El valor del reconocimiento
Todo el mundo sabe que la Uni¨®n Europea podr¨ªa funcionar con una, dos o a lo m¨¢s tres lenguas (ingl¨¦s, franc¨¦s y alem¨¢n, por este orden); sin embargo, lo cierto es que nuestras instituciones comunes europeas, a la espera de lo que resulte del memor¨¢ndum del Gobierno espa?ol sobre el catal¨¢n / valenciano, el gallego y el euskera, reconocen nada menos que veinte lenguas oficiales. ?Por qu¨¦? ?Por qu¨¦ la Uni¨®n Europea ha optado por mantener su pluriling¨¹ismo originario, dando cabida a una pl¨¦yade de lenguas particulares, en lugar de limitarse a un par de lenguas de gran difusi¨®n, como hace por cierto el Consejo de Europa, que s¨®lo reconoce como oficiales el franc¨¦s y el ingl¨¦s? El caso m¨¢s extremo de lo aparentemente absurdo del pluriling¨¹ismo europeo nos lo ofrece el malt¨¦s. El malt¨¦s no es s¨®lo una lengua de muy poca entidad, que apenas hablan 400.000 personas, absolutamente in¨²til para los negocios internacionales: lo grave del caso es que en Malta, adem¨¢s del malt¨¦s, tambi¨¦n es oficial el ingl¨¦s, una lengua que todos los malteses conocen bien y con la cual podr¨ªan manejarse muy c¨®modamente en Bruselas.
Lo que el ejemplo europeo pone de manifiesto es que, diga lo que diga Juan R. Lodares en su art¨ªculo El precio de las gram¨¢ticas (EL PA?S, 7-12-2004), hay valores superiores a la facilidad de comunicaci¨®n, y que esos valores orientan la pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica de la Uni¨®n. Es evidente que los eurodiputados malteses podr¨ªan hablar en ingl¨¦s en el Parlamento Europeo y entenderse en esa lengua con la mayor¨ªa de sus colegas, pero tambi¨¦n es evidente que los eurodiputados malteses prefieren expresarse en malt¨¦s, y las instituciones de la Uni¨®n creen firmemente que atender esa preferencia, en lugar de desde?arla, no s¨®lo es un imperativo democr¨¢tico sino que es una buena manera de fomentar el sentimiento europeo de los malteses.
Vayamos ahora a Espa?a. Nadie discute que en Espa?a podemos entendernos y nos entendemos con suma facilidad en castellano, una lengua que, en parte gracias a imposiciones hist¨®ricas y a imperativos constitucionales, conocemos todos los espa?oles; otra cosa es saber si debemos entendernos siempre en esa lengua, con la consiguiente omisi¨®n de otras lenguas espa?olas que, para una parte de los espa?oles, pueden ser tan importantes como lo es el malt¨¦s para los malteses. En Espa?a tampoco discute nadie el hecho palmario de que el castellano convive con las dem¨¢s lenguas espa?olas en las llamadas "comunidades biling¨¹es", ni que en algunas de ellas el castellano supera demogr¨¢ficamente a las lenguas "propias" de esas comunidades. En este punto, s¨®lo cabr¨ªa agradecer que cuando se habla del tema se trataran los datos estad¨ªsticos con mayor esmero; incluso un ling¨¹ista tan serio como Juan R. Lodares flojea en el art¨ªculo antes citado: en primer lugar, en el estudio del CIS que menciona, elaborado en 1999, no hay ninguna pregunta sobre la lengua en que la gente "se expresa principalmente", y s¨ª una donde se les plantea a los entrevistados si se consideran a s¨ª mismos m¨¢s bien castellano-parlantes o hablantes de la lengua de la comunidad respectiva (por tanto, una cuesti¨®n de identificaci¨®n y no de uso); en segundo lugar, para el caso de Catalu?a Lodares omite datos mucho m¨¢s recientes (de 2003), que ponen de manifiesto que en Catalu?a el 50,1% considera que su lengua habitual (ahora s¨ª) es el catal¨¢n frente al 44,1% del castellano. En cualquier caso, reconocer la importante presencia del castellano en las llamadas "comunidades biling¨¹es", e incluso valorar positivamente esta presencia, no es ¨®bice para que las lenguas "propias" de esas comunidades reciban un mayor reconocimiento por parte de las instituciones centrales del Estado, del mismo modo que reconocer la fuerte implantaci¨®n del ingl¨¦s en Malta no impide que las instituciones europeas acojan en su seno la lengua propia de los malteses. La previsible objeci¨®n de que Malta es un Estado soberano mientras que las "comunidades biling¨¹es" no lo son merece poco cr¨¦dito, salvo que se quiera llegar a la excesiva conclusi¨®n de que tener un Estado propio es una condici¨®n sine qua non para ver reconocida la propia lengua. El quid de la cuesti¨®n es que saber bien una lengua, aunque sea tan grandiosa como el castellano o el ingl¨¦s, no excluye que algunos prefiramos ser reconocidos como hablantes de otras lenguas mucho m¨¢s peque?as.
