Por tierras de Castilla
Desde un molino en las cercan¨ªas de Astorga -que ahora es venta, que antes fue banco- comenzamos nuestro camino por tierras leonesas y castellanas. En la venta-posada-molino tuvimos sosiego, buena pl¨¢tica, mejor despensa y excelente comida donde se supo mezclar lo r¨²stico espa?ol y lo refinado europeo, o al rev¨¦s. La discreta molinera, m¨¢s Dulcinea que Adoniza, soport¨® a ingeniosos hidalgos, mozas que no eran de partido y castellanos sin castillo. Curiosa tropa que lleg¨® con ganas de aligerar las alforjas y de dar rienda a la lengua absuelta. En lenguas destac¨® el pintor Eduardo Arroyo -quiero decir que consigui¨® callar a Lorenzo D¨ªaz, Miguel Mu?iz, Jordi Socias, Carlos Elordi o Enrique Viana entre otros m¨¢s discretos caballeros y damas que por all¨ª moraban-, y es que Arroyo cada d¨ªa est¨¢ m¨¢s quijotesco. Suelta su lengua como l¨²cido caballero andante, lector enloquecido y desenfacedor de entuertos. Solo, en compa?¨ªa de su lengua, es capaz de enfrentarse con los malvados yang¨¹eses, los vizca¨ªnos, gallegos y todos los residentes al sur de Oca?a. Y eso que no tiene que defender a su dama, se defiende sola. Exageraciones y whiskys aparte, todo transcurr¨ªa en ordenado caos hasta que lleg¨® la hora de la charla, la tertulia y, claro, lleg¨® la hora del Archivo de Salamanca, de Europa, los vizca¨ªnos, los catalanes, los manchegos. Risas, discrepancias, alzar de voces, todo bien, todo normal. Hasta que lleg¨® Espa?a y mand¨® parar. Cuando se trata de Espa?a, se puede cruzar un vizca¨ªno y la cosa puede acabar en tortas. No fue as¨ª. Recurrimos a la lectura como buenos europeos que somos, abrimos un libro y nos dispusimos a escuchar como espa?oles que tambi¨¦n somos. El libro es un best seller, la novela de moda: el Quijote. En ¨¦l buscamos argumentos para intentar buscar lugares de consenso entre esta pandilla de espa?oles -es decir, moros, jud¨ªos, viviendo entre los cristianos- que no sab¨ªamos qu¨¦ pedir a los reyes. All¨ª encontramos razones para muchos de nuestras desintegraciones. Por ejemplo, para el caso del Archivo de Salamanca. Cervantes dice que la verdad hay que buscarla en los historiadores, en los expertos. No el alcalde de la culta ciudad, en el pol¨ªtico que quiere -en compa?¨ªa de otros- poner vallas para confundir los informes. Un expolio es un expolio, sea original o duplicado. Ese prehist¨®rico "no pasar¨¢n" del alcalde Lanzarote contradice no s¨®lo a expertos tan significados como ?lvarez Junco, a europe¨ªstas como Mayor Zaragoza o a abstencionistas, discretos y matizadores como el historiador Julio Valde¨®n, sino que tambi¨¦n se enfrenta al esp¨ªritu de Don Quijote, es decir, a las espa?olas y universales razones cervantinas. En el enfrentamiento entre el valiente manchego y el gallardo vizca¨ªno, para buscar la verdad hist¨®rica, el narrador propone un consenso: acudir a los "historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el inter¨¦s ni el miedo, el rencor ni la afici¨®n, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, ¨¦mula del tiempo, dep¨®sito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir". Pues eso, a leer el Quijote, el de Mart¨ªn de Riquer, Paco Rico o cualquiera de los fiables que en estos tiempos tanto se compran y venden. De mucha aplicaci¨®n y provecho tambi¨¦n ser¨ªa leerlo.
