Fortalecer el modelo europeo
El resultado de las elecciones en los EE UU prolongar¨¢ durante al menos otros cuatro a?os una l¨ªnea pol¨ªtica de la gran potencia hegem¨®nica, indeseada por la mayor¨ªa de la humanidad e inquietante para Europa y Espa?a. Nos podemos consolar pensando que algo menos del 50% de los votantes norteamericanos no comulgan con la doctrina Bush de las guerras preventivas, el recorte de libertades, el "ecodesprecio" o el modelo social ultraliberal. Sin duda, los votos obtenidos por los dem¨®cratas son un dato esperanzador, pero las realidades pol¨ªticas no se afrontan con criterios consoladores. La nueva-vieja Administraci¨®n de Bush controla el Ejecutivo, las dos c¨¢maras del Legislativo y el Tribunal Supremo y no aparece por ninguna parte elemento alguno que haga pensar que va a cambiar el rumbo de su pol¨ªtica. El nombramiento de Condoleezza Rice, la laminaci¨®n de Faluya o las amenazas a Ir¨¢n indicar¨ªan m¨¢s bien lo contrario. Ante este panorama se pueden adoptar distintas posiciones. Desde esconder la cabeza debajo del ala y entender que lo sucedido no es para tanto, dado que los segundos mandatos de los presidentes de EE UU suelen ser m¨¢s ben¨¦volos, hasta considerar, en un supuesto alarde de realismo, que lo sensato es restablecer cuanto antes la "relaci¨®n transatl¨¢ntica" resquebrajada por la guerra de Irak, ya que, en el fondo, a pesar de las diferencias coyunturales, compartimos los mismos valores y defendemos el mismo modelo.
Ahora bien, ?realmente compartimos los mismos valores y defendemos el mismo modelo? Sobre este importante asunto se han esparcido muchos t¨®picos y se han construido muchas frases hechas que no resisten el roce con la realidad. Sin duda, compartimos los valores pol¨ªticos propios de la democracia representativa y ello es muy positivo; somos, adem¨¢s, sociedades que estimulan la libre iniciativa privada con fuertes lazos econ¨®micos entre nosotros y nos enfrentamos al terrorismo y otras amenazas, aunque con m¨¦todos no siempre semejantes. Pero no es menos cierto que tenemos concepciones y valores diferentes en no pocas cuestiones relevantes. Poco tiene que ver, por ejemplo, la doctrina de la guerra preventiva de Bush, aplicada en Irak, con lo que establece la futura Constituci¨®n europea cuando se?ala que el objetivo de la Uni¨®n es: "contribuir a la paz, la seguridad... (mediante) la estricta observancia del Derecho Internacional y en particular el respeto a los principios de la Carta de las Naciones Unidas"; o cuando afirma que la "Uni¨®n fomentar¨¢ soluciones multilaterales y tratar¨¢ de evitar los conflictos... y promover¨¢ un sistema internacional basado en una cooperaci¨®n multilateral s¨®lida...". ?No se sit¨²a Europa m¨¢s bien en la corriente de la tradici¨®n de la Ilustraci¨®n que busca esa paz perpetua de la que hablaba Kant, despu¨¦s de la experiencia traum¨¢tica de las sucesivas guerras civiles europeas, frente a la guerra permanente que nos proponen los neocons, los teocons o como queramos llamarles? ?Acaso son aceptables en Europa las posiciones de la actual Administraci¨®n estadounidense sobre temas como la pena de muerte, la homosexualidad, el aborto, la clonaci¨®n terap¨¦utica o la permanente invocaci¨®n pol¨ªtica de Dios como protector de EE UU? No creemos que se trate de una casualidad que las ideas expresadas por el ministro italiano Buttiglione no sean aceptables para la mayor¨ªa del Parlamento Europeo y, por el contrario, esas mismas ideas hayan triunfado en EE UU. En Europa ser¨ªa estramb¨®tico que un consejo de ministros comenzase con rezos e invocaciones al Alt¨ªsimo o que millones de ciudadanos plantasen la bandera nacional en los jardines o en los balcones de sus casas. La UE de hoy est¨¢ impregnada de las tradiciones de la Ilustraci¨®n, de los principios de la Revoluci¨®n Francesa con su famosa trilog¨ªa de libertad, igualdad y fraternidad (hoy solidaridad), que se plasma en el art. 1? de la Constituci¨®n europea al referirse a los valores de la Uni¨®n. Somos sociedades eminentemente laicas en el amplio sentido de la palabra, que respetamos las religiones, pero que, al mismo tiempo, no se cobija en nuestras ra¨ªces el puritanismo de los padres fundadores de la gran naci¨®n americana.
