Colapso
Imagino que no soy el ¨²nico sorprendido por una informaci¨®n aparecida en estas mismas p¨¢ginas bajo el titular Los promotores admiten el riesgo de colapso del territorio con el actual modelo de desarrollo, en la que se recogen algunas ideas discutidas en un congreso de promotores inmobiliarios celebrado hace poco en M¨¢laga. Los datos son escalofriantes, pero no hace falta insistir mucho en ellos. Basta con echar un vistazo a la entrada o la salida de cualquier ciudad andaluza de la costa o del interior para comprobar el resultado a que nos ha llevado el actual modelo de desarrollo: es evidente que, por lo menos hasta ahora, el empobrecimiento cr¨®nico y a veces hasta la ruina de la calidad de vida en la parte de mundo que ocupamos no han servido de freno a nadie ni a nada. Sin embargo, los promotores hablan como si el acoso de la conspiraci¨®n de cemento fuese algo sobrevenido como por ensalmo, y esto no puede producir m¨¢s que perplejidad. Dicen que "sin una adecuada planificaci¨®n se puede llegar al colapso de las infraestructuras y al agotamiento de la capacidad ambiental de carga del territorio". ?Puede saberse c¨®mo y cu¨¢ndo se han dado cuenta de esto, y si ha sido muy grande la sorpresa? Hablan de la necesidad de planificar y de coordinar: ?c¨®mo entender ese alejamiento de la fe en la autonom¨ªa del mercado? Deber¨ªan contar los pasos de su reflexi¨®n: los que hicieron caso en su momento a los profetas del fin de lo p¨²blico y se liberaron de todo lo que sonara a ret¨®rica socializante tienen derecho a una explicaci¨®n de esta ca¨ªda del caballo. Porque hay gente que puede pensar mal y entender la historia de otra manera: llegados al l¨ªmite de la capacidad de carga del territorio -es decir, a punto de carg¨¢rnoslo-, necesitamos que alguien ponga un cierto orden y corra, de paso, con los gastos del control, de las rectificaciones y las nuevas provisiones de infraestructuras que necesitamos para no cambiar de modelo de desarrollo. No hago procesos de intenci¨®n. La credibilidad depende de que no haya a la vista palmarias contradicciones de lo que se est¨¢ diciendo, y ah¨ª los promotores lo tienen dif¨ªcil. Y no s¨®lo ellos: la m¨¢s elemental sensatez indica que las instituciones han tenido que ser condici¨®n necesaria del proceso que ahora resulta alarmante.
Si se trata de rectificar, lo oportuno es, primero, reconocer que el da?o ha sido gigantesco y est¨¢ "perdido para siempre lo perdido"; y luego ir a la ra¨ªz, recuperar la memoria de la diferencia que hay entre desarrollo y progreso. La cuesti¨®n no es sencilla, porque nos hemos acostumbrado a entender por progreso una versi¨®n ramplona de los ideales ilustrados que los ha reducido a unos pocos principios y muy flexibles; y cuesta trabajo creer que alguien quiera renunciar a un apa?o tan confortable. Nuestro problema es la normalidad que la corrupci¨®n de sal gorda permite no ver y de la que nadie parece responsable; nuestro l¨ªmite es la incapacidad de darle al progreso un sentido que no haga equivalentes desarrollo y colapso. Y para responder a eso no basta con descubrir la ecolog¨ªa, que tambi¨¦n; es una cuesti¨®n de econom¨ªa. Y de pol¨ªtica, naturalmente.
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