Lecciones de la imaginaci¨®n
Ahora que acaba de celebrarse el centenario del nacimiento de Alejo Carpentier, no puedo sino pensar en ¨¦l como el padre fundador de la imaginaci¨®n m¨¢gica en nuestra literatura, un aporte del Caribe al acervo de nuestra cultura hispanoamericana.
?D¨®nde sino en el Caribe de Carpentier habr¨ªa de aparecer Henri Christophe, el personaje de El reino de este mundo, antiguo cocinero de una fonda que pele¨® por la libertad de los esclavos y luego invent¨® el trono de Hait¨ª para coronarse rey? Un rey que lleg¨® a tener poder de vida y muerte sobre sus s¨²bditos, los antiguos esclavos que ¨¦l mismo hab¨ªa liberado, despu¨¦s de pasar a cuchillo a los colonos franceses, y que bajo su f¨¦rula volv¨ªan a ser lo mismo de siempre, esclavos. Una historia que no la magia, sino la realidad, sigue repitiendo incesantemente en Hait¨ª.
El rey Christopher hizo construir encima de las lejanas rocas de la cumbre del Gorro del Obispo la ciudadela de La Ferri¨¨re, cada bloque de piedras subido a lomo de sus s¨²bditos esclavos, y en el palacio de cantera rosada de Sans Souci estableci¨® su remedo de corte francesa con duques y marqueses que llevaban ahora las pelucas empolvadas de sus antiguos amos.
A las ventanas del palacio se asomaban damas coronadas de plumas, con el abundante pecho alzado por el talle demasiado alto de los vestidos de moda. En uno de los suntuosos salones ensayaba una orquesta de c¨¢mara. Los oficiales de casaca roja y bicornio, con espadas al cinto, parec¨ªan oficiales napole¨®nicos. "Negras eran aquellas hermosas se?oras, de firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a una fuente de tritones". Y aquel mundo maravilloso se vuelve inexplicable para Ti Noel, el antiguo esclavo, ya anciano, que lo est¨¢ viendo todo con ojos de asombro, y sobre cuya espalda los capataces van a encajar pronto una piedra para que la lleve, uno m¨¢s entre aquel hormiguero de esclavos, hasta la cumbre donde se construye la fortaleza de La Ferri¨¨re.
Cu¨¢nto tiene que ver la ambici¨®n de poder con estas fantasmagor¨ªas. Es que somos parte de una misma tramoya, im¨¢genes del mismo juego de espejos. Una gran olla en la lumbre, donde hierven ambiciones y delirios. Y otra vez la vieja pregunta acerca de la realidad y la imaginaci¨®n. En las p¨¢ginas de su otra novela memorable, El siglo de las luces, suena el clar¨ªn de una batalla, la batalla por los derechos del hombre que encandilar¨¢ la imaginaci¨®n de ese h¨¦roe confuso que es V¨ªctor Huges, comerciante de ultramarinos transfigurado en revolucionario.
La Revoluci¨®n Francesa viene a proclamar la abolici¨®n de todos los privilegios reales, y los de casta, a anunciar algo tan peligroso y disolvente como la abolici¨®n de la esclavitud. Y V¨ªctor Huges abolir¨¢ en Cayena y Guadalupe la esclavitud bajo el directorio, agente fiel de Robespierre, y la restablecer¨¢ sin parpadeos bajo el consulado, agente fiel de la restauraci¨®n. Lo que importa es el poder, no su color.
Las palabras que llevan a la acci¨®n, y la acci¨®n que contradice las palabras. No hay conciliaci¨®n posible. Lo aleg¨®rico para Carpentier es que las revoluciones son hechos hist¨®ricos que desbordan la suerte de los personajes. Un p¨¦ndulo que va y viene, de la luz hacia la oscuridad, repitiendo el mismo viaje desde siempre. El poder, que se vuelve contra los ideales. Las revoluciones que terminan en fracasos ¨¦ticos, y devoran a sus propios hijos, como Saturno. Es una lecci¨®n que todav¨ªa seguimos aprendiendo.
No libra Carpentier a las revoluciones de su sino tr¨¢gico. Las revoluciones son deidades mudas, como la guillotina embozada que V¨ªctor Huges trae a Am¨¦rica desde Francia, y que navega en las aguas del Caribe sobre la cubierta de un barco que ser¨¢ luego un barco fantasma. Nadie puede librar su cabeza de ese p¨¦ndulo con filo de guillotina que es el destino vestido con los ropajes del poder.
Ya hemos o¨ªdo muchas necedades acerca del fin de la historia, y Carpentier no iba a ser quien se adelantara a proclamar esas necedades. "Una revoluci¨®n no se discute, se hace", proclama V¨ªctor Huges. Pero para un novelista, que prueba no ser ingenuo, la repetici¨®n de la historia humana no termina con ninguna ideolog¨ªa, o con la imposici¨®n de un r¨¦gimen pol¨ªtico. Porque los seres humanos siguen siendo los mismos, nos advierte. V¨ªctor Huges, el palad¨ªn de los ideales libertarios, termina cazando con perros de presa por los montes a los esclavos que ¨¦l mismo hab¨ªa liberado.
?sta es una de las mejores lecciones de la imaginaci¨®n, dictada por la inclemente realidad, que Carpentier, nuestro padre fundador, real y maravilloso, nos deja como perdurable herencia literaria.
Sergio Ram¨ªrez es escritor nicarag¨¹ense
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