Es indudable, por otra parte, que nuestro modelo econ¨®mico es el capitalismo o econom¨ªa de mercado, pero hay diferencias notables entre los vigentes sistemas en EE UU y en la UE. Nosotros hemos ido creando un modelo basado en la cohesi¨®n social, el llamado Estado de bienestar, que no tiene equivalente en Norteam¨¦rica. La sanidad, la educaci¨®n o las pensiones p¨²blicas y universales no existen en EE UU y, sin embargo, son una se?a de identidad de Europa, que, por muchas cr¨ªticas que reciba acerca de su supuesta situaci¨®n insostenible, ni tan siquiera la derecha se atreve a desmontar.
No es, pues, el momento de alinearse tras el hegemon en base a una mal entendida relaci¨®n transatl¨¢ntica. Nos tenemos que acostumbrar a que los EE UU y la UE tienen valores e intereses comunes y otros que son diferentes e incluso contrapuestos. Tenemos que asumir como algo normal la discrepancia, pues los socios o aliados no siempre coinciden en todo. Parece de sentido com¨²n sostener que para hincar el diente a los grandes problemas de la humanidad como la miseria, las enfermedades, la destrucci¨®n del medio o el terrorismo es deseable e incluso imprescindible la colaboraci¨®n EE UU-UE y hay que trabajar en esa direcci¨®n. Ahora bien, esta entente no es una cuesti¨®n de esp¨ªritus voluntariosos o de plegarse a los deseos de una de las partes. Por el contrario, si la UE pretende jugar un papel pol¨ªtico en el escenario mundial tiene que hacerlo desde su autonom¨ªa, con sus valores, sus intereses y sus capacidades. No se trata de ser "alternativa" de EE UU, de China o de Rusia, sino sencillamente de ser "alter", es decir, ser otro, y para eso hay que tener "capacidades" y no s¨®lo buenos deseos. La Uni¨®n, lo repetimos todos, es ya una gran potencia comercial, econ¨®mica, demogr¨¢fica y cultural, pero no lo es ni pol¨ªtica ni militarmente. Y deber¨ªamos asumir de una vez que si pretendemos ser un sujeto pol¨ªtico global aut¨®nomo tenemos que construir una pol¨ªtica exterior, de seguridad y defensa propia. No es suficiente con ser una potencia civil, es necesario alcanzar unas capacidades militares id¨®neas para poder gestionar crisis desde la independencia. En este sentido, una partede la izquierda tiene que resolver una cierta contradicci¨®n que consiste en no querer depender de EE UU en materia de defensa y, al mismo tiempo, no sacar las consecuencias, en t¨¦rminos de gasto militar, de ese deseo. Es leg¨ªtimo que los europeos pretendamos participar, en pie de igualdad, con otras naciones o conjuntos de naciones en la definici¨®n de las grandes l¨ªneas de actuaci¨®n que tiene que adoptar la comunidad internacional para ir afrontando los grandes retos que tiene planteados la humanidad. Pero para ello tenemos que ganar en unidad de criterio y tener hechos los deberes, incluidos los deberes militares.
En las pr¨®ximas semanas tenemos una gran oportunidad de dar un paso hacia adelante en la buena direcci¨®n si acudimos a votar y decimos s¨ª a la Constituci¨®n europea que se somete a nuestro refrendo. Como todo producto de un consenso entre socios tan variados y componentes ideol¨®gicos tan plurales, el resultado no pod¨ªa ser el que a cada uno nos hubiese gustado. Pero lo que s¨ª se puede afirmar es que, no s¨®lo no supone ning¨²n paso atr¨¢s en comparaci¨®n a lo existente, sino que contiene avances sustanciales en la Carta de Derechos Fundamentales, en que reafirma el modelo social europeo, en la definici¨®n de los valores de la Uni¨®n y los principios de la pol¨ªtica exterior, en los poderes del Parlamento Europeo, en la posibilidad de que algunos pa¨ªses puedan avanzar m¨¢s r¨¢pido a trav¨¦s de las cooperaciones reforzadas o estructuradas y en que un mill¨®n de ciudadanos de la Uni¨®n puedan ejercer la iniciativa legislativa popular. En fin, como escribi¨® Jurgen Habermas, "una Constituci¨®n europea intensificar¨¢ la capacidad de los Estados miembros de la Uni¨®n de actuar conjuntamente sin prejuzgar el curso y contenido concreto de las medidas que podr¨ªan adoptarse". Y esas "medidas", como siempre en democracia, quedan, en buena parte, en manos de la voluntad de los ciudadanos. No pretendamos endosar a un texto lo que s¨®lo puede ser establecido por nuestra acci¨®n.
Nicol¨¢s Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundaci¨®n Alternativas y Diego L¨®pez Garrido es secretario general del Grupo Parlamentario del PSOE.
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