Cuando el optimismo es noticia
Como parte de un trabajo que estoy realizando sobre el temperamento optimista, se me ocurri¨® examinar superficialmente el trato que la prensa da al optimismo. Con ayuda de Internet y de una colega espa?ola, descubr¨ª con sorpresa que en 2004 el t¨¦rmino optimismo apareci¨® en todos los peri¨®dicos que examinamos con una frecuencia muy superior al pesimismo. Del 1 de enero al 31 de diciembre del a?o pasado, este diario imprimi¨® optimismo 736 veces, y pesimismo, s¨®lo 218; en The New York Times el optimismo gan¨® al pesimismo por 834 a 132; en El Mundo, por 1.576 a 609; en The Washington Post el resultado fue de 618 a 100; en Abc, de 595 a 154; en El Universal de M¨¦xico, de 424 a 70; en La Vanguardia, de 752 a 212, y en La Naci¨®n de Argentina, de 580 a 73.
Mi primera reacci¨®n de extra?eza se debi¨® a que, seg¨²n las normas que parecen gobernar la informaci¨®n period¨ªstica, el optimismo, a simple vista, no cualifica para noticia. Que yo sepa, hay dos reglas generales. Una es cualitativa y se basa en la consabida premisa de que las buenas noticias no son noticia. La segunda es cuantitativa y se fundamenta en la simple f¨®rmula de que cuanto m¨¢s alta sea la probabilidad de que algo ocurra, menos valor posee como noticia.
La disposici¨®n optimista se manifiesta en las tendencias a juzgar las cosas considerando sus aspectos m¨¢s favorables, y a confiar en que lograremos lo que deseamos. Los individuos optimistas, comparados con los pesimistas, hacen frente a los avatares de la vida con una actitud m¨¢s esperanzada y perseveran en situaciones dif¨ªciles con m¨¢s empe?o y seguridad. Son m¨¢s extrovertidos, de trato m¨¢s f¨¢cil, y tienen m¨¢s ¨¦xito en las relaciones sociales y en trabajos que requieren liderar, vender o competir, incluyendo la pol¨ªtica y los deportes. En resumen, la vida los trata mejor. La conexi¨®n positiva entre el talante optimista y la satisfacci¨®n con la vida en general ha sido demostrada en cientos de estudios, por lo que el optimismo no deber¨ªa ser noticia.
En cuanto a su frecuencia, es evidente que desde el amanecer de la humanidad el optimismo ha circulado a raudales, aunque s¨®lo haya sido porque sirve para practicar con ilusi¨®n el emparejamiento, para percatarse de los recursos del entorno y para resistir con esperanza los azotes del medio ambiente. Soy consciente de que esta hip¨®tesis nunca ha gozado de apoyo un¨¢nime, sobre todo entre fil¨®sofos. No cabe duda de que el planteamiento derrotista y deprimente de la existencia es el que ha privado en el mundo de las cavilaciones metaf¨ªsicas. "?Por qu¨¦ ser¨¢ que quienes han destacado en filosof¨ªa y en otras artes son individuos melanc¨®licos, afligidos por la enfermedad de la bilis negra?", se preguntaba Arist¨®teles en Problemas (350 a. C.). En mi peque?o mundo, durante varias d¨¦cadas he podido comprobar que si observamos sosegadamente a los dem¨¢s y les preguntamos sobre su forma particular de enfocar la vida, es f¨¢cil concluir que abundan los hombres y las mujeres de cualquier edad, estrato social y pa¨ªs que captan con facilidad el lado positivo de las cosas, que tienden a pensar que los problemas se solucionar¨¢n, y que incluso cuando son v¨ªctimas de serios reveses extraen de ellos alg¨²n provecho. Imagino que la perspectiva optimista es tan com¨²n porque forma parte del instinto de conservaci¨®n que llevamos en nuestro equipaje gen¨¦tico. El optimismo, por consiguiente, no cumple con el precepto que da prioridad en el noticiario a los eventos novedosos.
