Carta abierta a mis vecinos
Una vez m¨¢s me llegan noticias de un atropello cometido contra la ciudad en la que nac¨ª y sigo llevando en mi coraz¨®n y en mi memoria a pesar de la ausencia. ?beda ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad, pero las autoridades que la gobiernan siguen actuando sobre ella sin el menor miramiento, cometiendo calamidades que destrozan lo mejor que hemos heredado de las generaciones anteriores y que no tienen ning¨²n sentido, ninguna utilidad pr¨¢ctica para quienes viven ahora. Parece que las declaraciones de amor por la ciudad son compatibles con el abandono, incluso con la destrucci¨®n. Cada vez que viajo a ?beda, cada vez que hablo con alg¨²n amigo que vive all¨ª, descubro un nuevo destrozo, un desprop¨®sito todav¨ªa m¨¢s grave. La plaza de Andaluc¨ªa, que tuvo un car¨¢cter tan singular, tan admirable en la modestia de su escala, ha sido arrasada sin contemplaciones para imponer en ella un espacio desolado y la boca de un b¨¢rbaro aparcamiento.
Los bellos ¨¢rboles que le daban sombra los han sustituido por grotescos maceteros de hierro, m¨¢s propios de una urbanizaci¨®n sin car¨¢cter que de una ciudad hist¨®rica. La hermosa fuente, la estatua del general Saro, que atestiguaban la memoria de la ciudad, han sido eliminadas, como para resaltar la groser¨ªa urban¨ªstica de un aparcamiento que desfigura irreparablemente lo que fue el coraz¨®n de la ciudad y ahora es un espacio desolado. Las perspectivas del sur de la ciudad est¨¢n siendo arruinadas por el abandono en que yacen los miradores de la muralla y por construcciones nuevas que se levantan con una insensibilidad m¨¢s propia de especuladores sin cultura y sin conciencia que de habitantes de una ciudad hist¨®rica. Pintadas groseras que nadie borra ensucian lo mismo la cal de las fachadas populares que la piedra dorada de los palacios antiguos.
Y ahora, en el colmo de la barbarie y del absurdo, la plaza de San Lorenzo, mi plazuela de la infancia, est¨¢ siendo destrozada igual que lo han sido a lo largo de los a?os tantas plazas memorables, tantos rincones de una ciudad que ya no existe. ?rboles que han dado sombra a varias generaciones han sido cortados en unas pocas horas. El sabio empedrado, el testimonio de tantas destrezas artesanales perdidas, el espacio del trabajo y de las vidas cotidianas de tanta gente, todo est¨¢ siendo destrozado por una autoridad que parece carecer igual de respeto a la memoria que de conciencia de las necesidades presentes.
La distancia de miles de kil¨®metros no alivia el dolor, pero al menos la novedad de la resistencia popular contra los nuevos desmanes me da un poco de esperanza. No somos los due?os absolutos de nuestros paisajes, ni de nuestras calles, y menos en una ciudad tan favorecida por la historia como ?beda. Somos responsables de preservar lo que nos legaron nuestros mayores, y tenemos una responsabilidad id¨¦ntica hacia quienes vendr¨¢n despu¨¦s de nosotros. En los ¨²ltimos decenios, por culpa del crecimiento incontrolado, de la ignorancia, del puro abandono, una gran parte del patrimonio de la ciudad de ?beda se ha perdido. Y que no digan que esa p¨¦rdida ha sido una consecuencia necesaria del progreso: se puede progresar sin destruir, como observar¨¢ quien viaje por peque?as ciudades europeas, en las cuales el nivel de vida y de desarrollo es muy superior al nuestro, pero que han comprendido que la conservaci¨®n del patrimonio hist¨®rico era la mejor fuente de riqueza sostenida y de prosperidad.
Ser Patrimonio de la Humanidad no es, como parece que entienden algunos en ?beda, un pretexto m¨¢s para el orgullo inepto, para el localismo autosatisfecho e ignorante: Patrimonio de la Humanidad significa, sobre todo, una responsabilidad universal, una conciencia de que se nos ha confiado la custodia de un tesoro de cuya integridad y mejora tenemos que dar cuenta. Y el patrimonio no son s¨®lo iglesias, palacios, monumentos hist¨®ricos: patrimonio es el tejido ¨ªntegro del paisaje de una ciudad, sus barrios populares, su relaci¨®n con el medio natural, el car¨¢cter ¨²nico de una fisonom¨ªa que ha tardado siglos en definirse, pero que puede ser destruida sin remedio en muy poco tiempo.
Cuando la autoridad no cumple con su cometido, cuando en lugar de cuidar la ciudad contribuye a destruirla, es l¨ªcito que los ciudadanos se rebelen, que muestren su rabia, levanten su voz y cobren conciencia del poder que tienen, y de la responsabilidad que tambi¨¦n a ellos les corresponde. ?Nos vamos a resignar a que nuestra ciudad sea cada vez m¨¢s vulgar y m¨¢s sucia? ?Vamos a permitir que nuestra plaza de Andaluc¨ªa permanezca tan falta de alma como el aparcamiento de un supermercado? Nadie nos va a devolver ya los ¨¢lamos centenarios en los que cantaban los p¨¢jaros que me despertaban en las ma?anas escolares de mi infancia, pero si los vecinos levantamos la voz y abandonamos la resignaci¨®n y decimos bien alto que no vamos a tolerar pasivamente m¨¢s atropellos, quiz¨¢ estamos a tiempo de que no se pierda del todo una ciudad incomparable, una manera de vivir.
Aunque est¨¦ muy lejos, quiero que sep¨¢is que mi voz se une a la vuestra y que cont¨¢is conmigo en la hermosa rebeli¨®n de los vecinos de San Lorenzo.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
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