"Tuve que dejar de trabajar porque la silla era un potro de tortura"
Hasta 11 a?os aguant¨® Lola Corrales en su trabajo. "Me hubiera gustado estar m¨¢s, pero mi situaci¨®n empeor¨® y no recib¨ª ninguna ayuda. La silla era un potro de tortura". Lola fue grabadora de datos en el antiguo Insalud. Naci¨® con polio, y tuvo una reca¨ªda a los 30 a?os. Sufr¨ªa el llamado s¨ªndrome pospolio, un agravamiento que aparece a?os despu¨¦s y afecta a la movilidad de los afectados.
Tir¨® la toalla despu¨¦s de acabar un curso de secretariado m¨¦dico en la Universidad Complutense de Madrid. "Era 1991, y ten¨ªa 33 a?os", recuerda. "En la facultad no hab¨ªa barandillas; quitaron al guardia del aparcamiento que ten¨ªa que vigilar que respetaran la plaza que ten¨ªa reservada. Pero consegu¨ª el diploma", relata orgullosa.
"El trabajo empeor¨® mi estado", afirma. "No ten¨ªa d¨®nde apoyar la pierna, y me tuve que subir un ladrillo en la oficina. La silla no estaba adaptada, y los hierros de la pr¨®tesis [que todav¨ªa usa] se me clavaban. Con ese mobiliario antiguo la espalda se me puso todav¨ªa peor", afirma. Pero lo peor para Lola fue que no tuvo ayuda de nadie. "Me quej¨¦ al comit¨¦ de empresa, a la direcci¨®n, y no consegu¨ª nada", dice.
Para Lola, el decreto que reserva un 5% de las plazas p¨²blicas a los discapacitados "est¨¢ bien, pero hacen falta otras ayudas". Desde los setenta hay cuotas: primero, un 2%; luego, un 3%, y ahora, un 5%. "Eso est¨¢ bien, si se ayuda a la gente a prepararse. Si se regula una reserva de plazas y no se quitan las barreras para la formaci¨®n, las arquitect¨®nicas y los prejuicios de los jefes, no servir¨¢. No somos supermanes para estar siempre luchando", concluye.
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