'Grupos de acci¨®n' para eliminar terroristas
El presidente Bush ha autorizado operaciones clandestinas en Yemen, Argelia, Sud¨¢n, Siria y Malaisia
A finales de noviembre de 2004, el Times cont¨® que Bush hab¨ªa establecido un grupo interdepartamental para estudiar si "lo m¨¢s conveniente para la naci¨®n" era dar al Pent¨¢gono el control absoluto de la unidad paramilitar de ¨¦lite de la CIA, que lleva d¨¦cadas actuando de forma clandestina en lugares de conflicto de todo el mundo. Las conclusiones del grupo se publicar¨¢n en febrero, pero ya se pueden predecir, en opini¨®n de muchos ex funcionarios de la CIA. "Da la impresi¨®n de que lo van a hacer", dice Howard Hart, que fue jefe de la Divisi¨®n de Operaciones Paramilitares de la CIA hasta su jubilaci¨®n, en 1991.
Hay otras pruebas de que el Pent¨¢gono est¨¢ extendiendo su influencia. Dos ex agentes secretos de la CIA, Vince Cannistraro y Philip Giraldi, que publican Intelligence Brief, un bolet¨ªn para clientes del sector, informaban el mes pasado sobre la existencia de un amplio decreto presidencial sobre antiterrorismo que autorizaba al Pent¨¢gono a "actuar de forma unilateral en una serie de pa¨ªses en los que existe la percepci¨®n de una amenaza terrorista clara y visible... Varios de esos pa¨ªses son amigos de EE UU e importantes socios comerciales. En su mayor¨ªa, han colaborado en la guerra contra el terrorismo". Los dos ex agentes enumeran algunos: Argelia, Sud¨¢n, Yemen, Siria y Malaisia.
Rumsfeld formar¨¢ parte de la cadena de mando cuando intervengan las fuerzas especiales
La Casa Blanca consolid¨® el mes pasado su control sobre los servicios de espionaje
En 2004 se realizaron unas cuantas operaciones encubiertas de prueba
Giraldi, que estuvo tres a?os en los servicios militares de inteligencia antes de entrar en la CIA, dice que le preocupa el aumento de actividades encubiertas del Ej¨¦rcito. "No me parece que puedan manejar bien el secreto", explica. "Necesitan tener una mentalidad distinta. Necesitan hacerse cargo de nuevos papeles, introducirse en culturas diferentes, aprender c¨®mo piensa la gente. Cuando uno entra en un pueblo y empieza a disparar, todo eso no importa", a?ade. "Pero, cuando se trata de operaciones en las que cuenten la sutileza y la sensibilidad, el Ej¨¦rcito no puede hacerlo. Por eso es por lo que esas operaciones se dirig¨ªan siempre desde la agencia".
Rumsfeld y dos de sus principales colaboradores, Stephen Cambone -subsecretario de Defensa encargado de los servicios de inteligencia- y el teniente general del Ej¨¦rcito William G. (Jerry) Boykin, van a formar parte de la cadena de mando para las nuevas operaciones con comandos. Un asesor del Pent¨¢gono me ha asegurado que ya se ha informado a los principales miembros de los comit¨¦s de inteligencia del Senado y la C¨¢mara sobre la expansi¨®n del papel del Departamento de Defensa en las actividades de espionaje, pero no sabe hasta d¨®nde han llegado las informaciones. "Me perturba la idea de actuar sin la supervisi¨®n del Congreso", dice el asesor del Pent¨¢gono.
Las dudas legales sobre el derecho del Pent¨¢gono a realizar operaciones secretas sin informar al Congreso no est¨¢n resueltas a¨²n. "Es un ¨¢rea muy difusa", dice Jeffrey H. Smith, graduado de West Point y asesor jur¨ªdico de la CIA a mediados de los a?os noventa. "El Congreso cree que ha aprobado la inclusi¨®n de todas las actividades secretas llevadas a cabo por las Fuerzas Armadas. Pero el Ej¨¦rcito dice: 'No, lo que hacemos nosotros no son acciones de espionaje seg¨²n el estatuto, sino medidas militares necesarias, autorizadas por el presidente como comandante en jefe, para 'preparar el campo de batalla". En referencia a cuando estaba en la agencia, Smith a?ade: "Siempre ten¨ªamos cuidado de no emplear las Fuerzas Armadas en una operaci¨®n secreta sin un decreto presidencial. El Gobierno de Bush ha adoptado una postura mucho m¨¢s agresiva".
