El 'Trist¨¢n e Isolda' de Pasqual y Bertini triunfa en N¨¢poles
El teatro de San Carlo abri¨® el s¨¢bado su temporada oper¨ªstica con un ¨¦xito extraordinario. La representaci¨®n de Trist¨¢n e Isolda, dirigida por Gary Bertini y con escena de Llu¨ªs Pasqual, parec¨ªa un primer plato demasiado contundente para un p¨²blico tradicionalmente verdiano y temeroso de enfrentarse a casi cinco horas de Richard Wagner. La obra result¨®, sin embargo, exquisita y hasta ligera, si se puede utilizar ese adjetivo para calificar una partitura que requiere pulmones, potencia y tremendismo germ¨¢nico.
Dos buenas ideas
Largos minutos de aplausos premiaron, ya bien pasada la medianoche, los esfuerzos del nuevo equipo del San Carlo, el teatro de ¨®pera m¨¢s viejo del mundo. Debutaban en la plaza Gary Bertini, de origen ruso, nuevo director musical del San Carlo, y el espa?ol Llu¨ªs Pasqual. Ambos tuvieron una buena idea. La de Bertini consisti¨® en recuperar la armon¨ªa original de Trist¨¢n e Isolda, que en los ¨²ltimos a?os hab¨ªa sido objeto de experimentos m¨¢s o menos relacionados con la m¨²sica contempor¨¢nea. Pasqual, por su parte, prescindi¨® de las abstracciones grises y desoladoras que ven¨ªan dominando los escenarios wagnerianos y cre¨® un espacio sencillo, dominado siempre por un mar nocturno (Wagner es Wagner) e invernal.
Pasqual recibi¨® la oferta del San Carlo cuando ten¨ªa ya en cartera el encargo de un Don Giovanni, de Mozart, a estrenar en el teatro Real de Madrid en oto?o de 2005. El Don Giovanni hab¨ªa de ser el broche de oro de su carrera como escen¨®grafo l¨ªrico. "Despu¨¦s de eso, no se puede hacer nada m¨¢s", explicaba. Admit¨ªa, sin embargo, que le habr¨ªa encantado llevar a escena la historia del h¨¦roe anglosaj¨®n Trist¨¢n y la princesa irlandesa Isolda antes de rematar su calendario profesional. Y entonces le telefonearon con la propuesta napolitana.
El director teatral catal¨¢n envolvi¨® en ¨¦pocas distintas cada uno de los tres actos de la ¨®pera. El primero, la fat¨ªdica traves¨ªa en barco desde Irlanda hasta Cornualles, en la que Trist¨¢n e Isolda deciden envenenarse en nombre del honor y, por arte de una sirvienta, beben en lugar de ponzo?a un filtro de amor, se desarrollaba en un ambiente medieval. El segundo acto, en que los amantes sufren traiciones y la ira del rey Marke, ocurr¨ªa en un jard¨ªn mar¨ªtimo decimon¨®nico. El tercero, con Trist¨¢n ya herido de muerte, estaba situado en un hospital contempor¨¢neo, siempre junto al mismo mar ominoso. Unos pocos elementos m¨®viles bastaban, en los tres casos, para hacer convincente la escena.
Los int¨¦rpretes eran wagnerianos curtidos en el santuario de Bayreuth. Thomas Moser (Trist¨¢n), Jeanne-Michele Charbonnet (Isolda) y Jan-Hendrik Rootering (Marke) no se limitaron a la ¨¦pica exhibici¨®n pulmonar exigida por las obras de Wagner y alcanzaron dulzura l¨ªrica y tensi¨®n sentimental, los elementos que distinguen Trist¨¢n e Isolda del resto de la producci¨®n wagneriana, m¨¢s m¨ªtica y menos humana.
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