Ser ni?o en Palestina
Son m¨¢s de la mitad de la poblaci¨®n palestina y no tienen futuro. Una infancia marcada por la guerra y los controles policiales. Seiscientos ni?os han perdido la vida desde el comienzo de la Intifada. Miles de ellos sufren sus consecuencias a diario. ?sta es la historia de esa generaci¨®n perdida.
Naci¨® en un checkpoint del Ej¨¦rcito israel¨ª. La noche en que Dallal empez¨® a sentir los dolores del parto pidi¨® a Mustaf¨¢ que la llevara hasta la cl¨ªnica. Una ambulancia pas¨® a recogerlos por su casa. Aunque desde la aldea de Jayus hasta la maternidad de Nablus hay sobre el mapa menos de una hora, nunca llegaron a su destino. Los soldados del puesto de Kafr Zeibad les impidieron el paso. La discusi¨®n empez¨® a hacerse interminable; Azzaf, la abuela, insultaba a los militares; sus t¨ªas Naal y F¨¢tima lloraban desconsoladamente, y el padre trataba de razonar con el responsable del destacamento para que les dejara continuar su camino. El viento fr¨ªo de enero y las voces se filtraban por todos los resquicios del furg¨®n, mientras la enfermera y el ch¨®fer ayudaban a la madre a dar a luz. As¨ª fue como Aya vino al mundo.
Este mes, la peque?a cumplir¨¢ dos a?os. Lo festejar¨¢ comi¨¦ndose un pastel en los brazos de su padre, al tiempo que tratar¨¢ de sacarse los zapatos nuevos de cuero negro, regalo de su madre. Sus pies diminutos no est¨¢n a¨²n acostumbrados a sentirse tan aprisionados. En el jard¨ªn, a la sombra del limonero, todos recordar¨¢n aquella noche azarosa, que pudo haber acabado en un drama. Las secuelas del parto en condiciones poco confortables lastrar¨¢n a la ni?a para el resto de su vida; padece problemas respiratorios y sufre s¨ªntomas peri¨®dicos de cansancio. El clan de los Shamasna trata de no lamentarse: "Hemos tenido suerte, nuestra hija est¨¢ con vida. Lo peor ha pasado. Al¨¢ nos protege".
No es un caso aislado. Desde que en el mes de septiembre de 2000 se iniciara la Intifada hasta el pasado mes de febrero, las estad¨ªsticas del Ministerio de Sanidad de la Autoridad Nacional Palestina han contabilizado 51 casos de nacimientos en checkpoints del Ej¨¦rcito. S¨®lo 22 madres salvaron la vida de sus beb¨¦s. En los 29 casos restantes, los reci¨¦n nacidos murieron a las pocas horas. Las organizaciones humanitarias internacionales han puesto en marcha un programa destinado a ayudar a las madres para que puedan dar a luz en sus casas y no tengan que aventurarse por esas carreteras de Cisjordania, constantemente interceptadas por controles. Antes de que estallara la revuelta, el 95% de los alumbramientos ten¨ªan lugar en hospitales; ahora s¨®lo lo hacen en la cl¨ªnica un 50%. Nacer en Palestina se ha convertido en el primer acto de resistencia en la vida de un ni?o.
Los obst¨¢culos creados por la ocupaci¨®n no parecen sin embargo afectar a la poblaci¨®n palestina, que no ha dejado de crecer ni un solo instante. El 52,4% de los habitantes de Cisjordania y Gaza tienen menos de 17 a?os. Su incremento es de un 3,5% anual, y el de fertilidad, el 5,9% por pareja. Los ¨ªndices de mortalidad infantil son de 25,2 cada mil nacimientos. Los dem¨®grafos jud¨ªos contemplan aterrorizados el aumento irrefrenable del n¨²mero de palestinos, que seg¨²n ellos amenaza con romper lo que consideran el "punto de equilibrio" entre ambas sociedades.