Hace unos d¨ªas tropec¨¦ inesperadamente con la posible clave del por qu¨¦ la visi¨®n optimista, pese a ser algo bueno y corriente, bajo ciertas condiciones fascina a los periodistas y a sus lectores. Me encontraba explicando a un grupo de estudiantes la relaci¨®n que existe entre el temperamento de las personas y la esperanza de vida. Para impresionarles, les mostr¨¦ un estudio publicado en la revista de la prestigiosa Cl¨ªnica Mayo (Minnesota). Los investigadores hab¨ªan medido el nivel de pesimismo de 839 voluntarios utilizando un test de personalidad, y treinta a?os m¨¢s tarde averiguaron qui¨¦n viv¨ªa y qui¨¦n no. Los resultados revelaron que, con independencia de la edad, del sexo y del nivel socioecon¨®mico, los individuos catalogados m¨¢s pesimistas tres d¨¦cadas antes ten¨ªan estad¨ªsticamente las m¨¢s altas probabilidades de estar muertos. Ante estos interesantes datos, sin embargo, mis alumnos se mantuvieron impasibles. No ve¨ªan nada ins¨®lito ni sugestivo en el hecho de que el pesimismo tuviese efectos t¨®xicos. Seguidamente les ense?¨¦ otro art¨ªculo cient¨ªfico en el que se demostraba que el temperamento optimista alarga la vida de enfermos graves de coraz¨®n, de c¨¢ncer, de esclerosis m¨²ltiple y de sida. Este art¨ªculo, por el contrario, s¨ª les llam¨® mucho la atenci¨®n. Despu¨¦s de dialogar un buen rato, llegamos a la conclusi¨®n de que el optimismo brilla solamente en las tragedias.
Es muy posible que en 2004 las actitudes optimistas fuesen m¨¢s noticia que las pesimistas porque resplandec¨ªan en un planeta ensombrecido por las desgracias. Para empezar, heredamos de 2003 una despiadada lista de calamidades: las mort¨ªferas guerras revanchistas de Irak y Afganist¨¢n; los encarnizados ajustes de cuentas en Oriente Pr¨®ximo; el hundimiento por corrupci¨®n de grandes empresas (Enron, Parmalat, WorldCom, Tyco) que arrastraron con ellas los ahorros de toda una vida de miles de familias; las secuelas conmovedoras de los abusos sexuales perpetrados por cientos de curas desalmados a m¨¢s de 10.500 ni?os (s¨®lo en EE UU); o los efectos devastadores del terremoto en Bam, Ir¨¢n, en el que perecieron unas 30.000 personas. Y nada m¨¢s comenzar 2004, el mundo fue convulsionado por nuevas atrocidades, como la masacre terrorista en los trenes de cercan¨ªas de Madrid; la matanza de cientos de almas inocentes por rebeldes en el sur de Tailandia y en Nigeria; las torturas de prisioneros iraqu¨ªes indefensos por soldados estadounidenses; los asesinatos y violaciones de cientos de miles de mujeres y ni?os por milicias en Sud¨¢n; los huracanes Iv¨¢n y Charley, que desolaron Cuba, Jamaica y Florida; los cientos de ni?os asesinados por terroristas chechenos en el colegio de Beslan; y el maremoto apocal¨ªptico en el golfo de Bengala, que cinco d¨ªas antes de Nochevieja se cobr¨® unas 150.000 vidas en el sureste de Asia.
Sospecho que a lo largo del aciago 2004, las noticias de optimismo no s¨®lo nos iluminaron en las tinieblas del dolor, la injusticia y la violencia, sino que se convirtieron en el signo m¨¢s seguro y esperanzador de que, un a?o m¨¢s, la humanidad lograr¨ªa superar la adversidad.
Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatr¨ªa de la Universidad de Nueva York.
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