El imperio del espa?ol
Hay un imperio bienhechor en el que no se pone el sol. Es el imperio del espa?ol; un dominio antiqu¨ªsimo y moderno, cultural y espiritual, una naci¨®n virtual, sin fronteras, m¨²ltiple, compleja, variada, cambiante y llena de promesas. El espa?ol ya no es s¨®lo de Espa?a, ni principalmente de Espa?a: tiene muchos m¨¢s hablantes fuera de ella. Es una de las lenguas m¨¢s vivas y vivaces del mundo, y una de las que con m¨¢s energ¨ªa avanzan, no s¨®lo en el ¨¢rea geogr¨¢fica que va cubriendo, sino en los variados acentos que adopta -tan distintos como pueden ser el andaluz, el yucateco, el porte?o o el cubano-. Y desde tiempos medievales, nuestra lengua no ha dejado de producir una literatura excelente.
Si en este desconcertante principio del siglo XXI asistimos perplejos a tantas sangrientas resurrecciones hist¨®ricas que parec¨ªan imposibles, impensables (nuevas cruzadas del siglo XI en el mundo isl¨¢mico, odios teol¨®gicos y ¨¦tnicos del siglo XIV en los Balcanes, querellas territoriales entre israelitas y filisteos en tierras b¨ªblicas), ?c¨®mo no celebrar un proceso hist¨®rico no menos antiguo, pero de car¨¢cter positivo e integrador, como la milenaria construcci¨®n del espa?ol?
Recorrer la asombrosa historia de nuestro idioma nunca est¨¢ de m¨¢s, porque su desarrollo es una de las glorias indisputadas de la civilizaci¨®n occidental. A lo largo de sus m¨¢s de mil a?os de historia el espa?ol destaca sobre todo por su capacidad para mezclar, incorporar, convivir y aceptar lo diverso, lo variado, en una nueva y din¨¢mica unidad, abierta a su vez al cambio incesante. Mimetiz¨¢ndose con otras hablas (como el leon¨¦s, el navarro o el aragon¨¦s), o colindando con ellas (como con el catal¨¢n o el gallegoportugu¨¦s), absorbiendo reminiscencias hebreas, fenicias y celt¨ªberas, incorporando el culto lat¨ªn de los monasterios o enriqueci¨¦ndose con el contacto musulm¨¢n entre los moz¨¢rabes, el castellano avanz¨® al paso de la reconquista. Pero el espa?ol era el reverso de la guerra, era la otra cara de la guerra: no una disputa a muerte entre credos irreductibles, sino encuentro feliz de culturas, crisol de muchos metales, conversaci¨®n de civilizaciones plasmada de pronto, milagrosamente, en la adopci¨®n por un pueblo de la palabra de otro. Tan entra?able se volvi¨® esa lengua que los descendientes de los jud¨ªos expulsados de Espa?a en 1492 la seguir¨ªan usando y a?orando a trav¨¦s de los siglos. A¨²n ahora, aquel espa?ol antiguo sobrevive milagrosamente. Y es que la lengua es un territorio ecum¨¦nico, por encima de la fe. Esto es algo que no debe olvidar la Espa?a de nuestros d¨ªas, a riesgo de repetir la condena b¨ªblica sobre la Torre de Babel.
El idioma castellano fue tambi¨¦n la domesticaci¨®n de la guerra, su encarnaci¨®n en la literatura. Desde los tiempos del Cantar del M¨ªo Cid, la corriente literaria cobr¨® fuerza. La continuaron el soberano Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y Le¨®n, gran promotor, compilador y prologador de leyes, historias, narraciones, traducciones, obras cient¨ªficas y poemas en su corte de Toledo; miembros de la nobleza y juglares que recorr¨ªan burgos y castillos; cl¨¦rigos encumbrados, oscuros monjes y gente del com¨²n que aportaban al acervo literario del castellano obras nuevas, variadas, influidas ahora por la literatura italiana, llena de innovaciones. Es la ¨¦poca de las novelas de caballer¨ªas, inmensamente populares. Es tambi¨¦n el tiempo de la invenci¨®n y establecimiento de la imprenta, que multiplicar¨ªa la fuerza de la conquista intelectual que lograba el castellano con la calidad, cantidad y renombre de sus obras literarias. El espa?ol, cuando estaba por terminar la separaci¨®n din¨¢stica de los reinos de la Pen¨ªnsula, la hab¨ªa conquistado toda: ya fuera con su presencia plena, ya con su prestigio.