Nacer en un 'checkpoint' no es simplemente un s¨ªmbolo. Es adem¨¢s una forma de aprender desde el primer momento que las tropas israel¨ªes estar¨¢n presentes en todos los actos de su vida. Esto es lo que sienten los ni?os de las aldeas de Tuba y Al Mukfara, al sureste de las colinas de Hebr¨®n, al sur de Cisjordania. Todas las ma?anas, los militares vienen hasta la puerta de su casa para acompa?arlos hasta la escuela palestina de Al Tuwani. Un total de 21 muchachos, con edades comprendidas entre los 6 y los 12 a?os, caminan con las mochilas a la espalda emparedados entre los blindados. Lo hacen en silencio, como si tuvieran miedo de volverse a encontrar en cualquier recodo las milicias armadas de los colonos de los asentamientos cercanos de Maon y Havat Maon. El Ministerio de Defensa otorg¨® a estos peque?os una custodia militar, tras una agria pol¨¦mica parlamentaria en la que se denunciaron las vejaciones que los colonos inflig¨ªan a los alumnos a diario con la excusa de que pasaban por sus propiedades.
"Hasta finales del pasado mes de noviembre, un grupo de pacifistas cristianos, en su mayor¨ªa oriundos de Estados Unidos y de Italia, d¨¢bamos protecci¨®n a los muchachos en el camino de ida y regreso a la escuela", explica Joseph Carr, de 23 a?os, licenciado en historia, oriundo de Misuri, convertido desde hace un tiempo en representante del comando pacifista asentado en la aldea de Al Tuwani. Su principal misi¨®n es la de tutelar las idas y venidas de los ni?os, aun a costa de arriesgar su vida.
Antes de que los soldados se hicieran cargo de la custodia de los peque?os, los comandos colonos hab¨ªan atacado en dos ocasiones a los alumnos. Los asaltantes, vestidos de negro y con el rostro tapado, blandiendo cadenas y palos, hab¨ªan puesto en fuga a los menores y lesionado a sus acompa?antes, tras saquearles la documentaci¨®n y robarles su dinero. La queja de las v¨ªctimas, militantes de Christian Peacemaker Teams y de Amnist¨ªa Internacional, hizo enrojecer de verg¨¹enza a los mandos del Ej¨¦rcito, que han asumido definitivamente la responsabilidad de proteger a este grupo de escolares palestinos.
Esta ma?ana, los 66 alumnos de la escuela p¨²blica de Al Tuwani -entre 150 y 250 habitantes- han despedido su jornada escolar cantando una y otra vez las primeras estrofas del poema Nuestro pa¨ªs. Desde la explanada que sirve de campo de f¨²tbol se oyen con claridad las voces de los peque?os, repitiendo las estrofas de la poetisa Fadua Tuk¨¢n. Los veh¨ªculos blindados del Ej¨¦rcito esperan impacientes m¨¢s all¨¢, en lo alto del camino, a que se apaguen los c¨¢nticos y el maestro ponga fin a la clase.
"Mi pa¨ªs es el para¨ªso. / Lo quiero con todo mi coraz¨®n".
Sof¨ªa, de 12 a?os, vecina de Tubas, s¨¦ptima hija de un campesino del clan de los Rabaid, ha sido la primera en salir de la clase. Capitanea un grupo reducido de cinco compa?eros, que trotando se dirigen al encuentro de los militares. De manera disciplinada se han colocado en formaci¨®n detr¨¢s de uno de los veh¨ªculos blindados. Han empezado a andar mientras un segundo todoterreno les custodia sus espaldas. Durante media hora caminar¨¢n por un sendero de piedras, que bordea un pinar y pasa junto a las casas blancas con teja roja del asentamiento. Hoy no ha habido ning¨²n incidente.
-Sof¨ªa, ?t¨² qu¨¦ querr¨¢s ser cuando seas mayor?
-?Yo? Maestra.
Ir a la escuela se ha convertido tambi¨¦n para muchos ni?os palestinos en un acto de resistencia. En Cisjordania y Gaza apenas existe el analfabetismo; s¨®lo un 8,1%, en su mayor¨ªa entre personas ancianas. En los territorios hay censadas un total de 2.109 escuelas a las que acuden 1.017.443 ni?os y en las que imparten sus ense?anzas 37.240 profesores. Todo esto es en teor¨ªa, porque desde que se inici¨® la Intifada, los israel¨ªes han cerrado durante cierto tiempo 850 escuelas, otras 8 las han convertido en cuarteles, 185 han sido parcialmente destruidas por los bombardeos y 11 han quedado demolidas. Un tercio de los ni?os en edad de escolarizar tienen a diario dificultades para llegar a sus clases, seg¨²n asegura Unicef. Los ¨ªndices de aprovechamiento de los alumnos han descendido dr¨¢sticamente; por ejemplo, el n¨²mero de estudiantes que suspenden los cursos de matem¨¢ticas ha pasado del 35% al 68%.