Seg¨²n me han dicho, con la nueva estrategia de Rumsfeld, los agentes militares estadounidenses estar¨ªan autorizados a hacerse pasar en el extranjero por corruptos hombres de negocios en busca de art¨ªculos de contrabando para utilizarlos en sistemas de armamento nuclear. En ciertos casos, seg¨²n los asesores del Pent¨¢gono, se podr¨ªa recurrir a ciudadanos locales y pedirles que se introdujeran en grupos guerrilleros o terroristas, incluso con la posibilidad de organizar y realizar operaciones de combate o incluso actos de terrorismo. Seguramente, me explicaba el asesor del Pent¨¢gono, algunas de estas actividades se llevar¨¢n a cabo en pa¨ªses en los que existe una misi¨®n diplom¨¢tica estadounidense, con un embajador y un jefe local de la CIA, que no tendr¨ªan por qu¨¦ estar al tanto, de acuerdo con la interpretaci¨®n que hace el Pent¨¢gono de la obligaci¨®n de informar.
Las nuevas normas permitir¨¢n que las fuerzas especiales creen lo que denominan grupos de acci¨®n en los pa¨ªses especificados, con el fin de descubrir y eliminar organizaciones terroristas. "?Se acuerda de los escuadrones de la muerte en El Salvador?", me pregunta el antiguo responsable de servicios de inteligencia: las bandas dirigidas por militares que tantas atrocidades cometieron a principios de los a?os ochenta. "Nosotros los fundamos y los financiamos", dice. "Ahora, el objetivo es reclutar a habitantes locales en cualquier ¨¢rea que deseemos. Y sin decirle nada al Congreso".
Uno de los argumentos para emplear estas t¨¢cticas quedaba claro en una serie de art¨ªculos de John Arquilla, profesor de an¨¢lisis de la defensa en la Escuela Naval de posgrado de Monterey, California, y asesor de Rand Corporation en materia de terrorismo. "Para luchar contra una red hace falta otra red", escrib¨ªa en un art¨ªculo publicado hace poco en The San Francisco Chronicle: "Cuando las operaciones militares convencionales y los bombardeos no fueron suficientes para derrotar a los rebeldes Mau Mau de Kenia en los a?os cincuenta, los brit¨¢nicos crearon unos grupos con miembros de la tribu Kikuyu que fing¨ªan ser terroristas. Aquellos pseudogangs pusieron r¨¢pidamente a los Mau Mau a la defensiva, a base de trabar amistad con grupos de combatientes y tenderles emboscadas, o de guiar a los bombarderos hasta los campamentos terroristas. Lo que funcion¨® en Kenia hace medio siglo tiene muchas posibilidades de minar la confianza y la capacidad de convocatoria de las redes del terror actuales. Formar nuevos pseudogangs no deber¨ªa resultar dif¨ªcil".
El a?o pasado se realizaron unas cuantas operaciones encubiertas de prueba, me dice un asesor del Pent¨¢gono, y se "acorral¨®" a una c¨¦lula terrorista en Argelia con ayuda estadounidense. El asesor se refiere, por lo visto, a la captura de Ammari Saifi, conocido como Abderrezak le Para, jefe de una red terrorista norteafricana, afiliada a Al Qaeda. Sin embargo, al acabar el a?o, no hab¨ªa acuerdo dentro del Departamento de Defensa sobre las normas de actuaci¨®n.
Seg¨²n un general de cuatro estrellas retirado, "la idea b¨¢sica siempre ha sido s¨®lida, pero ?c¨®mo se garantiza que la gente que lleve a cabo las operaciones vaya a actuar dentro de los m¨¢rgenes de la ley? Esto es llevar las cosas muy al l¨ªmite". Y a?ade: "Se trata de supervisar. Y no vamos a conseguir que Warner [John Warner, senador por Virginia y presidente del comit¨¦ de Fuerzas Armadas del Senado] y los dem¨¢s se encarguen de supervisar. Todo recae en el cuarto piso". Quiere decir el piso del Pent¨¢gono en el que se encuentran los despachos de Rumsfeld y Cambone.
