La Monarqu¨ªa, en peligro
Claro est¨¢ que pienso exactamente lo contrario de cuanto parece indicar el t¨ªtulo de este art¨ªculo. Pero en los ¨²ltimos tiempos han aparecido en los medios de comunicaci¨®n determinados juicios acerca de la Monarqu¨ªa que merece la pena someter al escrutinio de la pol¨¦mica, aunque procedan de or¨ªgenes tan diversos que incluso averg¨¹ence mezclarlos en las l¨ªneas de un art¨ªculo de prensa. Resulta dif¨ªcil decidir si eso es lo m¨¢s inc¨®modo o m¨¢s bien proporcionar la sensaci¨®n de que uno obedece el seboso y rastrero impulso del adulador gratuito. En realidad, el motor que gu¨ªa este escrito es el puro gusto por un debate que tenga como horizonte un resultado razonable y constructivo.
Se ha de empezar por ese g¨¦nero de tratamiento de las cosas de la Monarqu¨ªa que versa sobre nimiedades protocolarias, cotilleos imprecisos y noticias intrascendentes, pero que muy a menudo deriva en una especie de guerrilla de pellizcos de monja cuya utilidad no se adivina.La tribu de los administradores de la Monarqu¨ªa siempre ser¨¢ infinita, pero sus criterios resultan muy poco compartibles, a veces por periclitados y en otras ocasiones por simplemente inventados. En realidad, lo que hay tras esta realidad no es m¨¢s que una forma de vida y una circunstancia contempor¨¢nea. La primera quiz¨¢ no se justifica por el acceso a las fuentes, pero de algo debe vivir Jaime Pe?afiel. En cuanto a la segunda, lleva a una especie de perpetuo manoseo que, si en todo caso resultar¨ªa enojoso en ¨¦ste, adem¨¢s, puede tener consecuencias a medio plazo poco positivas. La Monarqu¨ªa ha resistido el paso del tiempo, pero puede no aguantar la constante sobreexposici¨®n medi¨¢tica, ni interesante desde cualquier punto de vista, ni necesaria.
Todo esto, no obstante, parece inevitable. Lo que no lo es y representa toda una novedad,que tiene muy poco de positivo,es poner en cuesti¨®n el propio papel de la instituci¨®n mon¨¢rquica en las obligaciones que le corresponden de acuerdo con el texto constitucional. De un tiempo a esta parte, concretamente a partir de marzo, las actuaciones del Rey han sido criticadas d¨ªa a d¨ªa siguiendo un tipo de razonamiento que es f¨¢cil resumir. El Rey, de acuerdo con esta interpretaci¨®n, estar¨ªa demasiado cerca del Gobierno actual cuyos intereses partidistas apoyar¨ªa de un modo injustificable, entre otros motivos porque se presume que la victoria electoral de 2004 fue ileg¨ªtima. Se trate de la materia de que se trate -una visita a la Argentina, las relaciones con Marruecos, el abrazo a un presidente de comunidad...-, siempre el contenido es parecido. La cr¨ªtica se queda en puro exabrupto pero puede acabar, por acumulaci¨®n e insistencia, produciendo una impresi¨®n de justificaci¨®n entre los m¨¢s sectarios. Incluso para alguno gozar¨¢ del beneficio que suele concederse a los transgresores.
Me refiero, claro est¨¢, a Jim¨¦nez Losantos, que imparte doctrina desde la Cope. Si siempre resulta entre extravagante y apocal¨ªptico, en relaci¨®n con la Monarqu¨ªa atenta contra un principio b¨¢sico y com¨²nmente admitido por pura sensatez: la existencia de una magistratura independiente de los partidos que arbitra y modera el funcionamiento de las instituciones y contribuye desde la imparcialidad al cumplimiento de los deseos expresados por los espa?oles en las sucesivas elecciones. En vez de eso, Jim¨¦nez Losantos parece pensar que el Rey debe estar no ya con el PP, sino con su extrema derecha y aun de forma precisa consigo mismo, sin perjuicio de poder cambiar cuando a ¨¦l le plazca. Fuera el ciudadano Juan Carlos de Borb¨®n presidente de la Rep¨²blica y lo mismo le exigir¨ªa con tanta tenacidad como carencia de sentido com¨²n.
Esta postura me parece no s¨®lo insensata, sino tambi¨¦n por completo inmoral. Se basa,en efecto, en una estrategia que no ha nacido por ensalmo sino que obedece a un pensamiento previo y meditado. Dado que est¨¢n en peligro los niveles de audiencia -piensa Jim¨¦nez Losantos-, hay que multiplicar de modo exponencial el n¨²mero de decibelios aun sin que lo justifique raz¨®n alguna. As¨ª se lograr¨¢ recuperarlos y de paso sembrar tambi¨¦n el terror entre propios, sobre todo, y los ajenos. Pero por este procedimiento, una vez m¨¢s, los fines justifican cualquier medio, incluso el m¨¢s imprudente. Sucede, sin embargo, que ya se ha demostrado muchas veces que en Espa?a la "le?a al mono hasta que hable en ingl¨¦s" no acaba de funcionar. Bordeamos el abismo de la confrontaci¨®n m¨¢s veces de lo que ser¨ªa necesario, pero nos retiramos de ella cuando empezamos a prever los resultados.
