Don Juan Tenorio
EL PA?S ofrece ma?ana, lunes, por 1 euro, la m¨ªtica obra teatral de Jos¨¦ Zorrilla
Es realmente extraordinario que en menos de 50 a?os se originen los que quiz¨¢ sean los cuatro mitos literarios fundamentales de la cultura europea: Fausto, Hamlet, Don Quijote y Don Juan. Fausto sale al escenario en un libro an¨®nimo alem¨¢n en 1587, si bien adquiere rango po¨¦tico en la obra de Christopher Marlowe La tr¨¢gica historia del doctor Fausto, de 1592; Shakespeare escribe Hamlet en 1601; Cervantes ve impreso El Quijote en 1605; finalmente, Tirso de Molina ultima El burlador de Sevilla aproximadamente en 1630. Las razones por las que Europa se dot¨® en un periodo tan breve de tiempo de prototipos tan importantes son discutibles, aunque sin duda participan todas ellas de la atm¨®sfera tensa y fecunda con que el renacimiento desemboc¨® en el barroco.
En cualquier caso, el poder de convocatoria de los cuatro h¨¦roes literarios es decisivo al tratar de entender el trayecto espiritual de la Europa moderna y a¨²n m¨¢s si advertimos la permanente transversalidad nacional y ling¨¹¨ªstica de las sucesivas reencarnaciones. Fausto, tras el periplo ingl¨¦s, retornar¨¢ a Alemania con Goethe y Thomas Mann. Un jud¨ªo de Praga, Kafka, expandir¨¢ como nadie las dudas hamletianas. En el otro extremo del territorio europeo, el pr¨ªncipe Michkin de El Idiota, de Dostoievski, ser¨¢ el mejor interlocutor de Don Quijote.
Sin embargo, ning¨²n mito literario iguala al de Don Juan en su trashumancia por pr¨¢cticamente todas las literaturas europeas. Hay, a este respecto, una exquisita coincidencia entre la materia prima y el destino del personaje: Don Juan, desde su primera aparici¨®n literaria, es un desarraigado radical que s¨®lo encuentra su raz¨®n de ser en una continua metamorfosis y en un permanente desplazamiento. Cierto que tambi¨¦n sus tres grandes compa?eros de aventura literaria -Fausto, Hamlet y Don Quijote- experimentan el desarraigo y la falta de conformidad con su lugar o ¨¦poca, pero ninguno como Don Juan siente la casi completa imposibilidad de asentamiento.
Desde su bautizo en la comedia de Tirso de Molina, todas las irrupciones donjuanescas se ven rodeadas por una mutabilidad permanente, fuera de la cual el personaje parece asfixiarse. Lo mismo que ya hiciera aqu¨¦l, en Don Juan Tenorio Jos¨¦ Zorrilla insiste en esta caracter¨ªstica central de su personaje, sea aludiendo a los constantes viajes realizados a la b¨²squeda de nuevas conquistas, sea mostr¨¢ndonoslo en un movimiento perpetuo de un sitio a otro, sin momento para el descanso o la calma.
Don Juan no conoce o no soporta la quietud porque, probablemente, en ella deber¨ªa estar un instante consigo mismo. Esto lo sit¨²a ante el abismo. Para librarse de ¨¦l recurre constantemente al nomadismo, a la burla, a la transformaci¨®n. Viajero impenitente y con frecuencia forzado, Don Juan escapa constantemente de toda situaci¨®n estable -patria, hogar, matrimonio- y se refugia en el b¨¢lsamo de la inestabilidad: nuevas mujeres, nuevos lances, nuevas regiones. Pero para hacer posible esta profesi¨®n de inconstancia necesita recurrir, m¨¢s que a la iron¨ªa, a la burla. Es un burlador que se enga?a enga?ando, aunque no sabemos si se divierte demasiado. Ni en Tirso ni en Zorrilla hay en su actitud un gran rendimiento l¨²dico. Mejora, en esta perspectiva, el personaje creado por Moli¨¨re y a¨²n m¨¢s el del libreto de Lorenzo da Ponte que sirve de base al Don Giovanni de Mozart.
En unos autores o en otros, Don Juan siempre se enmascara antes o despu¨¦s. La m¨¢scara es imprescindible porque para ¨¦l el mundo s¨®lo es habitable como mascarada, como baile de m¨¢scaras en el que se hace imprescindible desconocer qui¨¦n hay tras el disfraz. Aunque Zorrilla introduce la excepci¨®n final de do?a In¨¦s, con el fugaz desenmascaramiento del protagonista ante una presencia femenina, por lo general Don Juan, camuflado ¨¦l y camuflando a sus v¨ªctimas, prefiere ignorar la aut¨¦ntica personalidad de las mujeres a las que seduce o de los hombres a los que hiere. Como no puede ser de otra manera en alguien que concibe la vida como una fuga permanente, la existencia o es idealizadamente abstracta o descarnadamente concreta. Grandes palabras o grandes n¨²meros: proclamas de amor y de honor, demasiado altas para ser cumplidas, y listas del bot¨ªn, demasiado bajas para engrosar otro apartado que no sea el de la contabilidad.
Naturalmente, alguien que se mueve entre la ret¨®rica y la carnicer¨ªa tiene una dif¨ªcil aproximaci¨®n a la sabidur¨ªa del cuerpo. En consecuencia, Don Juan es un antisensual. Ni siquiera en sus m¨¢s ligeras interpretaciones, la de Moli¨¨re o la de Da Ponte, pese al maravilloso tono festivo de algunos momentos de la ¨®pera de Mozart, es capaz de mostrarse como un aut¨¦ntico gozador, al modo, por ejemplo, del doble de s¨ª mismo propuesto por Giacomo Casanova en sus Memorias. Don Juan no es un amador sino un contador de mujeres.
Hay que mirar la dimensi¨®n del h¨¦roe desde otro ¨¢ngulo. Como lujurioso, Don Juan acaba siendo puritano, como orgulloso f¨¢cilmente cae en la arrogancia, como valiente cede en exceso al oportunismo; pero, trastocando lo que se espera de ¨¦l, hay una grandeza subterr¨¢nea en ese errar sin fin, en ese destierro permanente, en la necesidad de buscar algo que quiz¨¢ no exista y que, desde luego, no se sabe lo que es. N¨¢ufrago en un naufragio interminable Don Juan, embozado siempre, alardea de su s¨®lida embarcaci¨®n. Hasta que se hunde en el infierno. O hasta que, con Zorrilla, se salva. Sospecho que este "punto de contrici¨®n que da a un alma la salvaci¨®n de toda una eternidad" alude al primer momento de descanso que tiene el pobre don Juan en toda su vida.
Babelia
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