Democracia y cristianismo
El autor mantiene que la religi¨®n debe apoyar al Estado de derecho en cuanto tal, y el Estado tiene que reconocer y proteger las instituciones cuya realizaci¨®n es de ¨¢mbito religioso.
En memoria del cardenal Taranc¨®n
28-11-1994
En los ¨²ltimos d¨ªas se cumplen dos fechas memorables de la historia espiritual y pol¨ªtica de Espa?a, decisivas para el futuro del pa¨ªs y de la Iglesia. Una es la homil¨ªa del arzobispo de Madrid don Vicente Enrique y Taranc¨®n ante su majestad el rey Juan Carlos I en la iglesia de San Jer¨®nimo el Real: El compromiso de la Iglesia con la patria (27-11-1975). La otra recuerda el d¨¦cimo aniversario de su muerte. Taranc¨®n tuvo la lucidez y magnanimidad de asumir dos grandes tareas: la aplicaci¨®n consecuente del Concilio Vaticano II en la Iglesia espa?ola; y la oferta de colaboraci¨®n de la Iglesia a la sociedad para que aqu¨¦lla decidiese su destino pol¨ªtico en plena libertad, superadas las tutelas anteriores del orden que fueran y ejercitadas todas las emancipaciones necesarias.
El Estado es aconfesional, pero la sociedad, si quiere, puede ser confesional
Su lema fue colaboraci¨®n entre sociedad e Iglesia a la vez que autonom¨ªa de cada una. Le cost¨® sudores y dolores, ya que unos consideraban necesaria la retenci¨®n de la sociedad en un marco constitucional determinado por el catolicismo, y otros reclamaban de ¨¦l el tr¨¢nsito a una laicidad, donde Iglesia y fe quedaran recluidas en la estricta interioridad individual. Ofreci¨® colaboraci¨®n y amistad a todos. Se reuni¨® con pol¨ªticos y periodistas, miembros de la oposici¨®n y ministros del Gobierno. Acept¨® el reto de no apoyar a partidos cristianos, por m¨¢s leg¨ªtimos que fueran democr¨¢ticamente, como signo necesario entonces para mostrar que la Iglesia acepta un pluralismo de opciones pol¨ªticas y un pluralismo de posiciones pol¨ªticas de los cristianos, con la ¨²nica condici¨®n de que mantengan los principios constituyentes de la fe y de la comuni¨®n eclesial. A la cabeza del episcopado apoy¨® las reformas primero y la Constituci¨®n despu¨¦s, consciente de que la Iglesia no queda ni suplida en su misi¨®n ni suplantada en su legitimidad democr¨¢tica por ning¨²n partido.
?D¨®nde estamos hoy a distancia de 30 a?os? Aunque parezca extra?o, ciertos grupos y movimientos reclaman un retorno a situaciones que el cardenal y la Constituci¨®n daban por definitivamente superadas. La Constituci¨®n afirm¨® la soberan¨ªa popular, la responsabilidad del Estado de derecho, la libertad ciudadana y, con ella, tambi¨¦n la religiosa, en su dimensi¨®n individual y colectiva, personal e institucional, por ser consciente de la historia y del peso presente que la religi¨®n y la Iglesia tienen en nuestro pa¨ªs.