Ciertamente, las demandas de pluriling¨¹ismo que se plantean actualmente en Espa?a van contra la historia en el sentido de que Espa?a se ha construido durante siglos negando su diversidad ling¨¹¨ªstica interna. En el caso de Catalu?a, la persecuci¨®n del catal¨¢n por parte del Estado, especialmente durante las dos dictaduras militares del siglo XX, est¨¢ tan bien documentada que ni siquiera Juan R. Lodares puede negarla en sus libros (a lo sumo puede matizarla recordando la participaci¨®n directa o al menos la aquiescencia de muchos catalanes en esa persecuci¨®n, algo que por cierto no es ning¨²n alivio para quienes la padecieron ni minimiza sus consecuencias). Sin embargo, las demandas de pluriling¨¹ismo tienen la historia a favor porque los tiempos apuntan claramente a un mayor reconocimiento de todas las lenguas existentes, reconocimiento que no presupone su uso por parte de las instituciones centrales de los Estados en que se hablan, pero que de ning¨²n modo lo excluye. En Espa?a, quien proclama su voluntad de proteger a todos los pueblos de Espa?a en el ejercicio de sus lenguas no son esos ide¨®logos "afines al nacionalismo o independentistas" que tanto preocupan a Lodares, sino nada menos que la naci¨®n espa?ola, en el pre¨¢mbulo de ese punto de encuentro formidable que fue la Constituci¨®n de 1978. En Europa, quien dice que la protecci¨®n y la promoci¨®n de las lenguas regionales o minoritarias en las diferentes regiones y pa¨ªses de Europa representan una contribuci¨®n importante a la construcci¨®n de Europa basada en los principios de la democracia y de la diversidad cultural no son tampoco ide¨®logos nacionalistas o independentistas, sino los Estados miembros del Consejo de Europa, en el pre¨¢mbulo de la Carta europea de las lenguas regionales o minoritarias, ratificada en su d¨ªa por Espa?a. Los ide¨®logos nacionalistas o independentistas, en fin, tampoco son los autores del tratado por el que se instituye una Constituci¨®n para Europa, que los espa?oles aprobar¨¢n previsiblemente el 20 de febrero, en el que la Uni¨®n Europea manifiesta su objetivo de respetar la riqueza de su diversidad cultural y ling¨¹¨ªstica y de velar no s¨®lo por la conservaci¨®n, sino tambi¨¦n por el desarrollo del patrimonio cultural europeo.
Dice Lodares en el art¨ªculo antes citado que ling¨¹¨ªsticamente hablando Espa?a no es como B¨¦lgica ni como Suiza, que no disponen de una lengua conocida por todos los ciudadanos. Concedido. A?ade luego que ling¨¹¨ªsticamente hablando Espa?a es como Alemania o Francia. Ah¨ª se ponen de manifiesto las limitaciones de Lodares en el campo de la pol¨ªtica comparada. Ling¨¹¨ªsticamente hablando, una gran diferencia entre Alemania o Francia y Espa?a es que en Espa?a la Constituci¨®n anuncia la oficialidad de las "dem¨¢s lenguas espa?olas" en sus respectivas comunidades aut¨®nomas, algo que no sucede con las "dem¨¢s lenguas francesas" ni con las "dem¨¢s lenguas alemanas". Otra diferencia importante es que en Espa?a, y no en Alemania ni en Francia, se han planteado demandas de pluriling¨¹ismo en las instituciones centrales del Estado. Ante tales demandas, el talante decide: una posibilidad es el estricto desd¨¦n, que se puede completar con un cierto menosprecio hacia unas lenguas tildadas de "particulares" o "redundantes"; la otra posibilidad, acaso m¨¢s democr¨¢tica, es aceptar las demandas como leg¨ªtimas, debatir sobre ellas y llegar a acuerdos razonables. El reto que se le plantea a Zapatero y a los que sustentan su Gobierno es justamente ¨¦ste: definir un nuevo r¨¦gimen ling¨¹¨ªstico para Espa?a, que sea capaz de conciliar la presencia de las dem¨¢s lenguas espa?olas en las instituciones centrales del Estado con el secular protagonismo de la lengua castellana.
Albert Branchadell es profesor de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona y presidente de Organizaci¨®n por el Multiling¨¹ismo.
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