho que en el Pa¨ªs Vasco se seguir¨ªa la consigna de Ibarretxe, cuando ¨¦l debiera saber que al actual Gobierno, dividido en este punto, le apoy¨® en las ¨²ltimas elecciones 5,7 de cada diez votantes, frente a 4,3 que lo hicieron a la oposici¨®n activa; que el propio Gobierno (Soci¨®metro vasco) habla de un 25% de independentistas frente a un 32% abiertamente contrarios a ella; que el Euskobar¨®metro de mayo, m¨¢s serio, detect¨® un 33% de independentistas frente a un 63% de federalistas y autonomistas (despu¨¦s de todo, un federalismo imperfecto a corregir). Todo esto antes de haber entrado en un debate serio, como se hizo en Qu¨¦bec, sobre los costes materiales (econom¨ªa, servicios, sanidad, ense?anza, infraestructuras, etc.) y pol¨ªticos (aislamiento europeo) que una soluci¨®n as¨ª supondr¨ªa.
Por lo dem¨¢s, si Lertxundi lo entreve¨ªa, Arzalluz lo sab¨ªa: eso en Madrid lo tirar¨¢n a la papelera. Para ambos, los vascos ya lo hab¨ªamos decidido. Nada m¨¢s lejos de la realidad, pero as¨ª se construyen verdaderas fortalezas de criterio, radicalmente impenetrables ante la evidencia. Si uno recorre Euskadi, se encuentra con verdaderos bastiones de este legendarismo emocional. En ocasiones, geogr¨¢ficos (muchos pueblos), pero m¨¢s frecuentemente, con densas redes sociales (culturales, de amistad, de sociabilidad, etc.). Ellos han visto tras el banco de arena la ballena virtual, y, como sus ancestros, saben que est¨¢ cazada. Y Madrid, como siempre, lo estropear¨¢. S¨®lo la p¨¦rdida del gobierno por parte del PNV en la primavera puede permitir un reencuentro de estos colectivos con la saludable realidad.
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