Con poquita gracia
Una de las cosas buenas del Liceo de C¨¢mara es que ha encargado obras nuevas a autores espa?oles. Este a?o ha habido ya un estreno de Mauricio Sotelo y el pr¨®ximo ver¨¢ otro de Jos¨¦ Mar¨ªa S¨¢nchez Verd¨². Una idea estupenda que no deja de ser una obligaci¨®n bien cumplida. El plato fuerte de la sesi¨®n del martes estaba en la obra que completa el tr¨ªo de encargos del presente abono: el Cuarteto n? 3 de Alfredo Aracil (Madrid, 1954).
Se trata de una obra de algo m¨¢s de quince minutos de duraci¨®n, basada en una serie que act¨²a como de columna vertebral, de molde cambiante -en un excelente trabajo de ritmo y de contrapunto-, a veces disfrazada de recurso ornamental, cuyo devenir sigue unas reglas que el compositor expuso antes de la interpretaci¨®n, siguiendo lo que parece una costumbre en los estrenos de este ciclo que, me da la sensaci¨®n, puede no s¨®lo no ayudar a la escucha del p¨²blico no experto sino crearle, incluso, una cierta frustraci¨®n tras la escucha. Como siempre en Aracil la pieza es elegante, sutil, refinada y busca m¨¢s el gesto suave que el adem¨¢n brusco. Pesa en ella, sobre todo, lo que tiene de ejercicio compositivo y se echa de menos el atravesar ese espacio que separa la sabidur¨ªa profesional, la forma bien trabada, del anhelo expresivo.
Cuarteto Villa M¨²sica
Kalle Randalu, piano. Obras de Canales, Turina, Aracil y Granados. Auditorio Nacional. Madrid, 21 de diciembre.
Otra obligaci¨®n que le pedimos a los organizadores de conciertos es la atenci¨®n al patrimonio propio, a toda esa enorme cantidad de obras preteridas con m¨¢s o menos justicia, raras y curiosas, que pueblan los desvanes del olvido o, en el mejor caso, las almonedas del limbo. En el resto del programa hubo mucho de eso pero en grados diferentes. La verdad es que, a priori, la cosa no ten¨ªa un inter¨¦s superlativo salvo si el esfuerzo de los int¨¦rpretes correspond¨ªa a las buenas intenciones de la organizaci¨®n.
Turina y Granados
Pero el Villa M¨²sica estuvo especialmente soso -salvo, por momentos, el violonchelista, Martin Ostertag-. Ello hizo que, francamente, la sesi¨®n fuera, sin duda, la m¨¢s floja de lo que llevamos de curso, aunque fuera verdad que faltaba esa partitura que hubiera dado mejor la pauta de unos int¨¦rpretes que aqu¨ª mismo han ofrecido otras veces muestras de buena clase.
De las dos piezas mayores -por la reputaci¨®n de sus autores- que completaban la tarde, la de mayor inter¨¦s era, con mucho, el Cuarteto con piano de Turina, de ra¨ªz inevitablemente popular pero no t¨®pico, muy bien escrito en su estructura c¨ªclica y capaz de hacer que un grupo con ganas de pasarlo bien le saque un buen partido. Es una de esas obras capaces de redimir a su autor de cualquier clich¨¦ de esos que se le ponen con demasiada facilidad, pues pocos como ¨¦l, por otra parte, tan dados a ocultar lo mejor de sus frutos en una fronda de hojarasca. Como en La oraci¨®n del torero, como en La procesi¨®n del Roc¨ªo, aqu¨ª hay muchas m¨¢s ideas de lo que parece. Pero, ay, el Villa M¨²sica se limit¨® a leerlo y poco m¨¢s, a pesar de que el pianista Kalle Randalu parec¨ªa pedir a sus compa?eros m¨¢s energ¨ªa, m¨¢s pegada, m¨¢s sal probablemente, y eso que ¨¦l es nada menos que estonio.
El Quinteto con piano de Granados es poquita cosa, una de esas piezas que, qui¨¦rase o no, da a entender c¨®mo un creador mira hacia atr¨¢s mientras trata de madurar al mismo tiempo. El resultado es un recuelo de las mejores esencias rom¨¢nticas pero con el aroma un poco pasadito. Est¨¢ bien recuperarlo, escucharlo de tarde en tarde, pero no a?ade un ¨¢pice de gloria al autor de Goyescas -es m¨¢s, casi parece mentira que las dos obras sean de la misma mano- y menos en traducci¨®n tan literal. El Cuarteto en re mayor, op 3 n? 1 de Canales -un m¨²sico que no era ni Haydn ni Mozart pero que ten¨ªa su aqu¨¦l- se dijo sin demasiada gracia galante, de la que no carece por cierto. Eso, gracia precisamente, es lo que le falt¨® a este concierto.
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