De Pa?sos Catalans a eurorregi¨®n
A primeros del siglo XVIII, con la Nueva Planta borb¨®nica, deca¨ªa la denominaci¨®n Corona de Arag¨®n. A partir de la Renaixen?a cultural del siglo XIX, sin embargo, surg¨ªa la necesidad de distinguir entre Catalu?a y el conjunto de tierras de habla catalana. Algunos, recordando que la expansi¨®n del catal¨¢n hab¨ªa resultado de la conquista y la repoblaci¨®n catalana, lo llamaron "la Catalunya Gran", sin mayor ¨¦xito. Ser¨ªa Josep-Narc¨ªs Roca Farreras, en 1886, quien acu?ar¨ªa por vez primera el t¨¦rmino "Pa?sos Catalans", en la revista L'Arc de Sant Mart¨ª de Proven?als, medio de expresi¨®n del primer catalanismo, el de Valent¨ª Almirall, de car¨¢cter federalista y de signo progresista.
Aunque, en realidad, el t¨¦rmino no arraig¨® hasta los a?os cincuenta y sesenta del siglo XX, en plena resistencia antifranquista, impulsado sobre todo por el valenciano Joan Fuster y por el catal¨¢n Alexandre Cirici Pellicer. De ese modo, la denominaci¨®n "Pa?sos Catalans" vino a llenar un hueco sem¨¢ntico entre los estudiosos y empez¨® a usarse con una cierta normalidad en los ambientes pol¨ªticos de catacumbas. Y pronto se dar¨ªa una novedad sin precedentes en la cultura pol¨ªtica del catalanismo republicano: la aparici¨®n de un partido que har¨ªa bandera pol¨ªtica de los "Pa?sos Catalans" y adquirir¨ªa esa dimensi¨®n territorial: el Partit Socialista d'Alliberament Nacional (PSAN), hoy disuelto y cuya herencia, pasado el tiempo, acabar¨ªa recalando en la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de hoy.
En cualquier caso, se trat¨® y se trata de posiciones a la izquierda, entre nost¨¢lgicas e idealistas, ajenas al poder econ¨®mico y, en consecuencia, a cualquier designio imperialista que merezca ese nombre.
De su parte, el catalanismo conservador de la Lliga Regionalista, el que expresar¨ªa los intereses de la burgues¨ªa catalana de la primera mitad del siglo XX y, pues, cualquier hipot¨¦tico designio expansionista, no mostr¨® un mayor inter¨¦s por el ¨¢rea ling¨¹¨ªstica del catal¨¢n: su objetivo pol¨ªtico y econ¨®mico estaba en Madrid, su "imperialismo" (teorizado por Prat e impulsado por Camb¨®) se refer¨ªa a Espa?a.
Y la simult¨¢nea ortodoxia cultural del primer Noucentisme, mesurado y algo pudibundo, no casaba nada con la exuberancia valenciana. Tal vez se deba a eso que, en la Catalu?a oriental, sobre todo en Barcelona, la fon¨¦tica occidental (valenciano-leridana) se reservara, hasta no hace tanto, para el sulfuroso demonio de Els pastorets navide?os.
Lo mismo puede decirse del catalanismo conservador y populista de CiU, muy vinculado tambi¨¦n al poder econ¨®mico, que se ha limitado a guardar las buenas relaciones con los valencianos y los baleares amigos, pero sin mayor convicci¨®n y, a veces, con la expresi¨®n de quien tiene una molestia en el zapato.
La bandera de los "Pa?sos Catalans", pues, ha brillado por su ausencia en los medios donde deber¨ªa registrarse cualquier af¨¢n expansionista realmente serio.
No tiene, en consecuencia, mayor fundamento el espantajo que vienen esgrimiendo al respecto los conservadores valencianos. S¨®lo se entiende como una argucia t¨¢ctica, destinada a orientar las cosas en alguna direcci¨®n opuesta e inconfesada.
En cualquier caso, es evidente que, desde Catalu?a, no tiene ning¨²n sentido servirle balones de ox¨ªgeno a esa t¨¢ctica confusionista.
Por ello, tal vez ser¨ªa conveniente que, desde Catalu?a, se dejaran de lado las bellas palabras equ¨ªvocas y contraproducentes, las extrapolaciones culturales o ling¨¹¨ªsticas hacia el terreno pol¨ªtico, como es el caso de la denominaci¨®n "Pa?sos Catalans". Es ciertamente abusivo llamar catalanes a los valencianos, por m¨¢s que su lengua sea una de las modalidades que integran el catal¨¢n (a la cual los valencianos han denominado siempre "valenci¨¤").
Hay que reconocer que Catalu?a y Valencia, hoy por hoy, no constituyen un demos com¨²n, es decir, un sentimiento de pertenencia com¨²n y una voluntad pol¨ªtica mayoritaria de autogobierno com¨²n. No se puede ignorar la realidad. Incluso para cambiarla, hay que reconocerla primero.
Como ha venido a sugerir elpresidente Maragall, la reci¨¦n nacida eurorregi¨®n del "arco mediterr¨¢neo occidental" -bautizada "Pirineos/Mediterr¨¢neo"- resulta un aparato y una denominaci¨®n especialmente indicados para el caso. Incorpora la geograf¨ªa ling¨¹¨ªstica del catal¨¢n, con todas las consecuencias que son del caso, pero no se queda en eso, sino que alcanza a toda la vieja Corona de Arag¨®n. Y lo hace en dos direcciones. Hacia su pasado, en lo que tiene ¨¦ste de anticipaci¨®n, de opci¨®n precursora y vigente por el Estado compuesto. Y hacia el futuro, identific¨¢ndose como un potente sujeto emergente, de proyecci¨®n europea y global. Quiz¨¢ sea hora de darle reposo a la denominaci¨®n "Pa?sos Catalans", con su carga de equ¨ªvocos y de anticuerpos.
En su lugar, la eurorregi¨®n no es s¨®lo una denominaci¨®n razonable y asumible por todos, sino tambi¨¦n un artilugio en marcha, metido a construir el futuro y capaz de responder a las necesidades y esperanzas de la gente de esos territorios y, en consecuencia, de constituir una referencia com¨²n de futuro.
Jordi Font es licenciado en Geograf¨ªa e Historia.
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