Dos muchachas
Dos jovencitas, la una barcelonesa, la otra madrile?a, dan cuenta a trav¨¦s de sus aventuras, inventadas y escritas por dos novelistas casi tan j¨®venes como ellas, de la prodigiosa transformaci¨®n de la sociedad espa?ola a lo largo de medio siglo, mejor de como lo har¨ªan muchos vol¨²menes de soci¨®logos e historiadores. Para medir el abismo que separa a esos dos mundos y, al mismo tiempo, disfrutar de unas horas de excelente lectura recomiendo leer, o releer, una tras otra, Nada, de Carmen Laforet (1944), y Las edades de Lul¨², de Almudena Grandes (1989).
Hasta que yo vine a Espa?a, en 1958, no creo haber le¨ªdo a escritores espa?oles contempor¨¢neos residentes en la Pen¨ªnsula, por un prejuicio tan extendido por la Am¨¦rica Latina de aquellos a?os como injusto: que todo lo que se publicaba all¨¢ rezumaba ?o?ez, sacrist¨ªa y franquismo. Por eso, s¨®lo ahora he conocido la delicada y sofocante historia de Andrea, la adolescente pueblerina que llega a la Barcelona gris¨¢cea de principios de los cuarenta, llena de ilusiones, a estudiar Letras, que Carmen Laforet relata con una prosa entre exaltada y glacial, donde lo que se calla es m¨¢s importante que lo que se dice, y que mantiene al lector sumido en una angustia indescriptible, de principio a fin de la novela. No hay en esta minuciosa autopsia del ¨¢nimo de una muchacha encarcelada en una familia hambrienta y medio enloquecida de la calle Aribau la menor alusi¨®n pol¨ªtica, salvo quiz¨¢s, muy de paso, una referencia a las iglesias quemadas de la Guerra Civil. Pero, sin embargo, la pol¨ªtica gravita sobre toda la historia como un ominoso silencio, como un c¨¢ncer proliferante que lo carcome y devasta todo, esa universidad purgada de vida y aire fresco, esas familias burguesas calcificadas de buenas maneras y putrefacci¨®n visceral, esos jovencitos confusos que no saben qu¨¦ hacer, d¨®nde volver la vista, para escapar a la enrarecida atm¨®sfera en que languidecen de aburrimiento, privaciones, prejuicios, miedos, provincianismo y una ilimitada confusi¨®n.
Es admirable la maestr¨ªa con que, a base de leves apuntes anecd¨®ticos y brev¨ªsimas pinceladas descriptivas, va surgiendo ese paisaje abrumadoramente deprimente que parece una conspiraci¨®n del universo entero para frustrar a Andrea e impedirle ser feliz, igual que a casi todos quienes la rodean. Y, pese a ello, hay en esta adolescente desvalida un esp¨ªritu tenaz, indoblegable, que le impide entregarse a la desesperaci¨®n y vengarse de la mala vida, como hace la bestia de su t¨ªo Juan, moliendo a golpes a su mujer, o el t¨ªo Rom¨¢n, el artista fracasado, degoll¨¢ndose con una navaja de afeitar, o la abuela, refugi¨¢ndose en la demencia senil donde se sufre menos que encarando la s¨®rdida realidad. Fuera de Andrea y el perro Trueno, en esa espantosa familia s¨®lo es simp¨¢tica Gloria, la maltratada esposa de Juan, la tah¨²r que recorre los garitos del bajo mundo barcelon¨¦s timbeando para dar de comer a los in¨²tiles que la rodean.
En el mundo de Nada -el inmejorable t¨ªtulo lo dice todo sobre la novela y el lugar en que transcurre- s¨®lo hay ricos y pobres, y como en cualquier pa¨ªs tercermundista, la clase media es una delgada membrana que se encoge y, como la familia de Andrea, tiene ya medio ser hundido en esa mezcolanza popular donde se confunden trabajadores, pordioseros, vagos, parados, marginados, mundo que la espanta y al que trata de mantener a raya a base de feroces prejuicios y delirantes fantas¨ªas. Nada existe m¨¢s all¨¢ de ese mundillo larval que rodea a los personajes; incluso el peque?o enclave bohemio que han construido en el barrio antiguo los j¨®venes pintores que a veces frecuenta Andrea y que quisieran ser rebeldes, insolentes y modernos, pero no saben c¨®mo, tiene algo de caricatura y campanario.
