Botell¨®n
No s¨¦ por qu¨¦ los sevillanos han feminizado el botell¨®n. Siempre se hab¨ªa escuchado en masculino, que suena tan rotundo como el problema. La botellona parece una cosa graciosa y divertida, una peque?a travesura juvenil, un incidente urbano sin importancia. En realidad es un conflicto de primer orden, de manera especial para quienes tienen la desgracia de vivir en una zona de moda para la movida juvenil y sufrir todas sus consecuencias: suciedad, altercados de orden p¨²blico y ruido.No se puede feminizar una palabra a ver si le quitamos hierro al asunto. Hace 20 a?os el problema no exist¨ªa. La libertad de costumbres y la permisividad tanto en el seno de las familias como en el orden p¨²blico de las ciudades han conducido a estas concentraciones masivas donde los j¨®venes y no tan j¨®venes beben como cosacos, forman unos esc¨¢ndalos monumentales, realizan sus necesidades en plena calle, ensucian la ciudad, destrozan el mobiliario urbano con la pasividad de familias y gobiernos. El consejero Alfonso Perales intent¨® regular los horarios de apertura de los establecimientos, ¨²nica iniciativa para poner algo de orden. Al final los j¨®venes compran sus bebidas en h¨ªpers, gasolineras y panader¨ªas reconvertidas con la permisividad de la autoridad. Debe ser un complejo proveniente de los a?os de franquismo el que impide a las autoridades afrontar un problema en sus justos t¨¦rminos, para evitar quiz¨¢s ser motejados de represores. Junto con el ya acostumbrado desentendimiento de las familias que se inhiben de la educaci¨®n de sus hijos a los que dejan en manos de la televisi¨®n, los maestros o los poderes p¨²blicos.
La moda, junto con el buen clima, la pasividad de los poderes p¨²blicos y el encarecimiento de los bares de copas han convertido las plazas andaluzas en una zona de nadie, lugares al margen de la ley y escenario de vandalismo. Y para qu¨¦ hablar de los pol¨ªgonos de copas, esa idea tan descabellada de sacar a los j¨®venes fuera del centro de las ciudades como si fueran ganado, para trasladar el problema de sitio y provocar, de paso, el aumento de la delincuencia en un in¨²til ejercicio de voluntarismo. No se trata de dos derechos que colisionan. El sue?o no es un derecho, es una necesidad f¨ªsica. Y el ocio tampoco es un derecho, es una posibilidad para quien tiene tiempo, dinero y ganas.
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