El Pent¨¢gono ya ha intentado sortear las limitaciones a las operaciones encubiertas en otras ocasiones. A principios de los ochenta, se cre¨® una unidad secreta del Ej¨¦rcito con permiso para actuar en el extranjero bajo una supervisi¨®n m¨ªnima. Los resultados fueron desastrosos. El programa de Operaciones Especiales, en un principio, se llam¨® Actividades de Apoyo a los servicios de Inteligencia (sus siglas en ingl¨¦s son ISA), y estaba dirigido desde una base pr¨®xima a Washington, igual que, posteriormente, Zorro Gris. Se cre¨® poco despu¨¦s del rescate fallido, en abril de 1980, de los rehenes estadounidenses en Ir¨¢n, retenidos por estudiantes revolucionarios tras la ca¨ªda del r¨¦gimen del sha a manos de los islamistas. Al principio, la unidad fue un secreto para muchos de los principales generales y dirigentes civiles del Pent¨¢gono, as¨ª como para muchos miembros del Congreso. Durante la guerra de la Administraci¨®n de Reagan contra el Gobierno sandinista se despleg¨® en Nicaragua. Se dedic¨® fundamentalmente a apoyar a la Contra. Sin embargo, a mediados de los ochenta, las operaciones de la ISA se vieron recortadas y varios de sus oficiales sometidos a consejo de guerra tras una serie de esc¨¢ndalos financieros, que en algunos casos inclu¨ªan compraventa de armas. El caso recibi¨® el nombre de el esc¨¢ndalo de Yellow Fruit por el nombre en clave de una de las organizaciones encubiertas de la ISA, y, en muchos aspectos, los m¨¦todos del grupo prepararon el terreno para el esc¨¢ndalo Ir¨¢n-Contra.
Pese a la controversia en torno a Yellow Fruit, el Ej¨¦rcito mantuvo intacta la ISA como unidad secreta. "Pero la sometimos a numerosas restricciones", cuenta el segundo asesor del Pent¨¢gono. "En ISA, hab¨ªa que obtener una orden especial para ir a 70 kil¨®metros de distancia. Y hab¨ªa algunas ¨¢reas, como L¨ªbano, a las que no pod¨ªan ir". El asesor reconoce que las operaciones actuales son similares a las de hace 20 a?os, con parecidos riesgos y, en su opini¨®n, parecidas razones para asumir esos riesgos. "Lo que les impuls¨®, en el caso de Yellow Fruit, fue que no ten¨ªan informaciones sobre Ir¨¢n", dice. "No sab¨ªan nada de Teher¨¢n y no ten¨ªan a nadie, sobre el terreno, que pudiera preparar el campo de batalla".
La decisi¨®n de Rumsfeld de recuperar estos m¨¦todos nace, tambi¨¦n ahora, de un fallo de los servicios de inteligencia en Oriente Pr¨®ximo, dice el asesor. El Gobierno cree que la CIA no supo o no quiso proporcionar al Ej¨¦rcito la informaci¨®n que necesitaba para hacer frente a un terrorismo sin Estado. "Uno de los grandes problemas fue que no ten¨ªamos los recursos humanos necesarios para reunir informaciones en las zonas habitadas por los terroristas", explica el asesor. "Como la CIA aseguraba que controlaba los medios humanos de reunir informaci¨®n, la ¨²nica forma de sortear la situaci¨®n era afirmar que la agencia no utilizaba dichos medios para apoyar las operaciones de las fuerzas especiales en el extranjero. La CIA se opuso". Al hablar de la nueva autoridad de Rumsfeld sobre las operaciones secretas, el primer asesor del Pent¨¢gono dice: "No se trata de dar m¨¢s poder a los servicios militares de inteligencia. Se trata de quit¨¢rselo a la CIA".
Un antiguo cargo de la CIA dice que su declive era previsible. "Durante a?os, la agencia hizo lo imposible para integrarse y coordinarse con el Pent¨¢gono. Cedimos una y otra vez, y nos dieron lo que nos merec¨ªamos. Es evidente que, en la actualidad, el Pent¨¢gono es un gorila de 250 kilos y el director de la CIA es un chimpanc¨¦".