Un tipo de pensamiento y de pol¨ªtica se ha propuesto convencer a los ciudadanos de que: la democracia s¨®lo es posible cuando la religi¨®n haya sido definitivamente eliminada de lo p¨²blico; que el Estado s¨®lo es libre cuando se desentiende de las realidades religiosas y de su forma institucional como Iglesia; que la modernidad ha superado la comprensi¨®n religiosa de la existencia; que la vida laica, en cuanto a negaci¨®n de toda referencia trascendente y rechazo de la idea de Dios, es la condici¨®n necesaria para una modernizaci¨®n de Espa?a; que, por tanto, s¨®lo una ciudadan¨ªa comprendida y ejercitada de modo no religiosa es capaz de crear una Espa?a progresista. M¨¢s all¨¢ de las minucias pol¨ªticas y administrativas de cada d¨ªa, ¨¦sos son los presupuestos que est¨¢n tras ciertos proyectos legislativos: frenar o anular la presencia de un factor cat¨®lico que se considera premoderno, antidemocr¨¢tico, antiprogresista. La honestidad intelectual reclama su esclarecimiento, viendo en qu¨¦ casos esa acusaci¨®n puede tener fundamento y cu¨¢ndo es un pretexto para otros fines. S¨®lo as¨ª estaremos en la verdad p¨²blica, reconoceremos al pr¨®jimo sinceramente y no haremos de la pol¨ªtica un mero ejercicio de poder, en su doble forma negativa de encanallamiento o de trivializaci¨®n.
El punto de partida para todos es que el Estado es aconfesional. As¨ª puede servir a los ciudadanos para que en el ejercicio de su libertad puedan realizar su vida desde sus convicciones fundamentales, religiosas o no religiosas. Cuando una sociedad realiza su ciudadan¨ªa, con una dimensi¨®n religiosa, la realiza en el empe?o de su libertad. ?sta, como todo acto personal, tiene un lado interior y uno exterior, uno privado y otro p¨²blico, uno ¨ªntimo y otro institucional. Un Estado s¨®lo es realmente de derecho cuando no construye una ciudadan¨ªa para sus s¨²bditos imponiendo una o excluyendo otra, sino que reconoce y acoge la que, surgida libremente desde abajo, se dan a s¨ª mismos los ciudadanos. El Estado no puede proponer una forma de ciudadan¨ªa ni religiosa ni antirreligiosa, ni confesante ni laicista. Hacerlo ser¨ªa una forma de dictadura, de obliteraci¨®n de la real libertad de pensamiento, confesi¨®n, expresi¨®n y asociaci¨®n.
?Cu¨¢l es el presupuesto de esa actitud, que en el fondo tolera y por ello en vez de acoger, favorecer y dar cauce a la existencia religiosa, individual y comunitaria, la pone permanentemente bajo sospecha cuando no bajo acusaci¨®n? La convicci¨®n de que la religi¨®n es desnaturalizadora y degradadora de la vida, que est¨¢ en contradicci¨®n con la ciencia, que impide la real libertad y que con su propuesta de verdad hace imposible el pluralismo. La mitad del pensamiento del siglo XX (nazismo, marxismo) parti¨® de ese presupuesto, creando sistemas para desenraizar la dimensi¨®n religiosa de la vida humana. Sus consecuencias mort¨ªferas est¨¢n a la vista de todos.
?C¨®mo se explican esos acusadores que la democracia haya nacido precisamente en los pa¨ªses de cultura cristiana, como antes hab¨ªa nacido la ciencia y luego los derechos humanos? ?C¨®mo interpretan una historia de Europa y de Espa?a donde las m¨¢ximas creaciones literarias y arquitect¨®nicas, pict¨®ricas, musicales, tienen una intencionalidad y nutrici¨®n religiosas? ?Se seguir¨¢ arguyendo que todo eso era propio de los siglos pasados? ?Qu¨¦ hacer, entonces, hoy en m¨²sica con Penderecki y Messiaen, en el pensamiento con Rahner y Balthasar, en la literatura con Tolkien y C. S Lewis? ?Decidiremos borrar de la faz de la Tierra todo lo que abra el mundo a la trascendencia, a la santidad, a Dios? ?Olvidaremos el consejo de Delfos: "Conoce tu finitud, no accedas a la insolencia". ?Ha perdido vigencia Goethe: "El estremecimiento ante lo santo es la vibraci¨®n m¨¢s humana que existe en el coraz¨®n del hombre"?
