Islam y laicidad: el caso turco
La reciente apertura del proceso negociador con Turqu¨ªa para una eventual incorporaci¨®n de ese gran pa¨ªs a la Uni¨®n Europea ha focalizado la atenci¨®n de muchos en la excepcionalidad del modelo pol¨ªtico turco en el seno del mundo musulm¨¢n.
El caso turco ejemplifica bien, como tiene dicho Salvador P¨¢niker, que no se puede confundir la laicidad como estrategia civico-pol¨ªtica con las opciones ateas o agn¨®sticas, que no dejan de ser opciones filos¨®ficas de orden independiente de la pol¨ªtica : "La idea de un mundo profano, de un cosmos desacralizado, desmusicalizado, es un invento reciente -e ilusorio- del esp¨ªritu humano; es el gran equ¨ªvoco de la tan tra¨ªda y llevada modernidad. Bien est¨¢ que el aparato estatal se haga laico, que se genere una ¨¦tica civil y que la ense?anza se emancipe de las iglesias.
La laicidad no puede ser una posici¨®n metaf¨ªsica, sino una metodolog¨ªa de convivencia
Pero eso en nada tiene que ver con el supuesto desencantamiento del mundo (...) Es precisamente el logos, y no el mito, el que nos devuelve a una realidad infinitamente misteriosa, velada, terrible y fascinante".
Turqu¨ªa mantiene desde 1922 un sistema legal laico caracter¨ªstico de la Rep¨²blica fundada por Kemal Ataturk. La consolidaci¨®n y la mejora de los valores democr¨¢ticos en ese pa¨ªs es una cuesti¨®n que nos interesa por muchas razones, entre otras porque aunque la Uni¨®n Europea ha retrasado las negociaciones para la entrada de Turqu¨ªa en la Uni¨®n a diciembre de 2004, est¨¢ en el horizonte la voluntad decidida de este pa¨ªs de incorporarse al gran proyecto de la Europa pol¨ªtica y, siendo como es un aliado nuestro en el seno de la OTAN, dif¨ªcil ser¨¢ excluirlo si llega a culminar su proceso de modernizaci¨®n.
Turqu¨ªa, que hasta la ¨¦pocadel ¨²ltimo sult¨¢n Mehmet VI fue la mayor autoridad religiosa del mundo musulm¨¢n, con un valor equivalente al del Papado, en 1922 dio paso, gracias a la acci¨®n pol¨ªtica de Ataturk, a una rep¨²blica que introdujo manu militari la modernidad en el pa¨ªs, latinizando el alfabeto, dando entrada a la legislaci¨®n europea en los ¨®rdenes penal, civil y mercantil, otorgando el derecho de voto a las mujeres (?en 1934?) imponiendo una laicidad estricta, separando lo pol¨ªtico y lo religioso. Hizo as¨ª posible un islam circunscrito a la esfera de lo privado y de lo social, que puede demostrase perfectamente compatible con la democracia representativa en el marco de una laicidad que no se propugna a s¨ª misma como una religi¨®n vergonzante, sino como un espacio de gesti¨®n com¨²n de lo p¨²blico bajo la raz¨®n dialogada de la democracia.
Creo que es imprescindible definir una laicidad que convoque a todos, y no solamente a los ateos o agn¨®sticos; es decir, una laicidad que no se manifieste como una opci¨®n metaf¨ªsica encubierta, como una religi¨®n negativa subyacente en concurrencia con otras religiones, sino como una f¨®rmula c¨ªvica y por lo tanto estrictamente neutral en t¨¦rminos metaf¨ªsicos, y s¨®lo beligerante en el ¨¢mbito de lo pol¨ªtico; una laicidad como estrategia para la libertad, abierta a la religiosidad personal y social, pero que pretende un orden pol¨ªtico que no se limite a ser una mera exaltaci¨®n o celebraci¨®n de la comunidad sobre la que se funda.
La laicidad necesaria es, a mi juicio, la que propugna el gran profesor italiano Norberto Bobbio: "El esp¨ªritu laico no es en s¨ª mismo una nueva cultura, sino la condici¨®n para la convivencia de todas las posibles culturas. La laicidad expresa m¨¢s bien un m¨¦todo que un contenido".
La laicidad no puede ser por lo tanto una posici¨®n metaf¨ªsica, religiosa o irreligiosa, sino una metodolog¨ªa de convivencia entre todas las posiciones que excluye de ra¨ªz las posiciones de privilegio, por muy tradicionales que estas sean. A mi juicio la verdadera virtualidad de la laicidad no se reduce a un debate entre clericales y anticlericales, sino que consiste en algo mucho mas valioso y de m¨¢s calado pol¨ªtico, a saber: pretender un orden pol¨ªtico al servicio de los ciudadanos personalmente considerados y en su condici¨®n de tales y no tanto en funci¨®n de su identidad nacionalitaria, ¨¦tnica, de clase o confesional.
Conforme a ese prop¨®sito laico, el centro y fundamento de lo pol¨ªtico no es ninguna esencia colectiva, ni el ius sanguinis, ni la adhesi¨®n a una fe revelada, ni por supuesto la gloria de una dinast¨ªa o la hegemon¨ªa de una etnia, sino la realizaci¨®n material y moral de un ideal de convivencia a la vez libre y cooperativo. Que As¨ª sea.
Javier Otaola es abogado y escritor.
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