La torre Agbar, emblema de Barcelona
Si una forma y una situaci¨®n singulares se justifican en la configuraci¨®n tan horizontal y de media altura de Barcelona es esta torre de formas redondeadas que se?ala la plaza de las Gl¨°ries. Visible sobre la ret¨ªcula del Ensanche, la torre Agbar emerge en el punto neur¨¢lgico de la ciudad y significa el hito de este vac¨ªo y nudo de conexiones. Casi terminadas las obras a finales del 2004, la inmobiliaria Layetana ha traspasado el edificio a su cliente, la Sociedad Agbar, que a mediados de 2005 finalizar¨¢ el interiorismo y el acondicionamiento.
Desde el mito de la torre de Babel y las torres medievales hasta los rascacielos fantasiosos irrealizables, cada ciudad ha pasado por la necesidad de tantear el l¨ªmite imposible de la altura. En su novela El arquitecto de los hielos (1995), el escritor franc¨¦s Marc Petit narra la relatividad del inicio de la l¨ªnea del cielo; c¨®mo cada animal, persona o ciudad lo ve desde un punto de vista distinto. La l¨ªnea imaginaria del comienzo del cielo var¨ªa enormemente: "Siempre el cielo empieza all¨ª donde llega la torre".
En este caso, la tipolog¨ªa gen¨¦rica del rascacielos se ha intentado contextualizar con referencias locales -las geometr¨ªas org¨¢nicas de Antoni Gaud¨ª y las rocas erosionadas de Montserrat- y con met¨¢foras -la forma de un g¨¦iser, la textura del agua-. Al mismo tiempo, la torre Agbar pertenece a la sistem¨¢tica evoluci¨®n de la arquitectura de Jean Nouvel y constituye una versi¨®n reducida y pulida de la Tour sans fin, pensada para la D¨¦fense de Par¨ªs (1989-1994). En su territorializaci¨®n, el proyecto de Nouvel se inspira en el rascacielos que supuestamente dibuj¨® Antoni Gaud¨ª en 1908 para unos ricos empresarios hoteleros de Nueva York, el hotel Attraction, el que su disc¨ªpulo Joan Matamala redibuj¨® en 1956, y el que Rem Koolhaas rescat¨® y public¨® en 1978 en su m¨ªtico libro Delirious New York, que todo arquitecto culto conoce.
Un juego aleatorio de ventanas convierte la fachada continua en una especie de ajedrez electr¨®nico. Este atractivo tablero de luces en el muro cil¨ªndrico de hormig¨®n est¨¢ calculado a partir de unos criterios de distribuci¨®n e iluminaci¨®n natural que, seg¨²n el ¨¢baco solar de Barcelona, sit¨²an m¨¢s ventanas en el lado norte y menos en el sur, para poder tener una luz uniforme.
Pero si de lejos la torre deslumbra, de cerca decepciona. Por su ambig¨¹edad estructural, porque no se han sabido continuar en la c¨²pula las directrices verticales de la torre y, sobre todo, por la tan deficiente y abrupta entrega con la ciudad, con el nivel de la calle, con unas aceras, suelos, barandillas y marquesinas totalmente ineptos.
Por su altura y porque el volumen cil¨ªndrico act¨²a a la vez como fachada y como soporte, estructuralmente es de una enorme complejidad. Los grupos de ventanas predominan a veces all¨ª donde la estructura perimetral debe resistir m¨¢s. Por tanto, ha sido necesario inventar un sofisticado sistema estructural en forma de cruz que sea a la vez estructura y marco de las ventanas. Todo ello hace que la estructura sea un h¨ªbrido: estructura portante de hormig¨®n armado en todo el cuerpo del edificio, que tiene forma el¨ªptica pero que, sin embargo, utiliza vigas tradicionales formando el forjado, y estructura met¨¢lica en el remate: una c¨²pula acristalada y redondeada que roza las nubes.
Pero una vez en su interior, el edificio recobra su sentido espectacular: ser la mejor atalaya. Predomina una planta libre, con el n¨²cleo exc¨¦ntrico de ascensores e instalaciones, una superficie media de unos 1.100 metros cuadrados y una altura ¨²til bastante baja. En este espacio comprimido como un s¨¢ndwich, la luz natural entra por las ventanas cuadradas, que se convierten en cientos de visores que enmarcan las mejores vistas. En el proyecto y puesta en obra se ha hecho un esfuerzo especial para que, mediante el recubrimiento de la chapa de colores, se genere la policrom¨ªa de reflejos y vibraciones de la fachada, y, al mismo tiempo, para que la luz natural penetre en el interior de la manera m¨¢s efectiva, dram¨¢tica y cinematogr¨¢fica posible.
La torre Agbar se erige como monumento a la ambig¨¹edad contempor¨¢nea. Emerge, pero sus formas curvas quieren desvanecerse. Es vertical, pero se quiere hecha de masa fluida, como si fuera un g¨¦iser a presi¨®n, permanente y dosificada; con una superficie que, evocando el agua, quiere ser lisa, continua y vibrante. Es el t¨ªpico objeto moderno aislado, que celebra su autonom¨ªa y prepotencia, pero, al mismo tiempo, se pretende camuflar y desmaterializar tras una cortina de efectos ¨®pticos, reflejos y brillos, transparencias y velos.
Un rascacielos que es como las gigantescas columnas celebrativas de los romanos, coronadas por capiteles y envueltas por narraciones helicoidales de batallas; como las enroscadas columnas barrocas o las chimeneas de la industria; como el proyecto de rascacielos en forma de columna d¨®rica que propuso Adolf Loos para el concurso del Chicago Tribune en 1922, sobre la base de un gran mausoleo escalonado. Y la semejanza al ¨®rgano sexual masculino o a un gigantesco supositorio la convierte en una torre inquietante, que eleva un deseo latente.
Inevitablemente h¨ªbrida, esta gruesa y gigantesca columna culminada por una c¨²pula corona una Barcelona cada vez m¨¢s globalizada y an¨®nima, gen¨¦rica y cosmopolita. En el horizonte de su perfil al mar, sobre el llano construido, resplandece este rascacielos puntillista, emblema de nuestra condici¨®n actual: ambigua, reencantada y amn¨¦sica.
Josep Maria Montaner es arquitecto.
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