Pero es sobre todo en el dominio del amor y del sexo donde los personajes de Nada parecen vivir fuera de la realidad, en una misteriosa galaxia en la que los deseos no existen o han sido reprimidos y canalizados hacia actividades compensatorias. Por ejemplo, la violencia. Es imposible no advertir -aunque ¨¦l ni siquiera lo sospeche- que la manera como la moral reinante ha ido empujando al t¨ªo Juan a satisfacer sus pulsiones sexuales es a trav¨¦s de las golpizas sangrientas que inflige a su mujer de pronto y sin raz¨®n, como para descargar unas energ¨ªas sobrantes que lo ahogan. Si en casi todos los aspectos de la vida, el mundo de la novela delata una moral pacata hasta lo inhumano que enajena a hombres y mujeres y los empobrece, en ¨¦ste, el del sexo, aquella distorsi¨®n alcanza proporciones inveros¨ªmiles y es, seguramente, en muchos casos, la secreta explicaci¨®n de las neurosis, la amargura, el desasosiego, el desconcierto vital de que son v¨ªctimas casi todos los personajes, incluso Ena, la amiga vivaz y emancipada a quien Andrea admira y envidia.
?Sospechaba esa muchacha de veintitantos a?os que era Carmen Laforet cuando escribi¨® su primera novela que en ella retrataba de manera tan implacable como l¨²cida una sociedad brutalizada por la falta de libertad, la censura, los prejuicios, la gazmo?er¨ªa y el aislamiento, y que en la historia de su conmovedora criatura, Andrea, esa ni?a ingenua a la que en la historia "le roban un beso" y la escandalizan, ejemplificaba un caso de desperada y heroica resistencia contra la opresi¨®n? Acaso no, acaso todo ello result¨®, como ocurre a menudo en las buenas novelas, por obra de la intuici¨®n, la adivinanza y la autenticidad con que buscaba, al escribir, atrapar una elusiva y peligrosa verdad que s¨®lo a trav¨¦s de los laberintos y s¨ªmbolos de la ficci¨®n era expresable. Lo consigui¨® y, medio siglo despu¨¦s de publicada, su hermosa y terrible novela sigue viva.
A diferencia de Andrea, la Lul¨² de Almudena Grandes -el verdadero nombre de esta encantadora se?orita es Mar¨ªa Luisa Ruiz Poveda y Garc¨ªa de la Casa, aunque usted no se lo crea- no vive en un mundo desasexuado por una moral ignominiosamente represiva. Por el contrario, ella se mueve alegremente, como Andrea entre chopos dorados y edificios y recintos universitarios, entre falos enhiestos, vaginas engordadas por el placer y chorros de semen. Quienes piensan que Las edades de Lul¨² fue un mero "caso", que debi¨® su ¨¦xito a la circunstancia excepcional de que testimoniaba con cierta insolencia sobre los excesos de la famosa "movida" madrile?a, har¨ªan bien en releerla ahora, quince a?os despu¨¦s, cuando la "movida" est¨¢ muerta y enterrada, como he hecho yo. Descubrir¨ªan entonces que es una espl¨¦ndida novela, escrita con madura solvencia, y que, adem¨¢s de captar el "esp¨ªritu de una ¨¦poca" con la certera precisi¨®n con que lo hizo Nada para los a?os cuarenta, mantiene en nuestros d¨ªas toda la pugnacidad cr¨ªtica, el humor acerbo, la gracia verbal y las audacias imaginativas que sorprendieron tanto, al aparecer, hace tres lustros. Tambi¨¦n en este caso sorprende que, en su primera novela, una autora de apenas veintitantos a?os como ten¨ªa Almudena Grandes cuando la escribi¨®, construyera su historia con semejante br¨ªo, seguridad y solidez y creara un personaje tan rico en matices, atrevimientos, un esp¨ªritu tan reacio a la domesticaci¨®n y al compromiso, al lugar com¨²n y al escarmiento, como la traviesa Lul¨².
