No es ciencia ficci¨®n
Voy a contar una historia que podr¨¢ parecer, quiz¨¢, de ciencia ficci¨®n. Llev¨¦ a mi hijo a ver una obra de teatro infantil en un modesto local de una semic¨¦ntrica calle madrile?a. Cog¨ª a mi hijo, cog¨ª mi coche, cog¨ª el camino m¨¢s corto y al llegar a la mencionada calle, observ¨¦ con alborozo que no hab¨ªa sido la ¨²nica en tener la fant¨¢stica idea de que mi Andresito disfrutase de la ma?ana del s¨¢bado frente a un escenario en lugar de hacerlo frente al televisor. Miles de ciudadanos hab¨ªan acudido al evento con sus ni?os y sus coches.
Hab¨ªan aparcado ¨¦stos, no s¨®lo en el lugar destinado a tal efecto, sino en doble, incluso triple fila, y en una larga hilera en mitad de la calzada. El atasco era monumental, y todas las zonas imaginables estaban ocupadas por veh¨ªculos. Los pap¨¢s y sus criaturas desfilaban hacia la sala de espect¨¢culos en riadas. Algunas personas esperaban (o desesperaban) ansiosas en la parada del autob¨²s, que tardar¨ªa a¨²n media hora en llegar, debido a la aglomeraci¨®n; conductores ingenuos, que hab¨ªan estacionado sus coches horas antes en el lugar correcto, sufr¨ªan por no poder sacar ahora sus autos de aquella trampa; usuarios del carril bici sorteaban obst¨¢culos dando rienda suelta a un amplio repertorio de exabruptos; los residentes en el barrio se quejaban de la pasividad manifiesta de la Polic¨ªa Municipal. Pero nada ocurri¨®, puesto que, todos lo sabemos, el teatro es al fin y al cabo un bien cultural que conviene proteger, y que est¨¢ por encima incluso de la legalidad que regula y limita el uso del transporte privado. Yo, felizmente, aparqu¨¦ mi coche en el paso de peatones y disfrut¨¦ de la representaci¨®n viendo c¨®mo Andresito re¨ªa y palmoteaba. Fue estupendo. A la salida, los pap¨¢s mod¨¦licos cogimos a los ni?os, cogimos nuestros coches y volvimos a casa satisfechos sabiendo que nuestro municipio protege a quienes optamos por la cultura como forma de ocio para nuestros infantes. ?Ciencia ficci¨®n? S¨ª, por supuesto.
Pero pongan f¨²tbol donde dice teatro y milagrosamente la inveros¨ªmil historia se convertir¨¢ en un relato de corte hiperrealista. Cuando un equipo se la juega sobre el c¨¦sped, poco importa nada m¨¢s, poca relevancia tiene la incomodidad de los vecinos; cuando hay f¨²tbol, el resto del mundo puede esperar. Hagamos la vista gorda ante las m¨¢s elementales infracciones, cometidas sistem¨¢ticamente cada 15 d¨ªas por miles de aficionados. Eso s¨ª, nuestros alcaldes invierten millones de euros en desarrollar las infraestructuras del transporte p¨²blico. Benditos sean, pero, ?no son esos mismos alcaldes los responsables de que la polic¨ªa cumpla con su deber? "Al cine, mejor en metro", dec¨ªa el anuncio.
?Y al f¨²tbol? ?No se puede acudir al estadio en metro o en autob¨²s? ?Acaso lo proh¨ªbe alguna ley y soy el ¨²nico que no se ha enterado? Una historia inveros¨ªmil ser¨ªa que cualquiera de nuestras autoridades diera prioridad a quienes, sin participar del negocio del f¨²tbol y asistidos por la normativa, queremos hacer valer ciertos derechos. Mientras nosotros nos exasperamos entre neum¨¢ticos mal aparcados, ellos estar¨¢n probablemente en el palco, viendo el partido.
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