Tambi¨¦n hubo presiones de la Casa Blanca. Un ex agente de los servicios clandestinos de la CIA me cuenta que, en los meses posteriores a la dimisi¨®n del director de la agencia, George Tenet, en junio de 2004, la Casa Blanca empez¨® a "llenar de cr¨ªticas" a los analistas de la Direcci¨®n de Inteligencia (DI) de la CIA y exigi¨® "ver m¨¢s apoyo a la posici¨®n pol¨ªtica del Gobierno". El sucesor de Tenet, Porter Goss, emprendi¨® lo que el funcionario de la CIA reci¨¦n retirado califica de "purga pol¨ªtica en la DI". Entre los blancos estaban veteranos analistas que hab¨ªan escrito documentos en los que expresaban su desacuerdo y que hab¨ªan llegado a la Casa Blanca. El agente reci¨¦n retirado dice: "La Casa Blanca revis¨® minuciosamente los an¨¢lisis pol¨ªticos de la DI para poder diferenciar a los ap¨®statas de los verdaderos creyentes". Algunos analistas importantes de la DI han presentado su dimisi¨®n, de forma discreta y sin revelar hasta d¨®nde llega la confusi¨®n.
La Casa Blanca consolid¨® su control sobre los servicios de inteligencia el mes pasado, cuando impuso cambios de ¨²ltima hora en el proyecto de ley para la reforma de estas actividades. La legislaci¨®n, basada fundamentalmente en las recomendaciones de la Comisi¨®n del 11-S, hab¨ªa empezado por dar amplios poderes -incluida la autoridad sobre los gastos en materia de informaci¨®n- a un nuevo director de inteligencia nacional (el Pent¨¢gono controla aproximadamente el 80% del presupuesto de inteligencia.) El Senado aprob¨®, por 96-2, un proyecto de reforma. Sin embargo, antes de que votara la C¨¢mara de Representantes, Bush, Cheney y Rumsfeld se plantaron. La Casa Blanca apoy¨® p¨²blicamente la ley, pero el presidente de la C¨¢mara, Dennis Hastert, se neg¨® a someter a votaci¨®n una nueva versi¨®n del proyecto de ley; aparentemente, era un desaf¨ªo al presidente, pero la opini¨®n general en el Congreso fue que hab¨ªan delegado en Hastert para que retuviera el texto. Despu¨¦s de numerosas presiones de la Casa Blanca y del Pent¨¢gono, se reescribi¨® el borrador. La ley aprobada por el Congreso reduce enormemente el poder del nuevo director, con el argumento de dejar que el secretario de Defensa conserve sus "responsabilidades estatutarias". Fred Kaplan, en la publicaci¨®n digital Slate, cont¨® los verdaderos motivos de la acci¨®n de Hastert y cit¨® a un ayudante de un congresista que estaba asombrado por c¨®mo los representantes de la Casa Blanca hab¨ªan aplastado la ley aprobada en el Senado y hab¨ªan presentado "todo tipo de rid¨ªculas razones por las que era inaceptable".
"El plan de Rummy era obtener un acuerdo en el proyecto de ley por el que el Pent¨¢gono saliera ganando y la CIA perdiendo", dice el ex alto funcionario de inteligencia. "As¨ª, todas las piezas del puzzle encajan. Tiene autoridad sobre las acciones encubiertas que no es imputable y la capacidad de controlar directamente los elementos de la inteligencia nacional, incluidos los numerosos sat¨¦lites constantemente situados en ¨®rbitas sobre la tierra".
"Rumsfeld ya no tendr¨¢ que someter nada al aparato de inteligencia del Gobierno", contin¨²a el ex funcionario. "El sistema de los servicios de inteligencia estaba pensado para que hubiera competitividad entre los distintos organismos. Ahora faltar¨¢ la tensi¨®n din¨¢mica que hac¨ªa que se tuvieran en cuenta las prioridades de todos: en la CIA, el Departamento de Defensa, el FBI e incluso el Departamento de Seguridad Interior. La peor consecuencia del nuevo sistema es que Rumsfeld ya no tiene que decir a nadie lo que hace, as¨ª que no le pueden preguntar: '?Por qu¨¦ hace eso?', o '?Cu¨¢les son sus prioridades?' Ahora puede mantener a todos los que le incordian al margen".
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