La religi¨®n abre fuentes de vida y esperanza que no manan en otro sitio. La democracia se nutre de ra¨ªces que no puede vivificar por s¨ª misma. "Una cultura magna, pero sin ra¨ªces", dec¨ªa Ortega y Gasset. Desde Tocqueville a los mejores tratadistas modernos sabemos que s¨®lo donde se cultivan la cultura, la ¨¦tica, la religi¨®n, manteni¨¦ndose conjugadas y colaboradoras, s¨®lo all¨ª una democracia abierta tiene asegurada su pervivencia y fecundidad. Ortega y Gasset conclu¨ªa La rebeli¨®n de las masas: "Se desemboca en la verdadera cuesti¨®n". ?sta es la reducci¨®n de la vida a meros hechos, del pensamiento a t¨¦cnica, de la pol¨ªtica a simple legislaci¨®n, sin criterios ni horizontes morales, sin verdades y esperanzas ¨²ltimas, sin fuerzas necesarias para resistir los golpes de la historia y sin potencias para asumirla como camino a la vida y no padecerla como mero intermedio entre una nada precedente y un silencio consiguiente.
Los hombres necesitamos referencias objetivas y universalizables, ideas e ideales, para superar el nihilismo y la violencia inherente al coraz¨®n humano, a la vez que para allegarnos a las cotas m¨¢ximas posibles a nuestros anhelos. Sobre ese fondo la religi¨®n despliega una posibilidad que podemos cultivar o cercenar. El cristianismo ha colaborado definitivamente a crear las categor¨ªas de persona, libertad, comunidad, amor, pr¨®jimo, perd¨®n, vida eterna, Dios encarnado. Con sus hombres y mujeres, santos y servidores, ha mostrado la figura de la misericordia operante en este mundo. Esas ideas y exponentes de humanidad, ?deben ser erradicados o protegidos?
El Estado es aconfesional, pero la sociedad, si quiere, puede ser confesional. Y si de hecho sus miembros lo son, el Estado debe acoger, proteger y fomentar eso que los ciudadanos reconocen y afirman como su identidad. ?Por qu¨¦ va a reconocer como despliegue aut¨¦ntico de lo humano el arte y los teatros, la m¨²sica y las operas, la ¨¦tica y los ateneos, la pol¨ªtica y los partidos, y va a rechazar la religi¨®n con sus templos e instituciones, emitiendo un juicio negativo contra ella y discrimin¨¢ndola frente a otros ejercicios de la libertad? ?Por qu¨¦ remitirse siempre a los mismos datos de la historia cristiana sin verla dentro de la entera evoluci¨®n humana? ?Qui¨¦n fue responsable de los 150 millones de muertos que tiene Europa sobre su conciencia entre 1914 y el final de la guerra de Yugoslavia: la Religi¨®n o la Ilustraci¨®n, el evangelio o las ideolog¨ªas? ?O en qu¨¦ proporci¨®n lo es cada una de ellas?
La religi¨®n debe apoyar al Estado, al Gobierno y a la democracia cuando se mantienen y ejercen en Estado de derecho. El cristianismo lo hace con sinceridad, pero nunca reconocer¨¢ validez democr¨¢tica y moral a un Estado o Gobierno que con palabras, hechos o leyes declaran inhumana a la fe en Dios, marginan la ejercitaci¨®n creyente de la existencia, frenan la articulaci¨®n institucional de la vida religiosa. Porque eso ser¨ªa imponer un modelo de ciudadan¨ªa que arranca del alma la comprensi¨®n y constituci¨®n religiosa de la persona. Eso ser¨ªa una forma subcut¨¢nea y, por ello, mucho m¨¢s eficaz de dictadura. La religi¨®n tiene que acreditar su dimensi¨®n social y su voluntad de colaboraci¨®n. Un Estado social y democr¨¢tico de derecho tiene que acreditar el reconocimiento real de la libertad, justicia e igualdad concretas y, por tanto, reconocer, proteger y favorecer tanto la existencia como las instituciones y realizaciones de aquellos ciudadanos que se comprenden y realizan religiosamente.
Olegario Gonz¨¢lez de Cardedal es te¨®logo.
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