Lleg¨® la era de Carlos V y Felipe II. Un alud de soldados, aventureros, evangelizadores, artesanos y comerciantes de Castilla, Extremadura, Andaluc¨ªa, llevaron el espa?ol a todos los confines del Imperio, hasta las remotas Filipinas. En los territorios americanos, entre las ruinas de sus antiguos Estados ind¨ªgenas, trabajaban ya, oponi¨¦ndose a los encomenderos y a otros explotadores, los protectores de los indios y los estudiosos de sus lenguas y su historia. Fueron esos ap¨®stoles quienes rescataron los idiomas ind¨ªgenas, quienes compilaron sus diversas gram¨¢ticas. En los nuevos territorios la poblaci¨®n venida de Espa?a se mezcl¨® desde el principio con los abor¨ªgenes para dar lugar a un pueblo nuevo, mestizo, que a la larga predominar¨ªa sobre los componentes originales, pero que se?aladamente hablar¨ªa espa?ol. Con todo, ese espa?ol era otro, repleto de giros, matices, palabras, hallazgos locales: mexicanismos, peruanismos, argentinismos.
Junto a esa vocaci¨®n para el mestizaje, la espl¨¦ndida producci¨®n literaria y gram¨¢tica del Siglo de Oro en la Pen¨ªnsula se enriqueci¨® con la aportaci¨®n de Am¨¦rica: de una misma camada se consideraron -y eran- Alarc¨®n, Sor Juana, el Inca Garcilaso, Nebrija, Correas y tantos otros escritores ilustres, a los que se sumaron los barrocos tard¨ªos y los ilustrados. En la vigilia de la invasi¨®n napole¨®nica, cuando el Imperio Espa?ol estaba por venirse abajo, el imperio del espa?ol ten¨ªa garantizada su permanencia.
Para el Imperio Espa?ol el siglo XIX fue, en su principio y final, una centuria de desvertebraci¨®n. Pero a lo largo de ese siglo, el imperio del espa?ol se consolid¨® en la geograf¨ªa de la Am¨¦rica espa?ola. Aunque las ramas americanas se hab¨ªan separado del tronco hispano, y a menudo volteaban la espalda a su legado pol¨ªtico y religioso, en un ¨¢mbito al menos, liberales y conservadores en M¨¦xico y Per¨², en Argentina y Colombia, estaban de t¨¢cito acuerdo: el uso del espa?ol. De hecho, los pa¨ªses hispanoamericanos volvieron a acercarse a Espa?a a ra¨ªz del 98, y de esa convergencia naci¨® la reconciliaci¨®n del tronco y sus ramas en el ¨¢mbito del pensamiento y la literatura. En la Am¨¦rica hispana circularon con inmensa influencia las obras de la generaci¨®n del 98, del 27, y llegado el momento nuestros pa¨ªses fueron puerto de abrigo para los refugiados intelectuales de la Guerra Civil. Por su parte, "Nuestra Am¨¦rica", como la hab¨ªa llamado Jos¨¦ Mart¨ª, renovaba la literatura con el modernismo, y fundar¨ªa un siglo de desarrollo cultural sin precedente, un cap¨ªtulo de creatividad art¨ªstica y literaria que no palidece frente al Siglo de Oro espa?ol.
