Visiones a flor de piel

En el curso de las ¨²ltimas d¨¦cadas, las referencias recurrentes al textil, al vestido erigido en artificio esc¨¦nico, a la ara?a que teje una hebra que es secreci¨®n del propio cuerpo, al lecho y a su ajuar, al cabello o a la sangre, se han impuesto -ya sea con mayor ¨¦nfasis pol¨ªtico como en registros de corte ir¨®nico o de inclinaci¨®n m¨¢s l¨ªrica- entre los t¨®picos dominantes en la iconograf¨ªa asociada a la edificaci¨®n de un discurso espec¨ªfico de la feminidad. Y tal vez sea ese lastre, el rastro de unos clich¨¦s que tantos ecos despiertan, y que, de hecho, no encontramos en otros ciclos anteriores de la artista, lo que distorsione en parte, sin duda injustamente, la percepci¨®n de esta obra que encierra, en ejecuci¨®n impecable, aciertos po¨¦ticos de notable hondura.

Afincada desde hace unos

a?os en Espa?a, Luz ?ngela Lizarazo (Bogot¨¢, 1966) demuestra con esta primera exposici¨®n personal en Madrid, bajo el t¨ªtulo de Pintar la piel, un potencial imaginario y refinamiento emotivo que le permite extraer, de los esquemas m¨¢s obvios, inflexiones de sugerente e insospechada ambivalencia. Para mi gusto es en la obra sobre papel donde el acierto de la artista colombiana tiende a resultar m¨¢s sutil y constante, al igual que en el ondulante entrelazado capilar trazado en La fr¨¢gil piel de la memoria, donde el dibujo se expande hacia la escala del muro y asimila, en mel¨®dica analog¨ªa, la pauta de germinaci¨®n del motivo a la morfolog¨ªa del soporte.

Y ya en ese tr¨¢nsito hacia las propuestas objetuales, las de mayor inter¨¦s de la muestra se sit¨²an, de entrada, en los peque?os pies desnudos de los que brota una siembra verdadera y, sobre todo, en la simetr¨ªa que establecen las almohadas ancladas a un lado y otro del muro, con las cabezas de las durmientes dibujadas en su tela, de las que emana esa sangu¨ªnea cabellera por la que fluye entre ambas, con su latido enigm¨¢tico, la savia de los sue?os.