De modo que el triste final del experimento de Jim¨¦nez Losantos resulta previsible. No lo ser¨¢, sin embargo, sin considerable estropicio porque puede iniciar una espiral imparable no ya s¨®lo de la derecha, sino de la izquierda. Si el Rey tiene que ser de unos, todos lo reclamar¨¢n para s¨ª. Un protagonista de la transici¨®n advert¨ªa en el pasado respecto de los "locos l¨²cidos", categor¨ªa entomol¨®gica, que no insulto, en que el primer calificativo se refiere a la esencia y el segundo a la apariencia. Recomendaba para estos casos no la persecuci¨®n ni la mordaza, sino la sabia prudencia. Todo loco l¨²cido deb¨ªa ser simplemente "localizado" para evitar los peligros que de forma inevitable derivaban del contacto con ¨¦l. Lo malo de este esp¨¦cimen humano es la poluci¨®n del entorno. Pero, por lo que parece, eso no ha sido tenido en cuenta por quienes le han ofrecido un altavoz a Jim¨¦nez Losantos en la Cope. Al menos tendr¨ªan que pens¨¢rselo de nuevo.
Y, claro est¨¢, como mal a?adido y siguiendo una especie de ley de Gresham de la actualidad, resulta que la propuesta de Juan Goytisolo relativa a la "Rep¨²blica como horizonte", ¨²nica que merecer¨ªa ser tomada en serio y debatida a fondo, queda desplazada en lo inmediato. Goytisolo se ha atribuido el papel de severo Cat¨®n empe?ado en evitarnos caer por el despe?adero del "ir a menos". Sin ninguna iron¨ªa afirmo que es bueno que haya alguien as¨ª a quien su relevancia intelectual le dota para hacer propuestas constructivas. La de Goytisolo acerca de la Rep¨²blica parece referirse a un tiempo todav¨ªa remoto, treinta o cincuenta a?os, y se basa en argumentaciones no tan perentorias. El escritor hubiera deseado "menor pomposidad y mayor modestia" en la ¨²ltima boda real, y supongo que yo pensar¨ªa lo mismo de haberle dedicado mayor atenci¨®n. En mi caso ech¨¦ de menos una detenci¨®n y un recuerdo de los contrayentes en el lugar del atentado del 11-M. Pero eso son an¨¦cdotas, lo importante reside en la funcionalidad de la instituci¨®n.
Ortega escribi¨® en 1913 que era preciso hacer la experiencia mon¨¢rquica. Ten¨ªa raz¨®n cuando lo afirm¨® y la frase sigue siendo v¨¢lida m¨¢s de noventa a?os despu¨¦s. Resulta de uso habitual en los espa?oles de mi generaci¨®n la autodefinici¨®n como juancarlista. De puro frecuente resulta ya casi una horterada, de modo que no me importar¨ªa aceptar el calificativo de mon¨¢rquico (siempre, claro est¨¢, en un grado inferior al de Luis Mar¨ªa Anson). Yo creo que tiene sentido adscribirse a tal calificativo por motivos que no tienen mucho que ver ni con sentimentalismos de otro tiempo, ni con exquisiteces de protocolo, ni con man¨ªas partidistas o de cualquier otro signo.
Lo que est¨¢ verdaderamente en juego es hasta qu¨¦ punto tenemos que dedicar nuestro tiempo a polemizar sobre una instituci¨®n que funciona razonablemente bien cuando hay tantas otras de las que no puede decirse lo mismo. La Monarqu¨ªa cumpli¨® su papel en la transici¨®n de acuerdo con el juicio un¨¢nime de sus protagonistas. Luego y hasta el momento ha demostrado capacidad de adaptaci¨®n funcional: ser¨ªa poco imaginable, por ejemplo, el papel que desempe?a cara a Iberoam¨¦rica con un jefe del Estado republicano. Goytisolo anuncia las sociedades mestizas en que viviremos en un plazo corto de tiempo. Pero siempre Espa?a lo ha sido y he aqu¨ª una posibilidad de perfeccionar una funcionalidad ya existente. Dentro de unas d¨¦cadas es probable que exista un presidente de la Uni¨®n Europea elegido por sufragio universal y directo. Aun as¨ª, la funcionalidad de la Monarqu¨ªa puede tener sentido si ella sabe d¨¢rselo y todos contribuimos a hacerlo posible. De momento, los peligros que se ciernen sobre ella, peque?os, proceden m¨¢s bien de insensatos empe?ados en ampliar una crispaci¨®n que ya debiera haber sido superada hace meses.
Javier Tusell es historiador.
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