Temporada 'tsunami'
En 1755, un tsunami destruy¨® Lisboa. Voltaire escribi¨® su Poema sobre el desastre de Lisboa, en el que constataba la existencia del mal sobre la tierra y lanzaba una interpelaci¨®n a las religiones: "De l'auteur de tout bien le mal est-il venu?". Vivimos en una cultura de quita y pon. En que, al modo del tsunami, el turismo ocupa las playas de ciertos pa¨ªses sin el menor apego y se va sin saber a ciencia cierta d¨®nde ha estado, y la solidaridad baja con la misma rapidez con la que sube. En esta sociedad poco dada a la metaf¨ªsica, el tsunami del sureste asi¨¢tico ha causado m¨¢s perplejidad y angustia que sana irritaci¨®n teol¨®gica. Al fin y al cabo, el hombre invent¨® la idea de Dios para encontrar una causa que permitiera consolarse pensando que al frente de la naturaleza estaba alguien que daba sentido a las cosas. Este alguien ten¨ªa que ser todopoderoso, y el poder, por definici¨®n, es arbitrario. Ahora creemos saber las causas de los fen¨®menos de la naturaleza, pero siguen escapando a nuestro control y somos activos en la tarea de favorecer su capacidad de destrucci¨®n.
El tsunami nos llega a trav¨¦s de estas im¨¢genes editadas -es decir, homologadas conforme a los c¨¢nones y los ritmos de las sociedades del Primer Mundo- que nos trae la televisi¨®n. Unas im¨¢genes hechas para el sobresalto instant¨¢neo, para la explosi¨®n de la compasi¨®n, que dan paso inmediatamente a la solidaridad espect¨¢culo. Un ejercicio tan necesario como tramposo, en que los buenos sentimientos de la ciudadan¨ªa son objeto de explotaci¨®n pol¨ªtica y comercial. Las necesidades de las v¨ªctimas se convierten en una mercanc¨ªa m¨¢s, tan irreal como el universo televisivo -ni siquiera se sabe qu¨¦ cantidades de dinero prometidas llegar¨¢n de verdad-, que tiene la caducidad que la moda marca. Esta temporada toca tsunami asi¨¢tico. ?Qu¨¦ se llevar¨¢ la pr¨®xima?
Sin duda, est¨¢ muy bien que la gente sea generosa y solidaria. Sin duda, es positivo que los gobiernos comprometan ayudas y acciones inmediatas, aunque entre lo que se promete y lo que realmente llega siempre hay distancia. No deja de ser sospechoso, sin embargo, que los dos pa¨ªses que m¨¢s dinero han comprometido sean Alemania y Jap¨®n. Curiosamente, los dos aspiran a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Bendita competencia pol¨ªtica.
Los estragos del tsunami del sureste asi¨¢tico han servido para recordar que la globalizaci¨®n significa sencillamente que acontecimientos ocurridos a miles de kil¨®metros de distancia tambi¨¦n nos conciernen, porque la movilidad de personas y de los recursos hace que ninguna parte del mundo nos sea completamente ajena. Han certificado, una vez m¨¢s, que el poder del rey de la creaci¨®n es limitado, y que todav¨ªa la naturaleza tiene una capacidad de cataclismo que escapa a nuestro control. Han confirmado que el hombre da muchas facilidades a las potencialidades destructivas de la naturaleza, porque cierta autosuficiencia le ha hecho perder la intuici¨®n de los peligros y porque en su voracidad destruye recursos sin cesar y ocupa sin reparos espacios de alto riesgo. Y han provocado un alud de solidaridad tan masivo como marcado por la caducidad, porque a golpe de emociones fuertes, a lo sumo se aguanta hasta el pr¨®ximo impacto.
Pero ser¨ªa bueno aprovechar el sobrecogimiento por una cat¨¢strofe de unas dimensiones para las que nos cuesta encontrar par¨¢metros de referencia, para tomar conciencia de la cuesti¨®n de la gobernabilidad del mundo, que es el problema real, m¨¢s all¨¢ de sobresaltos, angustias y compasiones. La tragedia del sureste asi¨¢tico es enorme. Pero el sida -y no digamos ya la malaria-, para ce?irnos a males no directamente imputables al mal hacer del hombre, origina estragos muy superiores cada a?o. ?frica sigue muri¨¦ndose, sin que se vislumbre voluntad pol¨ªtica alguna en el primer mundo para afrontar este problema, y si no hay voluntad pol¨ªtica es, entre otras cosas, porque las poblaciones ni presionan ni tienen este problema en sus prioridades, porque la solidaridad instant¨¢nea es muy positiva, pero de duraci¨®n limitada. Las preocupaciones ciudadanas siguen siendo locales y nacionales, porque hay que sobrevivir y se sobrevive en un espacio reducido. Adem¨¢s, la propaganda politicomedi¨¢tica ya se ocupa de que as¨ª sea. La percepci¨®n global de los problemas todav¨ªa es muy remota.
El ¨²ltimo estrago, el ¨²ltimo golpe a las conciencias, esconde los anteriores, y provocan incesantes desplazamientos de atenci¨®n y de ayuda. Esta din¨¢mica ocasiona un trato desigual y arbitrario (es decir, propio de los poderosos) de las v¨ªctimas, que no tienen el mismo valor si son del Primer o del Tercer Mundo, si son de zonas emergentes o de zonas condenadas. Si entramos en los conflictos que tienen que ver directamente con la acci¨®n del hombre, vemos por ejemplo que en Chechenia, en 10 a?os, se ha matado a tanta gente como el tsunami. Sin embargo, nadie ha hecho nada para evitarlo. Y no hablemos del Congo o de Darfour o de tantos otros conflictos, empezando por los que se dan en los mismos escenarios de la tragedia: Sri Lanka y Sumatra.
Es la incapacidad para organizar cierta gobernabilidad del mundo que hace necesarias las explosiones de solidaridad -sin ellas, la ayuda ser¨ªa probablemente inexistente- que por unos d¨ªas obligan a los gobernantes. Pero el car¨¢cter de estas explosiones es forzosamente ef¨ªmero y, a menudo, pone parches a un problema para agudizar otros. La gobernabilidad del mundo no es s¨®lo una cuesti¨®n de poder militar como piensa la potencia hegem¨®nica. El poder de ayuda forma parte de ella, y en este sentido me parece una iniciativa interesante que Europa cree una fuerza de intervenci¨®n humanitaria de urgencia. Europa podr¨ªa hacer de este poder una manera real de estar en el mundo. ?C¨®mo poner la gobernabilidad mundial bajo el signo del bienestar de todos sus habitantes? Esta es la cuesti¨®n que el tsunami deber¨ªa urgir. La compasi¨®n convertida en solidaridad espect¨¢culo es imprescindible para paliar algunas situaciones, pero es, al mismo tiempo, coartada para seguir sin afrontar los problemas de fondo. La izquierda deber¨ªa saber que si alg¨²n futuro tiene es en l¨®gica de pensamiento global, porque es a esta escala que se dan hoy las grandes contradicciones. Y s¨®lo pensando globalmente, podremos a?adir, como Voltaire, "la esperanza" a la jaculatoria del califa, al Dios al que adoraba. "Yo te aporto, oh! ?nico rey, ¨²nico ser ilimitado / Todo lo que t¨² no tienes en toda tu inmensidad; / Los defectos, los lamentos, los males y la ignorancia".
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