?Es ¨¦ste el mismo pa¨ªs donde, cuarenta y cinco a?os atr¨¢s, la virginal Andrea trataba de descubrir la verdadera vida detr¨¢s de las m¨¢scaras y fantasmas que la encubr¨ªan? Lul¨², desde que, a¨²n colegiala quincea?era, el profesor y poeta Pablo, amigo de su hermano Marcelo, le da su primera lecci¨®n coital, se empe?a en descubrir todas las posibilidades de la vida del sexo, preferentemente las m¨¢s barrocas y enfurru?adas, y nada la arredra en una investigaci¨®n de la que no est¨¢ exento el placer sino todo lo contrario, y corre incluso el riesgo de morir dilacerada con azotes de p¨²as y vibradores dentados en esa ceremonia sadomasoquista de la que la salva Pablo, en el cinematogr¨¢fico final. El Madrid donde ocurren las temeridades de esa jovencita audaz es una ciudad de inconformistas, con las puertas y ventanas abiertas de par en par, por las que circulan los vientos de los cuatro puntos cardinales, un pa¨ªs donde, junto con la libertad y la prosperidad y una robusta y creciente clase media que impone sus gustos y valores, sacude a los j¨®venes un apetito descomedido de diversi¨®n y de ruptura -"el desarreglo de todos los sentidos", lo llamaba Rimbaud-, un frenes¨ª, un hambre de desmesura que quiere romper todos los l¨ªmites.
Si no fuera por la buena prosa, el humor, la iron¨ªa y la inteligencia que la sostienen, Las edades de Lul¨² ser¨ªa irresistible despu¨¦s de las primeras veinte p¨¢ginas, porque una historia centrada casi exclusivamente en orgasmos y fornicaciones naufraga muy pronto, de manera fatal, en la monoton¨ªa y la banalidad. Por eso, la mayor parte de las novelas pornogr¨¢ficas son una bazofia, literariamente hablando. La proeza de Almudena Grandes en esta historia consiste en que, sin dejar de ser una novela donde los verdaderos h¨¦roes son el falo y la vagina -acaso tambi¨¦n el ano y la boca y, apenas, la mano-, Las edades de Lul¨² es tambi¨¦n una penetrante indagaci¨®n en los secretos de la intimidad femenina, en los fantasmas rec¨®nditos que gobiernan desde la sombra la conducta humana.
Lul¨² no nos seduce por el desenfado con que se entrega a ese sexo que su gur¨² y marido le ha ense?ado a independizar del amor, sino porque lo hace tomando cierta distancia con las experiencias que vive. Esa perspectiva risue?a le permite describirlas con gracia y sabidur¨ªa, al mismo tiempo que con un deleite nost¨¢lgico, lo que da una dimensi¨®n intelectual a sus placeres. Esta muchachita no es s¨®lo una raja ¨¢vida; es, tambi¨¦n, una mujer sensible y con ideas, que, no lo olvidemos, en su fren¨¦tica peripecia entre chulos, maricas, travestidos, estupradores, etc¨¦tera, se ha dado ma?a para traducir y hacer una edici¨®n de los epigramas de Marcial.
Como es una chica inteligente, Lul¨² advierte pronto que, tambi¨¦n en el ¨¢mbito sexual, en la frontera que separa a la libertad del libertinaje lo humano comienza a deshumanizarse, a deteriorarse y a tornarse violencia pura y autodestrucci¨®n. Por eso, a medida que va cada vez m¨¢s lejos en su b¨²squeda del placer, lo encuentra menos y la invade un sentimiento de fracaso. Lul¨² descubre a los treinta a?os que la realidad no puede elevarse nunca a las alturas de la fantas¨ªa, que intentar vivir el deseo hasta los ¨²ltimos extremos a que puede extenderlo la imaginaci¨®n humana significa pura y simplemente inmolarse. Por eso el marqu¨¦s de Sade, que sab¨ªa de estas cosas, escribi¨® que el erotismo consist¨ªa en acercar el amor a la muerte.
Pese a las siderales distancias que separan a la fr¨¢gil Andrea y a la impetuosa Lul¨² hay algo que las une: la juventud, la voluntad de ser distintas a lo que el medio y el tiempo en que nacieron quisieron hacer de ellas, la integridad con que asumen esas vidas contra la corriente que son las suyas. Las une tambi¨¦n la f¨¦rtil materia verbal que les dio vida y la maleable sociedad en que vieron la luz, la una a la sombra de una dictadura y la otra en la borrachera reciente de la libertad, y el que, ambas, inciertas sobre su futuro, est¨¦n siempre dispuestas a aprovechar la menor ocasi¨®n para vivir, vivir intensamente, hasta la saciedad.
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