La Am¨¦rica de Bush
Comienza la nueva era de George W. Bush, su segundo mandato como presidente de Estados Unidos. ?Qu¨¦ pas¨®? ?sa es la pregunta que se hacen todav¨ªa muchos de los que votaron a John Kerry en las elecciones del pasado noviembre y, aunque la respuesta tiene muchas caras, pueden esbozarse algunas explicaciones, los escenarios en que Bush fund¨® su victoria:
1. El sur. Los dem¨®cratas no fueron capaces de ganar en ning¨²n Estado del sur. John Edwards, el candidato a la vicepresidencia que acompa?aba a Kerry, ni siquiera pudo ganar en el suyo, Carolina del Norte. Desde Franklin Delano Roosevelt a Bill Clinton, pasando por John Fitzgerald Kennedy, todos los grandes presidentes dem¨®cratas del siglo XX basaron una buena parte de su poder en el sur. Las cosas han cambiado sustancialmente en los ¨²ltimos a?os. Al Gore perdi¨® en las elecciones de 2000 en su Estado, Tennessee, y aunque es verdad que un ama?o electoral le arrebat¨® la victoria en Florida, no consigui¨® superar a Bush en ning¨²n Estado del sur. Los dem¨®cratas no tienen ahora l¨ªderes que vengan de los Estados sure?os y, si siguen as¨ª, tardar¨¢n en volver a la Casa Blanca. En el sur ve¨ªan a Kerry como el t¨ªpico liberal, es decir, de izquierdas, con apoyos entre los intelectuales, universitarios y el mundo libertino y amoral de los artistas de Hollywood. Esa falta de apoyo en el sur volver¨ªa a ser un obst¨¢culo casi insalvable para Hillary Clinton. Podr¨¢ resultar una magn¨ªfica candidata, pero en el profundo sur no la quieren.
2. La religi¨®n. Si hacemos caso a notables especialistas, la religi¨®n tiene una presencia esencial en la sociedad norteamericana, algo dif¨ªcil de comprender hoy en Europa occidental. La religi¨®n ha estado presente en todos los grandes acontecimientos de la historia de Estados Unidos, pero ahora ha reverdecido con una fuerza insospechada. Cada d¨ªa se cierran y se abren nuevas iglesias, los contribuyentes dan su dinero a predicadores que en la vieja Europa pasar¨ªan por farsantes. Los conservadores protestantes se movilizaron a favor de Bush, pero tampoco los cat¨®licos le dieron la espalda. Es la uni¨®n de la pol¨ªtica y la religi¨®n, donde se espera que el presidente sea un hombre de fe que conduzca por el buen camino a los ciudadanos. Dicen esos mismos especialistas que podr¨ªa en el futuro haber un presidente negro, podr¨ªa llegar alguna mujer a la presidencia, pero que lo que los norteamericanos nunca tendr¨¢n es un presidente agn¨®stico o ateo.
3. Los valores. Corren malos tiempos para la defensa de una sociedad plural. Los dem¨®cratas son, a los ojos de los millones de ciudadanos que se autoproclaman conservadores, quienes defienden el aborto y quieren los matrimonios de homosexuales. Aparentemente, cosas nimias comparadas con la marcha de la econom¨ªa o la llamada guerra contra el terrorismo. Pero si atendemos a lo que muchos de los votantes de Bush declararon tras su victoria, esa defensa de los valores tradicionales, representada por Bush y su religi¨®n, pes¨® notablemente en el resultado final salido de las urnas.
4. La patria. Porque hablando de valores, ¨¦se es uno con may¨²scula. Bush hizo del patriotismo el primer valor de muchos norteamericanos para hacer frente al terrorismo y, con el patriotismo como bandera, se lanz¨® a la guerra contra Sadam Husein. Es el mito y realidad de la uni¨®n de los norteamericanos, de la unidad frente a cualquier enemigo externo. El patriotismo difumina las diferencias sociales y raciales y construye una identidad colectiva, el pueblo norteamericano, que declara su lealtad al presidente como jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Es lo que le dec¨ªa Bush a Kerry una y otra vez en los debates de la campa?a electoral: que, dada su trayectoria y falta de coherencia, no pod¨ªa ser fiable como "comandante" supremo de las fuerzas armadas.
?Qu¨¦ pasar¨¢ ahora? Irak, el conflicto en Oriente Medio y la guerra contra el terrorismo seguir¨¢n definiendo una buena parte de la pol¨ªtica exterior de Bush, quien ha prometido emprender al mismo tiempo una reforma radical de los planes de pensiones, lo que supondr¨¢ en la pr¨¢ctica desmontar una buena parte de los servicios sociales p¨²blicos. Bush se ha rodeado para llevar su causa a buen puerto de gente que promete mano dura frente al terrorismo y frente a los enemigos externos e internos. Gente dura y blindada por su procedencia. Es el caso de Alberto Gonzales, un hispano al que Bush ya le abri¨® la Casa Blanca en su primera legislatura, y sobre todo de Condoleezza Rice, nueva secretaria de Estado, la mejor demostraci¨®n, dicen algunos, de la sensibilidad de Bush hacia las minor¨ªas. En realidad, piensan otros, su condici¨®n de mujer, negra y de formaci¨®n cat¨®lica hace que sus cr¨ªticos y enemigos se lo piensen dos veces antes de atacarle.
Toda esa estrategia de Bush puede sufrir, obviamente, serios reveses, si la situaci¨®n en Irak sigue deterior¨¢ndose, si la econom¨ªa empeora y si la arremetida contra los derechos civiles y democr¨¢ticos supera los l¨ªmites del primer mandato. Es probable entonces que algunos de esos mitos construidos en torno al patriotismo y al jefe supremo dejen paso a las protestas contra las pol¨ªticas reaccionarias y la guerra. Har¨¢ falta, no obstante, alguna cat¨¢strofe porque Bush tiene el aire y la historia de cara y los millones de estadounidenses que le apoyan respiran, pese a las persistentes secuelas del 11 de septiembre de 2001, autocomplacencia y optimismo. Un 30% de la poblaci¨®n declara estar entre el 10% m¨¢s rico de la sociedad y esos mismos ciudadanos creen que en su pa¨ªs no hay pobres. Optimismo y arrogancia. El rostro risue?o de Bush lo dice todo. A quienes no r¨ªan sus gracias les esperan a?os dif¨ªciles. A los dem¨®cratas, un largo desierto.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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