El libro de todas las celebraciones, nuestra esencial novela, mantiene su riqueza, sus ense?anzas, ya sea desde la lectura de las formas de vida de este pa¨ªs de todos los demonios o desde el pensamiento. Desde lo par¨®dico, el lenguaje, las costumbres o el car¨¢cter de lo que llamamos Espa?a. Consensuados por el Quijote, la amable turba de aquel molino se dispers¨® a sus oficios o a sus escapadas vacacionales. Yo segu¨ª fuera de casa por tierras de Castilla. De la vieja y comunera, no la de los lugares de La Mancha. Despu¨¦s de no poder entrar al archivo guerrero en pie de valla, de apenas poder visitar el pol¨¦mico museo Casa de Lis por las obras y m¨¢s vallas -?el cerco?- de esa zona del casco antiguo de la ciudad. La Casa de Lis es un curioso museo, entra?ablemente kitsch, que tambi¨¦n mantiene vieja batalla con el Ayuntamiento salmantino, que, verdaderamente est¨¢ demostrando una inusitada capacidad guerrera. M¨¢s all¨¢ de sus frentes abiertos, la ciudad, espl¨¦ndida por tantas cosas, sigue ofreciendo tantas razones para perderse y encontrarse entre sus piedras y su vitalidad. Una in¨¦dita exposici¨®n de James Ensor, el pintor belga tan goyesco, tan desconocido entre nosotros. Un amante de Espa?a que nunca lleg¨® a visitarnos, pero que recibi¨® la influencia del m¨¢s feroz de nuestros pintores, Francisco de Goya. Ensor muri¨® al final de nuestra guerra civil, m¨¢s o menos cuando lo hac¨ªa otro salmantino de adopci¨®n, Miguel de Unamuno. El viejo profesor, el pensador, el gran escritor al que no derrotaron en vida, quisieron secuestrar en muerte. ?sa s¨ª fue una vergonzante manipulaci¨®n, un expolio de la memoria. Su cad¨¢ver fue trasladado por las salmantinas calles a hombros de falangistas convictos y confesos. Bien sab¨ªan aquellos hombros te?idos de azul que los deseos del viejo profesor no eran ¨¦sos, no eran ¨¦sos. En el archivo estar¨¢n las fotos de la indignidad.
No pude ver a otro querido salmantino, Basilio Mart¨ªn Patino. Ha sido el que mejor ha retratado esta ciudad tan hermosa, tan necesaria, tan viva y tan p¨¦trea. Desde que hiciera su primera pel¨ªcula, Nueve cartas a Berta, hasta su maltratado ¨²ltimo filme, Octavia, una l¨²cida y emocionada mirada actual e hist¨®rica a su ciudad.
Tampoco me encontr¨¦ a otro de los referentes de la ciudad, uno de sus mejores monumentos vivientes, Charo L¨®pez. Cuando Basilio rodaba Nueve cartas..., aquella jovencita estudiante que quer¨ªa ser actriz se acerc¨® al rodaje. Nunca lleg¨® hasta el director, en su camino se interpuso el sagaz, inteligente y celoso productor Ricardo Mu?oz Suay. No quer¨ªa despistes. Charo L¨®pez no consigui¨® entonces su deseo, tuvo que seguir paseando unos kil¨®metros m¨¢s por aquellos soportales, cruzando su impresionante plaza y haci¨¦ndose la sorda cuando los se?ores del casino, aquellos sobrios castellanos, se paraban a su paso y en voz baja se dec¨ªan: "Mirad, por ah¨ª viene La Maizena, dos veces buena".
Por no encontrarme, no me encontr¨¦ ni al dulce salmantino Carlos Boyero. Debe de andar enamorado y para pocas guerras. Ni al cineasta Jos¨¦ Luis Garc¨ªa S¨¢nchez, otro salmantino que tampoco est¨¢ en las barricadas del Archivo de las discordias. ?Estar¨¦ abriendo un legajo equivocado?
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