Regalo para Hugo
Hugo naci¨® en Valencia un d¨ªa del pasado diciembre. En la sala de estar de su casa han puesto el bel¨¦n de Navidad con un pesebre cuyas figuras de barro, que representan a la pareja, al ni?o Dios, a los reyes magos y a los animales, est¨¢n rodeadas de tanques de pl¨¢stico y amenazadores soldaditos con fusiles. El padre de Hugo, que tiene manos de artista, ha identificado este peque?o ej¨¦rcito con banderas de Israel.
-Los belenes de pastorcillos felices son absurdos -les explica a los amigos que vienen a conocer al reci¨¦n nacido- Palestina es una tierra ocupada.
En el sur de Espa?a, mientras Hugo nac¨ªa y las contracciones lo empujaban hacia la luz en el paritorio del Hospital La Fe, la corriente del estrecho de Gibraltar empuj¨® contra las rocas de Tarifa una patera con inmigrantes clandestinos. As¨ª, Hugo respir¨® por primera vez mientras diecisiete de los treinta y dos africanos dejaban de hacerlo, ahogados sin saber nadar cuando ya divisaban en el horizonte el para¨ªso terrenal. La vida est¨¢ llena de tales contrasentidos.
La televisi¨®n ofreci¨® im¨¢genes de la noticia y luego pas¨® a ocuparse del f¨²tbol. Casi todos los supervivientes del naufragio fueron capturados en pocas horas por la Guardia Civil. S¨®lo uno de ellos logr¨® escapar, con la ayuda impagable de una tarife?a que lo recogi¨® de madrugada en la carretera. A sabiendas de que las autoridades espa?olas expulsar¨ªan del pa¨ªs a aquel hombre negro si llegaban a descubrirlo, la mujer cambi¨® su ruta habitual, perdi¨® una jornada de trabajo y lo llev¨® a Sevilla, lejos de los guardianes de la legalidad.
-?Tienes alguna idea de ad¨®nde quieres ir?- le pregunt¨®.
?l, en un castellano sorprendentemente fluido, le dijo que a Valencia, de manera que ella le compr¨® un billete de autob¨²s y se despidieron en el and¨¦n.
El hombre negro ya ha llegado a destino y, sin dudarlo, se dirige al domicilio predestinado. Nunca antes estuvo en la ciudad, pero no necesita preguntar. Conoce las calles. Sabe. Llama a la puerta, le abren. Sus ropas ra¨ªdas con olor a mar no causan sorpresa, los milagros son as¨ª. Lo reciben en la sala de estar. Observa el bel¨¦n y en los ojos se le dibuja una triste sonrisa. Los padres de Hugo lo acompa?an al cuartito. Se arrodilla junto a la cuna y deposita su regalo sobre la almohada del ni?o: un sonajero de semillas preciosas que en tiempos milenarios perteneci¨® a una princesa de la tribu hutu.
-?Eres el rey Baltasar?- le preguntan.
-S¨ª, pero ya no tengo reino ni camello y tu gobierno me proh¨ªbe venir, as¨ª que tuve que colarme en patera.
-?Te piensas quedar en Europa?
-No, he de regresar a mi lugar de resistencia. Adem¨¢s, Europa es muy aburrida. Si estoy aqu¨ª hoy es porque cada mes de enero me gusta revivir aquel viaje inici¨¢tico y este a?o le toc¨® a vuestro hijo. La estrella me gui¨®, como siempre.
-?Y tus dos compa?eros?
-S¨®lo quedo yo, Melchor muri¨® en Ramal¨¢ y Gaspar en Mosul, la guerra contra los invasores es cruel. ?Puedo llamar por tel¨¦fono?
Marca el n¨²mero de la Guardia Civil, se denuncia a s¨ª mismo y pide por favor que vayan a buscarlo al bar de la esquina. Al colgar, les gui?a un ojo a los padres de Hugo:
-Las pateras son peligrosas, el regreso a ?frica que me lo pague Zapatero.
El ni?o duerme en la cuna.
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