Los expertos en pol¨ªtica educacional advierten alarmados que por primera vez en la historia de Palestina ha descendido la escolarizaci¨®n. Los primeros s¨ªntomas se detectaron en el curso 2002-2003, que coincide con la ¨¦poca m¨¢s dura de las sanciones colectivas impuestas por el Ej¨¦rcito. Los ¨ªndices de inscripci¨®n a la escuela bajan cada a?o un 1,5%, lo que representa que cada curso 15.000 j¨®venes dejan de ir al colegio. La tendencia se?ala un continuo descenso que amenaza con quebrar uno de los pilares de la sociedad palestina: la ense?anza. En muchos casos son los padres quienes tienen miedo de enviar a sus hijos al colegio, entre otras razones porque las aulas han dejado de ser un lugar seguro y el camino a la escuela se ha convertido en un sangriento laberinto.
Iman ten¨ªa 12 a?os. El pasado 5 de octubre se dirig¨ªa, como todas las ma?anas, de su casa a la escuela, pero una espesa niebla la hizo equivocarse de camino. Sin saberlo, se dirigi¨® hacia el puesto militar de vigilancia, situado en la frontera, entre el campo de refugiados de Rafah y Egipto. A pesar de que los soldados identificaron a la ni?a como una escolar por su bata a rayas caracter¨ªstica de los centros de la UNRWA, el mando dio orden de disparar. La excusa fue que en la mochila podr¨ªa llevar una bomba. Un destacamento al mando de un oficial se acerc¨® hasta el punto en que la peque?a hab¨ªa ca¨ªdo herida. Seg¨²n los primeros indicios, el capit¨¢n R., jefe de la laureada Brigada Givati, dispar¨® a quemarropa sobre el cuerpo inm¨®vil, antes de regresar a su acuartelamiento. El n¨²mero de impactos permiten aventurar que vaci¨® su cargador. Los soldados que le acompa?aban denunciaron el incidente a la prensa de Tel Aviv. Las autoridades militares est¨¢n investigando el caso.
"El cuerpo de mi hija ten¨ªa 21 agujeros de bala. Cuatro de ellos en la cabeza. El m¨¢s indignante y criminal le atraves¨® el cr¨¢neo, de arriba abajo. Todos a corta distancia. Las fotos tomadas en el hospital lo dejan claro. No cabe ninguna disculpa. La mataron a sangre fr¨ªa", se lamenta Samir Darweesh al Hams, de 49 a?os, padre de la muchacha, profesor de lengua y literatura ¨¢rabe en una escuela de Naciones Unidas.
La muerte de Iman ha sacudido a toda su familia, incluidos sus ocho hermanos. Era la menor. Los que la conocieron dicen que era alegre. So?aba con convertirse un d¨ªa en maestra, como su padre. Sobre su cama ha dejado sus ¨²ltimos juguetes: una mu?eca y un oso de peluche. En la mesa deb¨ªan de estar abiertos los libros, su plumier y la caja de l¨¢pices de colores, que llevaba en el momento de su muerte dentro de la mochila. Los soldados lo destruyeron todo con una carga explosiva, creyendo que se trataba de una bomba. A la familia Al Hams le queda la esperanza de que el proceso judicial iniciado desde Jerusal¨¦n por la abogada israel¨ª Leah Tsemel pueda acabar un d¨ªa con una sentencia condenatoria contra el oficial autor de los disparos.
No s¨®lo se muere en el camino del colegio. Tambi¨¦n se muere dentro de los muros de la escuela. Ghadeer Mujermar ten¨ªa 10 a?os cuando recibi¨® el impacto de un proyectil israel¨ª en el pecho. Estaba sentada en su pupitre en un centro de ense?anza primaria del campo de refugiados de Al Gharbi, en el t¨¦rmino municipal de Jan Yunes, en la Franja de Gaza. Muri¨® tres d¨ªas m¨¢s tarde en la unidad de cuidados intensivos del hospital de Shifa, en Gaza capital. La oficina de estad¨ªstica de la UNRWA, que gestiona una quinta parte de las aulas palestinas, denunciaba el pasado mes de noviembre que en tan s¨®lo dos semanas, tres de sus alumnos hab¨ªan muerto en la escuela o saliendo de ella, y otros ocho hab¨ªan resultado heridos en el interior de las aulas. Durante el a?o 2004, la organizaci¨®n internacional ha documentado al menos 71 tiroteos israel¨ªes contra sus establecimientos de ense?anza.