Vale la pena, pues, recordar esa historia, pero la vida, como dec¨ªa Ortega y Gasset, "se vive para adelante". Y en este incierto comienzo del siglo XXI, el espa?ol es protagonista de un nuevo, apasionante episodio, del que no se sabe si saldr¨¢ conquistado o ser¨¢ conquistador. Me refiero, por supuesto, a la presencia de 35 millones de "hispanos" en "las entra?as del monstruo", como lo defini¨® Mart¨ª, en los Estados Unidos de Am¨¦rica.
?Tiene raz¨®n Samuel Huntington? El tristemente c¨¦lebre profesor de Harvard sostiene en un libro reciente que la inmigraci¨®n hispana, y en particular la mexicana, a Estados Unidos constituye un peligro "presente y claro" (como ellos dicen) para la supervivencia cultural y moral de ese pa¨ªs. Para probar su extra?o aserto, el profesor aduce precisamente que los hispanos no se asimilan al universo ling¨¹¨ªstico del ingl¨¦s. Por muchas razones est¨¢ equivocado. Los mexicanos aprenden ingl¨¦s muy r¨¢pido y en la segunda o tercera generaci¨®n poco a poco van perdiendo el espa?ol. Pero aun en los casos en que el castellano sobrevive, ?qui¨¦n le habr¨¢ dicho al profesor Huntington que el dominio de idiomas es una "suma cero"? Lo que ocurre es que Huntington, obsesionado por la idea de pureza, desconoce la virtud cardinal del mexicano, del hispano y del idioma espa?ol: la virtud de la convivencia y el mestizaje. El mejor desenlace que puede ocurrir en Estados Unidos es la convivencia de ambos idiomas y su mutua inseminaci¨®n.
?Podemos hacer algo para evitar la derrota del espa?ol? Espa?a e Iberoam¨¦rica critican mucho a Estados Unidos, pero lo conocen poco. Y sin conocimiento no hay conquista posible. Necesitar¨ªamos conocerlos y actuar pronto, de manera coordinada, en un proyecto que incluya al mundo acad¨¦mico, art¨ªstico, intelectual y literario, la iniciativa privada y los gobiernos. El objetivo ser¨ªa introducir una nueva oferta de productos culturales para la poblaci¨®n hispana: libros, revistas, exposiciones, diarios, conferencias, programas de radio, programas de televisi¨®n y, desde luego, pel¨ªculas. Se dir¨ªa que ya existen y que en algunos casos (como las cadenas de televisi¨®n abiertas) son enormemente exitosos. Pero se trata de ofertas con un contenido que se conecta con la cultura de los pa¨ªses caribe?os, y que salvo las telenovelas, noticieros, programas deportivos, tiene poco que decir al inmigrante mexicano, peruano, salvadore?o o ecuatoriano. Se necesita, en suma, planear y llevar a cabo empresas culturales ambiciosas y sagaces, para atraer hacia el espa?ol, para retener en el espa?ol, a una poblaci¨®n que de cualquier forma aprender¨¢ el ingl¨¦s en el trabajo, en la escuela y en la calle. De tener ¨¦xito, los hijos de esos inmigrantes tendr¨¢n un arma adicional para abrirse paso en esa sociedad: el arma del biling¨¹ismo que, dados los flujos demogr¨¢ficos previsibles, les permitir¨ªa influir de manera decisiva en la vida pol¨ªtica de Estados Unidos y, por derivaci¨®n natural, del mundo entero.
Ser fieles a nuestra historia y a nuestra milenaria tradici¨®n de mestizaje. Estar a la altura de los siglos de creatividad literaria y art¨ªstica. Pero serlo y estarlo con audacia e imaginaci¨®n empresarial. ?se es, creo yo, el secreto para la expansi¨®n definitiva de nuestro bienhechor imperio, imperio no de armas, sino de letras: el imperio del espa?ol.
Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres y autor, entre otros libros, de Traves¨ªa liberal.
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