Porno duro
La historia le ocurri¨® a un amigo escritor. Un d¨ªa, dos j¨®venes integrantes de un club de lectura se le acercaron para que les firmara una de sus novelas; mi amigo decidi¨® dedicarles la novela a todos los miembros del club y pregunt¨® cu¨¢l era el nombre de ¨¦ste. "Rocco y Saramago", contestaron los dos j¨®venes. "Saramago s¨¦ qui¨¦n es", dijo un poco perplejo mi amigo, que es admirador de Saramago. "?Pero Rocco?". "Rocco Siffriedi", contestaron los j¨®venes, sonriendo de forma maligna. "?El actor porno?", conjetur¨® mi amigo. La decepci¨®n borr¨® la sonrisa de los dos j¨®venes. "Aprobado", sentenciaron, y a continuaci¨®n le contaron que semanas atr¨¢s hab¨ªan mantenido una conversaci¨®n similar con un eximio escritor a quien, cuando pregunt¨® qui¨¦n era Rocco Siffriedi, le mintieron: "El escritor siciliano del siglo XVIII, tal vez lo conoce". "Por supuesto, por supuesto", minti¨® a su vez el escritor. "He le¨ªdo alguna cosa suya. Me parece excelente".
No pude evitar acordarme de esta an¨¦cdota cuando hace poco muri¨® Russ Meyer. Meyer no fue el Rocco Siffriedi de los a?os setenta, pero casi: Siffriedi es el rey del porno duro; Meyer fue el rey del porno blando. Su caso parece el caso a la vez curioso y com¨²n del artista maldito redimido por el tiempo. Nacido en Oakland en 1922, desde finales de los cincuenta Meyer produjo, financi¨®, escribi¨® y dirigi¨® 23 pel¨ªculas saturadas de rubias platino de pechos descomunales, cinturas de avispa y nalgas aguerridas que al principio fueron saludadas por la cr¨ªtica como basura expelida por la mente perturbada de un guarro de una vulgaridad aplastante. A finales de los sesenta, sin embargo, Meyer empez¨® a ser reivindicado por el underground americano, y en los noventa lleg¨® su consagraci¨®n: sus pel¨ªculas se comentaban en las aulas de Harvard y Yale, eran adquiridas por los museos m¨¢s respetables y proyectadas en retrospectivas de los festivales m¨¢s prestigiosos, y a su muerte todos los peri¨®dicos serios le consagraron respetuosas necrol¨®gicas. El tiempo lo prestigia todo, porque convierte el pasado en arqueolog¨ªa. ?Prestigiar¨¢ tambi¨¦n a Rocco Siffriedi, cuyas pel¨ªculas son ahora mismo consideradas basura execrable? Es verdad que el porno de Meyer y Siffriedi son en apariencia diametralmente opuestos: en Meyer no hab¨ªa sexo, y sus pel¨ªculas parecen ahora de una inocencia enternecedora si las comparamos con las de Siffriedi, que desbordan de sexo salvaje y triples penetraciones; pero en el fondo no son tan distintos, pues al fin y al cabo, seg¨²n Rom¨¢n Gubern, las pel¨ªculas de ambos se rigen por la misma regla de oro, enunciada por Meyer as¨ª: "Nunca dejo que la historia interrumpa la acci¨®n". ?Prestigiar¨¢ el tiempo a Siffriedi? ?Veremos sus pel¨ªculas proyectadas en cineclubes y festivales serios y compradas por museos y estudiadas en Harvard y Yale? ?Cu¨¢ndo empezar¨¢ su reivindicaci¨®n por los vanguardistas m¨¢s radicales? ?O ha empezado ya y son los miembros pioneros del club de lectura Rocco y Saramago? No tengo ni idea. El porno duro tiene mala prensa, y no parece que eso vaya a cambiar. Adem¨¢s, dicen que las mujeres lo detestan. Bueno, unos dicen que s¨®lo algunas mujeres lo detestan; otros, que las mujeres lo detestan porque est¨¢ hecho para hombres; otros, que todas las mujeres lo detestan y que lo detestar¨ªan igual aunque estuviera hecho para mujeres. Esto ¨²ltimo no lo entiendo; al parecer, Martin Amis, s¨ª. Hace poco afirmaba que todas las mujeres detestan la pornograf¨ªa porque "no soportan ver la industrializaci¨®n de un acto de amor que de hecho puebla el mundo" y porque "la pornograf¨ªa no s¨®lo niega, sino que excluye la idea de que el sexo tiene un significado, y de que tiene que ver con el amor". El argumento de Amis parece darle la raz¨®n a aquel chiste ya viejo, seg¨²n el cual las mujeres siempre se quedan a ver hasta el final las pel¨ªculas porno para averiguar si los protagonistas acaban cas¨¢ndose. Pero sigo sin entenderlo: ?por qu¨¦ los hombres aceptamos la industrializaci¨®n del sexo y las mujeres no? ?Est¨¢ seguro Amis de que s¨®lo los hombres disfrutan con un sexo sin significado y de que para nosotros el sexo no tiene que ver con el amor?
Hace muchos a?os vi una pel¨ªcula de Russ Meyer: era interesante, pero confieso que me gust¨® menos que algunos cl¨¢sicos aut¨®ctonos del destape, como Zorrita Mart¨ªnez o Sex o no sex. Hace alg¨²n tiempo vi una pel¨ªcula de Rocco Siffriedi; era interesante, pero no la vi hasta el final, y no porque ya supiera que al final los protagonistas no se casan, sino por las mismas razones por las que resulta cient¨ªficamente imposible ver m¨¢s de cinco minutos seguidos de Gran Hermano. Y poco despu¨¦s de la muerte de Russ Meyer me encontr¨¦ a mi amigo escritor. Por supuesto, le habl¨¦ de Rocco Siffriedi; entonces ¨¦l palideci¨® un poco y, despu¨¦s de algunas vacilaciones, me cont¨® una pesadilla atroz que le persegu¨ªa desde hac¨ªa meses. La pesadilla transcurr¨ªa dentro de cien a?os. ?l volv¨ªa a encontrarse con los dos j¨®venes del club Rocco y Saramago, que volv¨ªan a pedirle su firma; entonces les preguntaba de nuevo por el nombre del club y, cuando ellos se lo dec¨ªan, se o¨ªa contestar lo siguiente: "Rocco s¨¦ qui¨¦n es. ?Pero Saramago?".
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