El sarampi¨®n
De todas las tonter¨ªas que uno puede decir en la vida, la mayor¨ªa se concentran en la adolescencia. Cuando uno mira hacia atr¨¢s se recuerda siempre con un poco de iron¨ªa y de sonrojo. Vayamos con un recuerdo: cinco adolescentes en un parque se pasan un porro, la conversaci¨®n versa sobre temas de una profundidad dolorosa, de d¨®nde somos, ad¨®nde vamos, de d¨®nde venimos. Cuantas m¨¢s caladas dan al porro, m¨¢s extraordinarias son las respuestas. ?Oh, juventud, edad de las pajas mentales (y de las otras)! Pero el tiempo pasa y la madurez nos trae respuestas a cada una de las preguntas. "De d¨®nde venimos", del mono. "De d¨®nde somos", de donde hicimos el bachillerato. "Ad¨®nde vamos", al hoyo, inexorablemente. No hay m¨¢s. Bastantes misterios tiene la vida como para complic¨¢rsela. Vista desde lejos, Espa?a, en el d¨ªa de su Constituci¨®n, se parece a esa reuni¨®n de adolescentes que recuerdo. Bueno, no exactamente Espa?a, sino su clase pol¨ªtica. Los veo as¨ª, un poco transportados, no por los efectos de un porro, sino por la vanidad del cargo, y haci¨¦ndose ese tipo de preguntas que a nosotros, los ciudadanos, nos quedan tan lejos: de d¨®nde somos, ad¨®nde vamos, de d¨®nde venimos. La diferencia es que mientras los padres piensan que la tonter¨ªa adolescente es un sarampi¨®n pasajero, muchos ciudadanos espa?oles empiezan a temerse que el tema de nuestra identidad sea el ¨²nico de aqu¨ª a la eternidad. El adolescente intenta reafirmarse en cada cosa que viste, de la chapa a la chupa. Se reafirma en cada detalle secundario. El pol¨ªtico anda preocupado por el color de la bandera, el himno y la denominaci¨®n exacta de su Estado. Si no fuera porque nos hemos habituado a que este tira y afloja sea permanente, lo suyo es que estuvi¨¦ramos hasta las narices. Porque, igual que los adolescentes consiguen angustiar a sus padres, que temen lo peor, la clase pol¨ªtica anda angustiando a cada momento a los ciudadanos, que temen que la confrontaci¨®n vaya a m¨¢s. Pero hay que tranquilizarse. Igual que los adolescentes, a pesar de esa empanada mental que parece conducirles al suicidio, duermen luego (en general) a pierna suelta y comen como borricos, los hombres de la patria, que andan a cada rato amenazando y victimiz¨¢ndose, viven divinamente, enfrascados en sus pele¨ªllas y en esas preguntas trascendentales que nos convierten en el pa¨ªs m¨¢s juvenil de Europa. Qu¨¦ guay.
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