Los nombres de las escolares Iman Darweesh al Hams y Ghadeer Mujermar est¨¢n ya para siempre en la lista de ni?os muertos en la segunda Intifada. Entre el 29 de septiembre de 2000 y el 30 de junio de 2004, casi 600 menores palestinos han fallecido en acciones b¨¦licas del Ej¨¦rcito o en incursiones de los colonos. En esta cifra se incluyen los 51 menores que, de una manera supuestamente accidental, murieron en las operaciones de asesinatos selectivos perpetradas por los militares contra los activistas palestinos. Cerca de un tercio de los ni?os muertos en esta Intifada ten¨ªan menos de 13 a?os. El 52% de los muertos, por disparos de armas autom¨¢ticas. El 64,4% fueron v¨ªctimas de ataques a¨¦reos, terrestres o por el fuego indiscriminado de los militares, seg¨²n asegura la organizaci¨®n no gubernamental Defence for Children International.
Mohamed Jamal al Durra fue el primero en morir en esta Intifada. Falleci¨® un d¨ªa despu¨¦s de que estallara la revuelta. Ten¨ªa 12 a?os. Todos los indicios aseguran que muri¨® tiroteado por el Ej¨¦rcito, aunque los israel¨ªes tratan de exculparse afirmando que fue v¨ªctima de un fuego cruzado. Las im¨¢genes de su muerte, en brazos de su padre, filmadas por un c¨¢mara de la televisi¨®n francesa, fueron difundidas por todo el mundo y se convirtieron en una prueba m¨¢s de los m¨¦todos desproporcionados utilizados por Israel para reprimir la revuelta palestina. Pero adem¨¢s, para el mundo ¨¢rabe, su muerte es un s¨ªmbolo. Muchas calles han sido bautizadas con su nombre, se han impreso sellos con su imagen e incluso compuesto canciones. En el campo de refugiados de Breij, en el centro de Gaza, todos conocen a los Durra.
"Nada puede compensar la muerte de un hijo. El ¨²nico consuelo es haber engendrado despu¨¦s de su muerte otro ni?o, al que tambi¨¦n hemos puesto el nombre de Mohamed; pronto cumplir¨¢ los dos a?os", asegura Jamal al Durra, de 42 a?os, alba?il en paro, padre de siete hijos. Las heridas provocadas por ocho impactos de bala durante el tiroteo en el que muri¨® su hijo le han dejado un brazo y una pierna in¨²tiles. No se averg¨¹enza en confesar que vive de la ayuda internacional, incluidos los 10.000 d¨®lares que en su d¨ªa le envi¨® desde Irak el presidente Sadam Husein.
Un mes despu¨¦s de la muerte de Mohamed Durra fallec¨ªa tambi¨¦n en Gaza Fares Faiq Odeh. Con s¨®lo 15 a?os se hab¨ªa convertido en otro s¨ªmbolo de la Intifada. Su fotograf¨ªa, tomada por un reportero de una agencia internacional, en la que se le ve¨ªa de espaldas arrojando una piedra contra la mole inmensa de un tanque israel¨ª, es una de las im¨¢genes m¨¢s emblem¨¢ticas de la revuelta. Morir¨ªa pocos d¨ªas despu¨¦s de aquella foto, de un disparo en el cuello. Fares en ¨¢rabe significa caballero; odeh, regreso. Caballero del Retorno. Su sue?o era convertirse en un combatiente.
"Cuando miro su foto me siento feliz. Pero tambi¨¦n s¨¦ que no ha muerto y que continuar¨¢ viviendo en mi nieto Fares; apenas tiene un a?o", afirma la madre, Enam, de 44 a?os. Lidera una familia destrozada por el dolor y el infortunio. Tres de sus nueve hijos padecen enfermedades degenerativas. El dinero que han venido recibiendo a ra¨ªz de la muerte de su hijo ha servido para tratar de salvar la vida de sus tres hermanos enfermos. Los Odeh coinciden con los Durra en perpetuar dentro del clan el nombre de sus hijos muertos; no s¨®lo hay un nuevo Mohamed, tambi¨¦n hay otro Fares.
Pero tambi¨¦n est¨¢n los peque?os heridos. Las estad¨ªsticas aseguran que en los ¨²ltimos cuatro a?os, 10.000 ni?os han resultado alcanzados en el transcurso de acciones b¨¦licas israel¨ªes. Un porcentaje muy elevado de estos menores han quedado lisiados para el resto de sus vidas. ?ste es el caso de Ahmed Abuhader, que acaba de cumplir los 16 a?os. Est¨¢ inv¨¢lido de las dos piernas. Fue alcanzado por un misil israel¨ª el pasado mes de septiembre en la operaci¨®n D¨ªas de Penitencia. En el momento del impacto, el muchacho sal¨ªa de la escuela y volv¨ªa a casa.
