Un terrible, desesperado y feliz silencio
A principios de marzo acabar¨¦ la novela que empec¨¦ a escribir en junio de 2002. Deber¨ªa estar contento: es mejor ella sola que todo lo que he publicado hasta ahora, sumado y multiplicado por diez. Durante veinte meses le dediqu¨¦ pr¨¢cticamente las veinticuatro horas de cada d¨ªa, la escrib¨ª desencantado, con una constante voluntad de destruir lo que iba haciendo, sin saber bien hacia d¨®nde iba, limit¨¢ndome a seguir a mi mano, en un estado pr¨®ximo a los sue?os, y al comenzar a revisarla, sorprendido, me pareci¨® compuesta, m¨¢s que compuesta dictada por un ¨¢ngel, por una entidad misteriosa que guiaba mi estilogr¨¢fica. Fueron veinte meses en un estado de sonambulismo extra?o, descubri¨¦ndole, durante las correcciones, una coherencia interna que se me hab¨ªa escapado, una energ¨ªa subterr¨¢nea, volc¨¢nica, de la que no me cre¨ªa capaz. Deber¨ªa estar contento: no lo estoy. En primer lugar, porque no hay en m¨ª asomo de vanidad. Soy demasiado consciente de mi finitud para eso y muchas veces recuerdo lo que el abogado de Howard Hughes, el millonario estadounidense, respondi¨® al periodista que, poco despu¨¦s de la muerte de su cliente, le pregunt¨® cu¨¢nto hab¨ªa dejado Hughes. El abogado dijo
No quiero contar historias, no quiero demostrar nada. Cuando escribo s¨®lo quiero librarme de lo que escribo
-Lo dej¨® todo
y yo dejar¨¦ solamente, adem¨¢s de todo, unos libros y, espero, alguna a?oranza en las pocas personas que me conocieron y me hicieron el favor de quererme. Nada m¨¢s. En rigor, llegamos demasiado tarde a alg¨²n conocimiento de la vida que de poco nos sirve. Unos libros. ?ste, que deber¨ªa ponerme contento y no lo consigue. Lo que siento ahora, a una o dos semanas de acabarlo, es una enorme n¨¢usea f¨ªsica por el acto de escribir. Hasta junio o julio no comenzar¨¦ otra novela porque me siento exhausto. Y no obstante
(y por eso no estoy contento)
me fastidia tal vez tener, con suerte, tiempo para dos o tres libros m¨¢s antes de que las aguas se cierren definitivamente sobre mi cabeza: he ah¨ª la verdad. Y ese hecho me fastidia. Lo veo injusto, puesto que siento en m¨ª, con ganas de subir a la superficie, no dos o tres libros sino un pu?ado de ellos. Comienzo a tener una idea de lo que es escribir, comienzo a entender un poco lo que se puede construir con las palabras, comienzo, muy difusamente, a distinguir algunas lucecitas tenues en la profunda oscuridad del alma humana. Y ahora, cuando deber¨ªa comenzar, siento y s¨¦, en la carne, el limitado espacio que me queda. Dios m¨ªo, esto es frustrante: yo dispuesto a empezar y el tiempo escap¨¢ndoseme. No tengo la menor idea de cu¨¢l ser¨¢ el libro siguiente, los libros siguientes y, no obstante, los siento vivos, dentro de m¨ª, como el salm¨®n debe sentir sus huevos. Me resta intentar que salga de mi cuerpo el mayor n¨²mero posible. Y pienso en Mar¨ªa Antonieta, ya en el cadalso, dirigi¨¦ndose al verdugo:
-S¨®lo un minuto m¨¢s, se?or verdugo.
Eso es: s¨®lo un minuto m¨¢s, se?or verdugo, s¨®lo unos minutitos m¨¢s, se?or verdugo. El destino de un artista es tremendo: al vencer al tiempo acabamos derrotados por ¨¦l, ?o tal vez sea m¨¢s cierto lo contrario: vencemos a pesar de ser derrotados por el tiempo? Ignoro la respuesta. S¨¦ que hice lo mejor que pude, que hago lo mejor que puedo, que tengo una confianza ciega en mi mano y en mi parte de tinieblas que es la que escribe. No se escribe con ideas, no se escribe con la cabeza: es el libro el que tiene que tener las ideas, el que tiene que tener la cabeza. Eduardo Louren?o me llamaba la atenci¨®n de un verso de mi no querido Pessoa, "emisario de un rey desconocido / cumplo informes instrucciones de M¨¢s All¨¢", y esto es lo contrario del necio iluminado. Y quien no entiende que es otra cosa nada entiende de literatura y, peor a¨²n, nada entiende de la Vida. Entender es descubrir la unidad bajo la diversidad, lo que existe de com¨²n entre hechos contradictorios. No quiero contar historias, no quiero explicar, no quiero demostrar nada. Cuando escribo s¨®lo quiero librarme de lo que escribo y, si quisiese algo, ser¨ªa solamente, si a eso estuviese obligado, dar a ver. Nada m¨¢s que ese tan modesto, tan ambicioso objetivo: dar a ver. Un libro son muchos libros, tantos como lectores, es un pacto de sangre. Desconozco lo que me trajo a ellos, no distingo la menor vislumbre acerca de lo que me obliga a hacerlos. Si me preguntan
-?Qu¨¦ quisiste decir con esta novela?
la respuesta sincera es
-No quise decir nada
y no quise decir nada porque obedec¨ª a un dictado. Tendr¨¢n que pregunt¨¢rselo a quien me la dict¨®. Mi trabajo consiste s¨®lo en llegar a o¨ªr y, para llegar a o¨ªr, darle todo lo que tengo. ?Queda poco para m¨ª? No soy de esa opini¨®n. Tengo antes la de vivir rodeado de personas vivas que se mezclan con las personas vivas de cuando no estoy escribiendo.
Y si advierten
-Deber¨ªas trabajar menos
tampoco lo entiendo: ?ser¨¢ esto trabajo? No lo llamar¨ªa trabajo. Honestamente no sabr¨ªa c¨®mo llamarlo. Me da la sensaci¨®n de que es mi propia carne, las puertas de mis habitaciones cerradas
(tantas habitaciones cerradas)
de mis habitaciones que nunca antes abr¨ª y me ciegan, de repente, con el exceso de luz de sus ventanas. Me da la sensaci¨®n, en los momentos felices, de caminar sobre las aguas. Dije en una entrevista que con este libro me ocurri¨® lo que nunca antes me hab¨ªa ocurrido: yo, que soy hombre de ojos secos, escrib¨ª llorando. No de tristeza, nada que se parezca a la tristeza: una especie de j¨²bilo, de exaltaci¨®n absoluta como nunca antes me hab¨ªa sucedido, hecha de haber tocado, aunque m¨¢s no sea unos segundos, la propia esencia de las cosas. Sin haberlo merecido. Sin ning¨²n m¨¦rito por mi parte. Solamente porque ese "rey desconocido" del soneto de Pessoa, mi poco amado escritor, decidi¨® darme esa limosna. Escrib¨ª limosna y, despu¨¦s de haber escrito, vacil¨¦: limosna no me suena bien y, sin embargo, es verdad. Desp¨®jate, no de la vanidad que no tienes, sino del orgullo al que ferozmente te aferras, porque es, en efecto, una limosna, y llena tus libros, a costa de vivir mucho con ellos, de un terrible, desesperado y feliz silencio.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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