Un poquito de humanidad
FRANCAMENTE, no me esperaba este desprecio. No me lo merezco. Me paso la semana trabajando como una afroamericana, o como una negra, como se dec¨ªa con Franco, y yo os pregunto: ?esto es lo que recibo a cambio? O sea, que me escribo un articulazo la semana pasada, estando como estaba con un dolor de barriga que me ten¨ªa tan doblada que me tuve que poner el ordenador en el suelo; o sea, que me monto toda una pel¨ªcula haci¨¦ndome la graciosilla en la que hablaba de mi ya c¨¦lebre doctor McDougall, de su belleza afroamericana, de c¨®mo me recomend¨® (con esos ojazos, que parecen soles) que dejara la bebida, de c¨®mo me turb¨® cuando me tocaba el abdomen con esos dedos de dos colores que tienen los negros, unos dedos que puestos a la tarea, ay, deben conseguir prodigiosos resultados; o sea, que les cuento, sin caer en la escatolog¨ªa f¨¢cil, algunos detalles de mi conversaci¨®n con McDougall sobre mis movimientos intestinales (que es un tema bastante tab¨² entre los columnistas espa?oles); o sea, que de alguna forma me estoy dando toda, sin tapujos, sin m¨¢scaras, poniendo sobre el tapete mis miserias; o sea, que en mi af¨¢n de ser siempre una lentejuela (como dir¨ªa Arcadi Espada) adorno mi pieza period¨ªstica con detalles sobre el poll¨®n Vidal, y perd¨®nenme el t¨¦rmino, pero es que lo de Vidal no es un pene, son quince, y quince penes forman un poll¨®n, se ponga la Defensora del Lector; o sea, que me escribo todo un art¨ªculo presuntamente humor¨ªstico para dejar caer en la ¨²ltima frase que esta semana el doctor McDougall me hac¨ªa una endoscopia, y a la gente mi salud le importa un pimiento. Era una forma de lanzar un SOS, de decir que detr¨¢s de este cascabelillo hay una mujer que sufre, una mujer que tiene un intestino grueso (como todo el mundo, no es que yo lo tenga m¨¢s grueso que los dem¨¢s), y uno delgado, y un tr¨¢nsito complicado del bolo alimenticio. Y lo alucinante es que este art¨ªculo, escrito desde la desesperaci¨®n, ha provocado una fuerte respuesta en los lectores, pero, ay, no la que yo esperaba. Me han escrito diez mujeres y seis hombres. Las cartas de las mujeres eran bastante parecidas: me dec¨ªan si es dif¨ªcil conseguir cita con McDougall; una de ellas, la escritora Empar Moliner, me dec¨ªa incluso: "Todas pasamos la vida buscando un McDougall"; hab¨ªa otra que me escrib¨ªa desde aqu¨ª mismo, desde Nueva York, una chica que trabaja en Bolsa, superpreparada, que me dec¨ªa que, si bien era cierto que en el sex shop de la Sexta no ten¨ªan el poll¨®n Vidal, s¨ª que lo ten¨ªan en uno de la calle 10, y que se hab¨ªa permitido la confianza de dej¨¢rmelo apartado con una peque?a se?al a mi nombre, porque, seg¨²n palabras de esta joven financiera: "Hay que darse prisa, te las quitan de las manos". Recib¨ª una llamada de Loles Le¨®n para decirme que se lo mande por correo certificado porque dijo que no se f¨ªa de que por el camino se la levante alg¨²n cartero, que el mundo del correo postal est¨¢ muy desesperado. Estuvimos hablando un buen rato sobre la utilidad que se le puede dar a un poll¨®n de esas caracter¨ªsticas. No es el que ustedes piensan: enfermos, que son ustedes unos enfermos; porque tanto Loles como yo estuvimos de acuerdo en que con esos miembros tan grandes no se llega a ning¨²n sitio, que corresponden m¨¢s al imaginario gay que al de las mujeres de rompe y rasca, como nosotras. Yo le dije a Loles que est¨¢ bien tener dicho souvenir para pon¨¦rselo a un amigo que venga a cenar a casa. Le pones un plato con una campana de esas que ponen en los restaurantes finos y, cuando le levantas la campana, el amigo se encuentra la reproducci¨®n de Vidal con un arroz al curry. Los hombres tambi¨¦n me escribieron. Sobre todo para preguntarme si mi santo no se enfada cuando hablo de miembros ajenos. Qu¨¦ antiguos que son los hombres, Dios m¨ªo. Y eso que los que a m¨ª me leen se supone que ya han pasado una criba. Me escribi¨® un cient¨ªfico malague?o muy majo, que vive en Wisconsin, el pobre, diciendo que ¨¦l piensa que un poll¨®n de tal envergadura precisa un bombeo de sangre colosal y nunca consigue una erecci¨®n al nivel deseado. Y le contest¨¦: "No te equivoques, que a m¨ª las cosas tan grandes me dan repeluco". Es que el hombre me lo dec¨ªa como si yo estuviera haciendo una defensa cerrada de dicho tama?o. Y para nada. Tambi¨¦n me llam¨® mi hijo: dijo que ¨¦l no hab¨ªa le¨ªdo mi art¨ªculo (no los lee porque dice que para qu¨¦ llevarse un mal rato y por salud mental), pero que en la Facultad le preguntaron si no ser¨¢ que paso mucho tiempo sola en Nueva York. Me llam¨® mi padre, pero no me coment¨® nada. Silencio administrativo. A mi padre s¨®lo le parecen buenos los art¨ªculos en los que sale ¨¦l, aparte de que ese tipo de referencias sexuales le parecen m¨¢s propias de Malena Gracia, a la que admira como persona f¨ªsica, pero no como escritora. Pero lo que me dej¨® desconsolada, como lo siento lo digo, es que nadie me pregunt¨® por mi endoscopia. Y yo pregunto: ?es tan dif¨ªcil un poquito de humanidad?, ?es tan dif¨ªcil preguntar: t¨ªa, qu¨¦ te ha dicho McDougall?, ?es que s¨®lo se puede pensar en el doctor McDougall a nivel sexo? Eso pensaba yo cuando McDougall, con sus dedos bicolores, me inyect¨® la anestesia. Cuando despert¨¦, el doctor McDougall a¨²n estaba ah¨ª. Con esos ojazos dijo: tiene hernia de hiato. Y a?adi¨®: "La semana que viene ?le hacemos la colonospia!". Y yo pens¨¦: ay, doctor McDougall, si usted supiera que all¨¢ en Espa?a es un icono sexual. Queridos lectores: lo de la colonoscopia vamos a obviarlo, por favor, que se da al chiste f¨¢cil, y no es mi rollo.
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