"Not¨¦ un golpe en la pierna. Pero continu¨¦ corriendo hasta que un compa?ero me dijo que estaba sangrando. Mir¨¦ hacia atr¨¢s; vi c¨®mo la pierna se desgajaba de mi cuerpo. Ca¨ª al suelo. La otra pierna tambi¨¦n la tengo inservible", explica Ahmed, sentado en su silla de ruedas, en su casa del campo de refugiados de Jabalia, donde vive con sus padres y sus ocho hermanos. Las mismas restricciones fronterizas, que no dejan que su padre pueda ir a trabajar a Israel, no le permiten a Mohamed ir a un hospital en el extranjero donde puedan colocarle unas pr¨®tesis para poder caminar. Es consciente de que para el resto de su vida ser¨¢ un inv¨¢lido. Pero ello no le impide so?ar: quiere continuar sus estudios y llegar a ser m¨¦dico.
La represi¨®n y las detenciones est¨¢n provocando tambi¨¦n heridas profundas en los menores palestinos. Desde el inicio de la Intifada, alrededor de 2.500 ni?os han sido arrestados o detenidos. Las estad¨ªsticas de las organizaciones humanitarias aseguran que en el a?o 2001, el 95% de los ni?os detenidos fueron sometidos a "abusos f¨ªsicos y psicol¨®gicos, e incluso a torturas". Aunque no hay porcentajes recientes, todo lleva a pensar que el comportamiento de las tropas hacia los menores no ha cambiado. Los informes oficiales m¨¢s recientes, del pasado mes de octubre, aseguran que 391 palestinos menores de 18 a?os est¨¢n encarcelados en prisiones israel¨ªes. El 50% de los menores detenidos no han podido recibir visitas de sus familiares. Las sentencias de los tribunales militares son rigurosas: uno de los menores ha sido condenado a perpetuidad; tres, a 15 a?os de c¨¢rcel, y otros cuatro, a penas que oscilan entre los 5 y los 9 a?os. El resto de los ni?os cumplen condenas de 6 a 18 meses, en su mayor parte por arrojar piedras. No hay programado para ellos ning¨²n tipo de actividad mientras permanecen en las c¨¢rceles. Pasan todo el d¨ªa en las celdas sin hacer nada, salvo las dos horas, una por la ma?ana y otra por la tarde, en que se les permite salir al patio. Permanecen aislados del resto del mundo. Los aparatos de televisi¨®n y de radio est¨¢n prohibidos, asegura el Ministerio de Detenidos palestino.
"Yo fui torturada. Ten¨ªa s¨®lo 15 a?os cuando me detuvieron cerca de un control militar de la ciudad vieja de Hebr¨®n, cuando me dirig¨ªa a la escuela. Me registraron la mochila y encontraron junto con los libros un cuchillo, que llevaba para un trabajo en el colegio. Me acusaron de planear matar a un colono. Estuve 16 d¨ªas incomunicada en una celda en la central policial de Jerusal¨¦n. Durante horas me colgaron de la pared asida por las mu?ecas o en una cama de hierro. Al menos en dos ocasiones entraron en la celda, me abrieron la boca y me inyectaron con un spray gas, que me imped¨ªa respirar. Cuando todo esto se acab¨®, me trasladaron a la prisi¨®n de menores en Ramle, donde he estado durante dos a?os". Fida Gannam acaba de cumplir los 18 a?os, se encuentra en libertad desde el pasado mes de enero.
En la biograf¨ªa de Fida hay un enorme par¨¦ntesis, como un agujero negro. En ocasiones se asoma hasta el brocal de su pozo y vuelve a sentir aquella profunda angustia, en la que cre¨ªa ahogarse y que la llevaba inexorablemente a estallar en l¨¢grimas. Le es imposible dejar de percibir aquel olor de suciedad que emanaba de la comida y que le imped¨ªa durante d¨ªas probar bocado. Pero sobre todo no puede olvidar la soledad en la que vivi¨® durante todo el tiempo en que estuvo encerrada. Ahora, lentamente, ha empezado a reconstruir su vida. Quiere ser abogada.
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